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«Parecía, que nuevamente estaba
frente al ángel de la fuente»


Alma

Ya había perdido la cuenta, de cuántas horas llevaba caminando cuando llegué a lo que parecía un pequeño motel.

La herida que comenzaba en mi abdomen, se rehusaba a cerrarse y comenzaba a tener desagradables síntomas que jamás había experimentado; ni siquiera en en los años en los que me inyectaban miles de cosas para obligar a mi cuerpo a rendir el doble.

"Eso es porque nunca te habías encontrado con un hada de la naturaleza."

No tardó en recordarme mi mente, y algo mareada, me apoyé en el descascarado umbral del motel, el cual al atravesarlo te dejaba en una especie diminuta de vestíbulo en mal estado. 

El calor era asfixiante y gotas de sudor me bañaban la frente y el escote.

Sin perder más el tiempo, paseé rápidamente mi mirada por los alrededores encontrándome enseguida con que no había demasiada gente. Era, otro sitio humilde ubicado en lo más recóndito de Jade y pensé entonces que era perfecto para mí porque nadie podría imaginar que estaría allí.

Mi dolor de cabeza incrementó.

Y, soltando una bocanada de aire, pasé a adentrarme por completo en el pequeño edificio construido en madera oscura ubicando de inmediato la zona de recepción.

Sin pensarlo dos veces, me tambaleé hacia el mostrador, en donde tuve que parpadear varias veces para enfocar bien a la recepcionista.

Era, de suaves rasgos élficos, y tenía un color de cabello bastante inusual. Antes de reparar en mi presencia, había estado leyendo un cómic de lo que llamaban "superhéroes" en la tierra humana.

Sin embargo, yo al tambalearme, había terminado tropezando con mis propios pies, desplomándome en cuestión de nada frente a ella y contra el mostrador de la manera más embarazosa.

"¡Maldicion!" Apreté los dientes con fuerza.

Entonces, como si fuera poco, un exagerado estruendo se produjo cuando, al intentar sujetarme del escritorio de madera para no caer, cientos de libretas terminaban yéndose al suelo conmigo.

De inmediato, la chica al otro lado del mostrador alzó la mirada asustada, dándole paso al grito desgarrador que atravesó sus labios en cuantos sus ojos repararon en mi deplorable estado.

Respiré hondo, cuando su chillido,  me taladraba los oídos de tal forma que un dolor se extendió por toda mi cabeza. 

Aún así, no culpé a la elfa por haber reaccionado como lo hizo; pues, con la herida, también habían llegado unas inusuales marcas verdes fluorescentes, las cuales se comenzaban a ver con claridad en la piel de mis brazos, escalando poco a poco hacia mis hombros y cuello.

—¡Por los dioses! ¿Te encuentras bien? —exclamó ella en un tono angustiado, levantándose de su asiento y rodeando el diminuto escritorio con la intención de ayudarme.

Soltando una maldición en voz baja, me dispuse a levantarme haciendo acopio de mis pocas fuerzas mientras me negaba a sujetar la mano que me ofrecía.

En cambio, levantando el pulgar en señal de que todo estaba bien, me incorporé bajo su atenta mirada. Una sonrisa forzada se desplegó en mis labios resecos y sentí hasta mis dientes castañear de dolor cuando mi rostro se estiró.

Quería llorar. Quería gritar. Un dolor, inmensurable, que no estaba soportando se estaba adueñando de todas mis extremidades a la velocidad de la luz y lo peor es que no encontraba una forma de hacer que parara.

Alma de acero y corazón de cristal [En proceso]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora