CAPÍTULO 39

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– Capullo... arrogante... y mezquino – repito lentamente con el corazón bombeando fuertemente en mi pecho y las manos convertidas en puños apretados bajo mis axilas, donde permanecen ocultos.

Frankie deja salir el aire que parece que estaba conteniendo a través de sus fosas nasales.

– Has dicho que era libre para decir lo que quisiese – me recuerda ella y como el reflejo de un espejo imita mi postura cruzando también los brazos frente a su pecho.

Me mantengo callado durante un tiempo muy largo. Procesando sus palabras. Una a una, pues es cierto que no podía recriminarle el hecho de haberme hablado así cuando yo le he dicho previamente que podía hacerlo.

Sí, me he comportado como un capullo. Desde el primer momento, desde que descubrí que ella era la causante de que el hormigueo, que una vez sentí con una mujer muy diferente, hubiese vuelto. Estaba cabreado. Enfurecido. La sensación que atraviesa mi cuerpo cada vez que ella está cerca me hace revivir recuerdos del pasado. Recuerdos que solo quiero olvidar. Así que he estado pagándolo con ella. Hablándole de esa manera tan ruin cuando es obvio que ella no tiene ni idea de la forma en la que su sola presencia me afecta. Lentamente, la furia se desvanece.

Suspiro.

– Lo siento – respondo de repente, interrumpiendo el tenso silencio. Frankie abre mucho los ojos, como si no esperase aquella disculpa por mi parte –. No volveré a tratarte de esa manera.

Frankie abre la boca. Después la cierra. Se toma unos segundos para pensar en lo que va a decir y entonces habla:

– Gracias por disculparte – el tono de su voz es suave y su mirada se ablanda –. Gracias también por ayudarme antes en el comedor y por traerme aquí. Por lo de ahí dentro – murmura ella haciendo un gesto con su cabeza en dirección al cuarto de baño –. Gracias.

Una sensación de calidez inunda mi corazón al escuchar su agradecimiento, como si el intenso hormigueo que no he dejado de sentir ni un solo instante desde que ella está aquí atravesase mi piel y alcanzase mi alma.

– ¿No quieres saber cómo acaba la historia? – pregunto de repente, tratando de cambiar de tema, intentando ignorar los extraños sentimientos que emergen en mi interior.

Durante unos segundos, Frankie parece perdida, como si el brusco cambio de tema la hubiese sacado de contexto, pero entonces, cuando parece que consigue recordar donde nos habíamos quedado, dice:

– Sí. Sí quiero. ¿Qué pasó después de que te enterarás de la existencia de esa mujer? La cazadora.

Mi fuero interno protesta por el hecho de ignorar lo que he empezado a sentir en mi interior con el simple intercambio que hemos tenido antes, pero no estoy preparado. No para algo así. Todavía no. Necesito conocerla primero. Saber quién es y la razón por la que me hace sentir de esta manera.

– Después de la muerte de mi abuelo, no pude dejar de pensar en todo lo que me había contado. Para mi madre solo eran delirios, pero para mí habían comenzado a ser otra cosa. ¿Y si esas criaturas de ojos amarillos fuesen reales? ¿Y si las personas que se dedicaban a cazarlos también existían? Así que los busqué.

– ¿A los Devoradores? – pregunta Frankie sorprendida.

– No – respondo al mismo tiempo que niego con la cabeza –. A los cazadores. Intentar descubrir si los Devoradores de almas eran reales hubiese sido peligroso. Y doy gracias de que en aquel entonces fuese lo suficiente sensato como para no hacer semejante estupidez – Frankie sonríe como si le gustase escucharme hablar de cuando yo era más jóven e idiota –. Encontrar a los cazadores me resultó más fácil de lo que había anticipado. Lo cierto es que si te fijas bien, no cuesta mucho darse cuenta de que hay policías que no parecen precisamente policías. Así que un día me acerqué a uno de esos hombres uniformados y le dije que sabía a lo que se dedicaba realmente y que quería saber más.

Devoradora de almas | EN PAUSA |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora