CAPÍTULO 42

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— ¿Te sientes indispuesta? — me está preguntando la doctora mientras toma mi tensión arterial con un manguito alrededor del brazo. Permanezco inmovil, sentada sobre una camilla acolchada, con las piernas colgando por el borde. A pesar de que no tenía ninguna intención de entrar realmente en la enfermería, puesto que mis síntomas no eran verdaderos, la doctora me había encontrado parada frente a la puerta, con el rostro aún evidentemente pálido y no había tenido más remedio que continuar con la historia de que me sentía algo enferma —. Pensaba que los síntomas de abstinencia habían mejorado bastante durante los últimos días.

— Y lo han hecho — murmuro —. O eso creía.

Es cierto que apenas siento ya náuseas continuas, mareos, temblores, cansancio... y tampoco he vuelto a tener otra explosión maniática de rabia o cambios bruscos de humor. Me siento mucho mejor estos días, pero para que la doctora no continuara tratando de averiguar porque estoy tan blanca como el papel era mejor hacerle pensar que todavía no lo he superado del todo.

— Es normal que sufras recaídas. La recuperación de una adicción no es lineal. Hay días mejores en los que sentirás que puedes comerte el mundo y días peores en los que solo querrás esconderte bajo las sábanas de tu cama.

Parpadeo con sorpresa al escuchar esas palabras pues acaba de describir con total precisión mi día a día. Por un momento me olvido de Key y del hecho de que es un jodido mentiroso y por lo que parece, un psicópata asesino del mismo calibre que mi hermana. No puedo evitar entonces estudiarla mientras trabaja. Su cabello rubio recogido en un moño flojo y semi despeinado. Sus ojos claros inmersos en la concentración mientras apunta las medidas de mi tensión en mi ficha o como se muerde el labio mientras elige que es lo que va a hacer después.

— Key... el compañero de equipo de Maxime. ¿Lo conoces bien? — le pregunto.

La doctora, ajena a la razón de mi curiosidad, se desplaza hasta su escritorio. Ocupa su asiento. Una silla giratoria de color gris tristón y desplaza sus dedos velozmente sobre el teclado del ordenador. Echa varias miraditas sobre mi historial y escribir. Así, una y otra vez.

— Yo no diría que lo conozco bien, pero sí he tratado con él unas cuantas veces — responde sin dejar de trabajar, mientras pasa mis datos al ordenador.

A pesar del continuo repiqueteo de las teclas que se establece como ruido de fondo, escucho con total claridad el evidente recelo en su voz.

— A Derek no le gusta demasiado — comento de forma deliberada al sacar ese nombre en la conversación y sus dedos se congelan suspendidos sobre las teclas.

Los ojos claros de la doctora se cruzan con los míos.

— Así que, has notado eso, ¿eh? —una pequeña mueca se dibuja en su cara —. Derek no es muy bueno escondiendo sus emociones. Menos aún cuando detesta a una persona.

La forma en la que sus manos se habían detenido tan bruscamente al pronunciar el nombre de Derek me hace sospechar que es muy probable que aún conserve sentimientos hacia él. Lo cual no quiere decir que sean necesariamente buenos o positivos.

— Sí, lo he notado

Yo misma lo había vivido en primera persona después de todo. Más aún en mi segunda vida, cuando Derek había expresado, sin recelo alguno, su animadversión hacia mí y cómo pensaba que no debía estar aquí. Me gusta pensar que las cosas han cambiado desde aquellos primeros días.

— ¿Por qué preguntas por Key? ¿Te está molestando? Si es así puedo pedirle a Derek que hable con él...

— No — la interrumpo. Prefería que Derek no se acercase más de la cuenta Key ahora que conozco lo que se esconde detrás de esa sonrisa suya. Le agradezco el gesto a la doctora, pues es llamativo que directamente haya pensado que algo malo estaba pasando en lugar de preguntarme si Key me interesaba y es por eso por lo que preguntaba por él —. Todo está bien — miento —. Y aunque no lo estuviese, no se preocupe, doctora. Puedo manejarlo yo misma.

Devoradora de almas | EN PAUSA |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora