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«Porque nacemos destinados a sufrir y a perder... pero intentamos evadir aquella realidad soñando como tontos»

Con el centenar de personas intentando huir del incendio que no hacía más que crecer dentro de la sala, reconocí de inmediato por los rasgos exóticos a la morena que había sido animadora del evento y, un nudo no tardó en formarse en mi garganta al reparar en cómo con una herida de bala en el hombro, corría despavorida, completamente sudada y sin antifaz en busca de una salida que ella desconocía que había sido cerrada en cuanto yo había puesto un pie en el lugar.

No visualicé a Devan ni a mi familia por ningún lado, y la ansiedad incrementó cuando la morena reparó en mi presencia viniéndose contra mí con los ojos hinchados.

—¡¿Qué diablos haces ahí de pie sin buscar una maldita salida?! —me reclamó tomándome del rostro como para que entrara en razón y nuestras miradas se encontraron. El vestido lo tenía roto en los hombros y el labio inferior le sangraba sin parar con el golpe que le habían propinado.

—¡Mejor sálvate tú, tonta! —le contesté estirando mis manos en dirección a las cortinas hechizadas con magia de Selene e ignorando lo acordado, rompía el hechizo que dejaba que un centenar de personas salieran disparadas hacia el salón principal.

«Selene me mataría.»

Empujé a la morena para que corriera hacia la salida, cuando más personas se nos vinieron encima en el estado enceguecido en el que solo se pensaba en la propia supervivencia.

Ella obedeció comenzando a correr, pero casi cuando estaba a punto de atravesar las cortinas un maldito egoísta la empujó haciendo que la morena cayera rodando por los escalones alfombrados en dirección al incendio que estaba acabando con toda la tarima.

—¡¡¡AUXILIOOO!!! —el grito desgarrador me conmovió e intenté sujetarla con magia pero entonces un grupo de personas me atropelló, provocando que el cuchillo que sujetaba se me cayera mientras mi cuerpo perdía equilibrio haciéndome terminar en el suelo.

Para cuando logré estar de pie, la mujer no se distinguía entre las masas de cuerpo que se quemaban.

Dos muertes.

Dos muertes, que no había sido capaz de evitar. El dolor de cabeza me aturdía y los ojos se me humedecieron porque nunca había sido mi intención que la noche terminara con tanta gente inocente muerta.

Palpando con mis dedos la cabeza de la cual me brotaba sangre, salí corriendo hacia afuera enfrentándome al escenario sangriento en donde uno con otros se mataban dispuestos a llegar al arma que podía acabar con toda mi especie.

—¡Arthur! —Reconocí entonces una voz en medio de la multitud y me giré en dirección a ella—. ¡Arthur por favor, ayúdame! —suplicó la mujer de cabello rojo sobre una barra con un hombre intentando subirle el vestido mientras enterraba la cara en su cuello.

Fue entonces, cuando entendí que la masacre que se estaba llevando a cabo, ya no solo era por el arma, sino por el placer que también daba infringir miedo a alguien.

Sobretodo, a un humano frágil e indefenso como lo era ella.

Habían sido unos estúpidos al creer que trayéndola podían desestabilizarme...

Con el odio envenenando mi sistema, me debatí entre si salvarla para matarla con mis propias manos o...

El sonido de una botella estampándose contra una base sólida me dejó estupefacta al tiempo en que observaba desde un punto alejado como la científica loca clavaba con fuerza el filo del vidrio en el cuello del hombre, apartándolo con un rodillazo en la entrepierna para luego bajarse de la barra de bebidas alisando su vestido como si nada hubiera sucedido.

Alma de acero y corazón de cristal [En proceso]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora