Capítulo LVIII: Lluvia de regalos

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Y llegaron los 26 años para mí, los cuales recibía de la mejor manera al lado del hombre que amo, sentí sus suaves labios y su prominente barba sobre mi hombro.

-        Feliz cumpleaños, mi hermosa señorita – dijo Andy en un casi perfecto español contra mi oído, y sentí que no cumplía 26 años, sino que acaba de nacer, abrí los ojos y ahí estaba esa mirada traviesa azul que me robaba el aliento, le sonreí.

-        Jamás me había sentido tan feliz de cumplir años – él rio.

-        Solo son 26, no 41 – ahora yo reí.

-        Yo pienso que con cada año que pasé te verás mejor – dije deslizando mis dedos por su rostro – esas pequeñas arrugas te dan un aire misterio con un toque de experiencia y esas ligeras canas en tu barba – ahora mis dedos se dirigieron ahí – te dan un aire seductor – él sonrió.

-        Mientras yo me marchito, tú sigues floreciendo – sonreí.

-        No somos plantas, Andy, somos personas, y tampoco es que sea una jovencita, antes, a mi edad, las mujeres ya estaban casadas y con dos hijos ¿sabes lo que hizo mi madre ayer en el desayuno? – negó con la cabeza – junto a los hijos solteros elegibles de sus amigas para que conversen conmigo, quiso dárselas de la Sra. Bennet combina con Lady Danbury, pero una mala copia – rio.

-        Creí que su favorito era Jason Miller – dijo en tono burlón.

-        Pues mi madre enloqueció, no confía en Marcus y tiene el constante temor de que muera soltera y me convierta en una willi – volvió a reír.

-        Oh, por la obra de ballet de Perrot y Coralli ¿de ahí tu nombre?

-        El Sr. B es un hombre con conocimiento – pregunté pegándome a él – y sí, mi madre fue Giselle en sus años de adolescencia.

-        ¿Reina de belleza? ¿modelo? ¿bailarina de ballet? ¿Hay algo que la multifacética Sra. Quintanilla no haya hecho? Parece que la versatilidad la heredó de su madre, Srta. Quintanilla.

-        Probablemente leyes, no – respondí – y sí, uno de los tantos consejos de mi madre era que jamás me quedara con ganas de intentar algo porque así jamás podré saber si era buena o mala para ello, si no arriesgo, no gano y la vida no está hecha para cobardes o perdedores.

-        Parece un buen consejo, pero algo crudo dependiendo de la edad en la que te lo dijo.

-        Cinco años – respondí – es de las pocas cosas que recuerdo de mi edad temprana, así como a Jace y Malvavisco.

-        ¿Malvavisco? – preguntó Andy acariciando mi espalda.

-        Mi primer oso de peluche, era suave y dulce como uno, creo que lo perdí en algún paseo en el campo con mis padres, estuve destrozada.

CULPABLE (CON ANDY BARBER)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora