Capítulo I: Alguien muy tonto

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Salí de la casa azotando la puerta, ya no podía referirme a ella como mi casa, todos los días cuando llegaba de trabajo se habían vuelto en escenarios de discusiones reiteras e inagotables con Laurie, las cosas no eran iguales entre nosotros desde que acusaron a Jacob de asesinar a un compañero de clase, sobre todo después de ese accidente en el que Laurie perdió el control y casi mata a nuestro hijo. Felizmente Jacob no recuerda nada sobre los momentos previos a su accidente o sino ninguno de los dos hubiera sabido cómo explicárselo, además de que decidí mentir ante la corte para proteger a Laurie, lo hice por nuestra familia, pensé que las cosas mejorarían, pero no, cada día empeoran y yo no sé hasta cuando pueda resistir en este matrimonio, me siento asfixiado y desesperanzado porque el amor que le tenía a Laurie no fue suficiente, quizás debería dejar de creer en eso y solo concentrarme en Jake.

Subí a mi auto y empecé a conducir por la ciudad sin rumbo, últimamente conducir por horas se había convertido en una forma de relajarme, estuve a punto de volverme alcohólico después del accidente de Laurie y Jacob, pero no lo hice porque sabía que mi familia me iba a necesitar, sobre todo Jake, sé lo que es pasar por toda esa mierda mediática y judicial porque lo pasé con mi padre, noté que el tanque de gasolina estaba por acabarse, así que busqué una gasolinería, llené el tanque, noté que había un restobar al frente, el cual anunciaba tener las mejores alitas de todo Middlesex, pero la verdad yo solo quería un chopp de cerveza para luego ir a casa a dormir, estacioné mi auto frente al restobar y entré, me senté en la barra, ordené mi vaso de cerveza junto a una pequeña guarnición, sentía que mi anillo de casado me cortaba la circulación de mi dedo y no era precisamente porque no me quedara, sino era por Laurie, me lo quité mientras esperaba mi pedido hasta que por fin llegó, empecé a beber mi cerveza poco a poco.

- ¿En serio pediste una porción de aros de cebolla en vez de una porción de alitas? – preguntó una voz femenina a mi lado antes de que me metiera la comida a la boca, ella me sonrió, era una señorita muy hermosa debo resaltar, con la cabellera más oscura que el cielo nocturno, sus cejas marcaban perfectamente su mirada, si bien no tenía los ojos claros, no era necesario porque su mirada era dulce y a la vez dominante, adornada de largas pestañas, sus labios que estaban pintados de color cereza que se curvaban en una perfecta sonrisa que se te contagiaba, llevaba un vestido negro con botones dorados y un par de botines con tacón del mismo color junto a un cárdigan plomo – tienen un enorme cartel en la fachada anunciando que tienen las mejores de Middlesex y no las pediste – siguió hablando.

- ¿Estoy cometiendo algún delito y no lo noté? – pregunté, ella rio.

- No, pero serías alguien muy tonto si no las pruebas, perdón, a veces hablo de más – le sonreí de lado.

- De acuerdo, me convenciste, pediré una porción de alitas porque no quiero ser alguien muy tonto.

- Sabia decisión – respondió, pedí una porción de alitas clásicas, no quería conflictuarme con toda la variedad de sabores, se llevaron los aros de cebolla y me trajeron las alitas, la señorita había ordenado lo mismo, ella me miraba atentamente esperando a que las probara, al hacerlo, la verdad si no lo hacía hubiera sido un tonto, eran deliciosas – te lo dije – me dijo al notar la expresión de satisfacción en mi rostro.

CULPABLE (CON ANDY BARBER)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora