42 - Primera parte

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Capítulo 42 - Parte I

«Nada nos unía»


Selene Ivanova

El dolor en mi pecho, era insoportable.

«Sentía que me estaba matando».

Y es que, nunca, en toda mi existencia, me había sentido así de rota por dentro.

Ni cuando mis padres y hermana, se alejaron de mi vida, experimenté un dolor semejante. Tampoco, sentí lo mismo cuando el hombre que amaba me traicionó a mí y a mis hijos...

Sí, había sufrido muchísimo en ambas ocasiones pero ahora... jamás había sentido una tristeza tan profunda como la que estaba padeciendo después de la revelación de Morrigan.

«Todo se me vino abajo en tan solo unas horas».

Tras recibir la llamada de Alice en el vestíbulo, caminé con lentitud hacia mi despacho; parecía un cadáver andante con los ojos humedecidos solo fijos en mi camino.

Mi mente, no podía conciliar el hecho de lo que mis oídos habían escuchado... todavía, no podía aceptarlo. Me rehusaba hacerlo. Porque, de ser verdad, mis sentimientos nunca cambiarían, pero sí mi vida...

Porque, de ser cierto todo, mi vida ya no sería igual. No lo soportaría; me hundiría en la miseria y en el dolor... me reduciría, a cenizas.

Me conocía lo suficiente como para saberlo.

Al llegar a mi oficina privada, giré el pomo con las manos temblorosas antes de adentrarme en el lugar con el corazón desbocado. Las lágrimas, se deslizaban libremente por mis mejillas, pero la liberación de estas, seguía sin ser suficiente para calmar el incesante ardor que parecía recorrerme las venas amenazando con quemarme viva por dentro.

Con la respiración acelerada, troté hacia mi escritorio de madera con mesada de cristal, sacando con rapidez de los cajones el primer mapa que veía antes de dejarlo en la mesa para moverme hacia la esquina en donde dagas y espadas decoraban las pared dentro de sus soportes.

Una parte de mí, sabía que todo lo escuchado era cierto, pero existía otra, necia, a la cual le gustaba torturarse, y se rehusaba a aceptar la verdad, pero...

¡Si no lo comprobaba por mí misma me moría de tanto martirio!

Por ello, con los labios temblorosos, me pasé una mano por el rostro en un intento por colectarme antes de tomar una de las dagas y caminar con decisión devuelta a mi escritorio.

Allí, no perdí tiempo en deslizar el filo por una de mis palmas, dejando caer las espesas gotas sobre el arrugado plano.

Para esos momentos, estaba segura que las protecciones lanzadas a Alma habían desaparecido por completo, y si ella no era...

Un fuerte nudo se formó un mi pecho dificultándome la respiración y susurré destrozada las palabras adecuadas que me hicieron observar cómo la sangre espesa se movía en una línea recta.

—Por favor, por favor... —supliqué destrozada, y temblando en lo que observaba cómo la línea de sangre brillante se detenía indicando el lugar que hizo flaquear a mis rodillas.

La sangre, solo se detuvo en un solo lugar en tanto dibujaba sobre el papel el nombre de mi hija más pequeña: Alice.

Y luego, se detenía sin más...

Se detenía sin más porque yo, no tenía más hijos. Al menos no de sangre.

Se detenía sin más, porque Alma... no era mi verdadera hija. Nunca lo había sido... por sus venas, no corría mi sangre.

Alma de acero y corazón de cristal [En proceso]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora