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«Sangre con tonos diferentes»

El timbre que indicaba que terminaba la hora de almuerzo sonó débilmente por toda la estancia y la chica a mi lado se paralizó.

Luego de que, ella me dijera aquellas palabras, mis dudas habían incrementando el doble, por lo que no dudé en insistirle para que aprovecháramos los minutos del almuerzo para escabullirnos entre la multitud y colocarnos en algún cuarto de experimentos con el fin de buscar algún documento o evidencia que nos revelara qué podía estar sucediendo allí.

Sabía que, el deseo que sentía por saber que había allá fuera, rozaba lo insano, pero, si de algo también estaba segura, era de que ella me había llevado a ese límite.

Aunque, una parte de mí, no podía evitar pensar que tal vez el mundo allá fuera no era tan perfecto como yo pensaba... y qué
no valía la pena arriesgarlo todo con tal de comprobarlo.

Pero aún así, allí estaba yo: en un gran cuarto de laboratorio, buscando cosas que quizás en el fondo, no quería encontrar.

Antes de que sonara el timbre, me encontraba revisando frenéticamente unos papeles apilados en los escritorios de una esquina, en el que los rostros de diferentes pacientes eran claramente visibles en una pequeña imagen al extremo izquierdo del encabezado.

Aunque, difícilmente, llegué a comprender algo de lo escrito en esas largas páginas.

Sí... sí sentía, que una parte de mi cerebro conocía las palabras y que las podía traducir, pero, no llegaba a ni siquiera a descifrar una oración completa, cuando un lacerante dolor de cabeza —parecido al que había tenido la primera vez que desperté— amenazaba con enloquecerme, por lo que me veía en la obligación de dejar de intentar leer y concentrarme en frotar mis sienes con desesperación.

Zoey, se encontraba en la misma situación; simplemente, no lograba comprender absolutamente nada de lo escrito en los textos, así que en silencio pasó a centrar su atención en las notas pegadas a unos tubos de sangre a su lado, para ver sí podíamos traducirlas.

Y, aquí va un dato extraño: cada tubo, contenía sangre con tonos diferentes; unos, contenían dentro de sí tonos verdes oscuros, otros; gris casi transparente, y los últimos —un poco más alejados del resto de los frascos— eran de un rojo tan intenso y brillante que de inmediato llamó mi atención.

—¿Qué son? —indagué por mi parte en un murmullo bajo, acercándome con lentitud hacia dónde estaban todos los tubos de sangre.

—¡Alma, tenemos que irnos! —exclamó por su parte mi acompañante, ya completamente alarmada.

Ignorando sus palabras, intenté rodearla para acercarme a los tubos, pero ella fue más rápida y me tomó con firmeza de los hombros.

—¡Tenemos que irnos! —repitió con desesperación sacudiéndome de los hombros y mirándome fijamente con sus grandes ojos marrones.

El timbre, volvió a sonar con mucha más fuerza, entonces, sí que fui consciente del peligro.

Por lo que con los latidos de mi corazón ya acelerados, corrí con mis pies descalzos por el frío suelo de mármol, hasta llegar al escritorio en donde reposaban los textos que habíamos intentado leer. Sin dudarlo, los tomé entre mis manos temblorosas, arrugándolos entre las mismas hasta convertirlos en una pequeña bola de papel. 

No sabía que intentaba hacer exactamente, pero a través de los nervios y el miedo de poder ser descubiertas, me llevé ambas manos a la cabeza, pensando en dónde podría ocultarlos hasta encontrar una forma de entender lo que decían. 

Alma de acero y corazón de cristal [En proceso]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora