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«No eres buena para mí»

—Tu sangre es lo que el mundo necesita; sólo necesitamos extraer toda la sangre que nos sea posible de ti para comenzar a cambiar el destino de la humanidad.

—El problema es que ustedes nunca parecen obtener suficiente... —protesté en un débil susurro, sin poder ocultar mi voz adormilada.

Me habían despertado a medianoche para probar en mí un nuevo y extraño componente que, según los científicos en la sala, "haría que mi médula ósea fabricara más células sanguíneas de las habituales."

Las órdenes, habían venido desde arriba, según Sarah.

—Es porque nunca lo será. —me aseguró ella con simpleza tras unos segundos de silencio, a la vez que protegía mis pies del frío con una manta gruesa.

No pude evitar contraer el rostro en malestar en cuanto abrí los ojos.

La cabeza me dolía aún más fuerte que en ocasiones pasadas; con punzadas en mis sienes que amenazaban con volverme demente. Sin embargo, saqué fuerzas para impulsarme en la camilla y observar todo el panorama a mi alrededor.

¿Qué demonios me había pasado?

Lo último que recordaba, era haber sido esposada para seguido ser empujada por los guardias a través de los pasillos, y luego... nada más.

Al inspeccionar con detenimiento, pude notar rápidamente que me encontraba en un pequeño cuarto monocromático.

En el que, no había rastro de computadores, sueros, ni nada que me diera a entender que me estaban medicando o examinando cómo acostumbraban a hacer la mayor parte del día.

Entonces... ¿porqué me dolía tanto la cabeza?

Me levanté de la camilla, notando que al menos no había perdido menos fuerza de la que ya poseía.

Ja.

Caminé hacia la puerta con la intención de abrirla, pero esta se abrió antes incluso de que pudiera llegar hasta ella. Por lo que solo pude paralizarme y observar a la persona que ingresaba al cuarto con cierta prisa.

Al reparar en mí, Sarah no dudó en dedicarme la sonrisa desbordante de amabilidad, de siempre, y aunque en anteriores ocasiones solía responderle con una mueca forzada, esta vez ni siquiera moví un músculo del rostro.

No reaccioné.

La razón: ya no lograba sentirme cómoda con ella.

Por lo que en cambio, la miré con desconfianza, mientras retrocedía unos cuantos pasos sobre el suelo del mármol impoluto.

—¿Qué me hicieron? —inquirí entonces en tono acusatorio.

De inmediato, la castaña levantó sus manos en señal de paz, y trató de acercarse a mí— Alma...  —intentó decir, pero la interrumpí.

—¡Qué me hicieron! —volví a repetir, esta vez en un tono fuerte que la hizo estremecer ligeramente.

—¡No te hemos hecho nada! ¡Te desmayaste y te revisamos! —aclaró tras unos segundos en el mismo tono. Luego, respirando hondo volvió a dar un paso en mi dirección, antes de con cautela añadir— Necesito que te alimentes antes de que partamos a otro lugar.

¿Otro lugar?

¿Enserio escuché bien?

No pude evitar abrir mucho los ojos, la esperanza abriéndose paso en mi corazón.

Alma de acero y corazón de cristal [En proceso]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora