CAPÍTULO 50

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FRANKIE

Morir por segunda vez se siente diferente a la primera, aunque quizás tenga algo que ver con que en esta ocasión no muero; al menos, no realmente. Solo pierdo un trocito de mi alma, que pronto regenerará y volverá a estar completa. Por desgracia, el proceso de curación es lento y mientras tanto me sumo en un largo y profundo sueño en el que recuerdo no mi vida pasada sino la de Mariana, la dueña original de este cuerpo.

Mariana Jiménez Ruiz no ha tenido una vida fácil. Llegó a este país con tan solo veinte años con la falsa promesa de conseguir un trabajo digno. Sin embargo, cuando llegó se dió de bruces con la realidad. Fue miserablemente engañada y cayó en las garras de una red de tráfico sexual.

De repente, se vio encerrada en un piso con cinco chicas más en su misma situación. Los hombres no tardaron mucho en llegar. Uno detrás de otro. Día tras día. Tanto si lo quería como si no.

Aun así, Mariana siempre tuvo una gran fuerza de voluntad y se resistió todo lo que pudo. Trató de escapar, pero su intento le salió muy caro. Fue entonces cuando, tras una fuerte paliza que casi la manda al otro barrio, sus captores la sometieron al influjo de las drogas. Aquellos hombres de Europa del este, a los que ella solía apodar <<hombres del hielo>> la convirtieron en una yonki para así poder controlarla... y vaya si funcionó. Mariana se transformó en una cáscara vacía, en una muñeca rota, en un trapo sucio...

Saboreo el sabor de la sangre en mi boca reviviendo cada vez que le pegaron una bofetada en la mejilla o un puñetazo en la mandíbula, el dolor en las costillas por las fuertes patadas que le asestaron ya tirada en el suelo, la sensación de estar constantemente sucia después de que decenas de hombres sin rostro abandonaran la habitación...

La desesperanza en cada aliento.

El miedo en cada temblor.

Escucho su llanto en mis oídos, pruebo la sal de sus lágrimas en mi lengua, siento la humedad contra mis mejillas y me ahogo en la pena.

En el horror.

En la ira.

De repente, despierto. Abro los ojos de forma brusca con el corazón palpitando al ritmo de una puñetera locomotora de tren y la respiración rápida y apenas superficial. Los recuerdos de Mariana se entrelazan tan perfectamente con los míos que por un breve instante no sé cuál de las dos soy, pero entonces noto algo extraño. Como si una brisa se deslizara fuera de mi cuerpo para, por fin, desaparecer.

— Se ha ido — murmuro comprendiendo lo que acaba de pasar.

Fuera lo que fuese lo que quedara de Mariana en este cuerpo, ya no está. Su alma se ha marchado para descansar tras una vida de miseria e injusticias.

Cuando consigo recuperar el aliento, después de la vívida pesadilla que acabó de tener, miro a mi alrededor y me doy cuenta de que estoy en la enfermería, de vuelta en la base de los cazadores.

Estoy sola.

Ni siquiera la doctora Garmendia se encuentra a la vista.

Con la mente obnubilada, los sentimientos a flor de piel y la sangre hirviendo de ira salgo de la cama. Mi cuerpo casi parece moverse de forma involuntaria conducido por un único objetivo: la venganza.


DEREK

— Debería estar muerta — repite Max por enésima vez paseando por la sala de interrogatorios a fin de no haber encontrado un lugar mejor para discutir todo lo que está pasando.

Permanezco en silencio, apoyado contra la pared con los brazos cruzados frente al pecho y la cabeza llena de imágenes de Frankie tirada a en el suelo del callejón junto a la discoteca, inconsciente, con su piel habitualmente besada por el sol terriblemente pálida y la respiración tan lenta que casi parecía estar muerta.

Devoradora de almas | EN PAUSA |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora