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«Lo que estaba siendo difícil, y tortuoso en extremo, era mi deceso a la muerte»



Alma

—¡Me importa una mierda que ella no esté lista aún! ¡La necesito aquí y la necesito ya! —distinguí que decía en medio del alboroto, una voz femenina.

Un fuerte escalofrío me recorrió la espina dorsal, en tanto el sonido de esa voz era suficiente para paralizarme por completo.

El miedo, instinto de supervivencia, me hizo dejar de caminar, lo que de inmediato, alertó a los guardias que no dudaron en intentar obligarme por las fuerzas.

Con empujones a mi espalda que eran como descargas eléctricas a mi espina dorsal; no tenían piedad por nadie, ni siquiera de mí que aún estaba sensible desde la última intervención. Al contrario, siguieron ejerciendo presión sobre mi espalda con sus manos grandes y bruscas, queriendo que avanzara hacia lo que sentía que sería la siguiente tortura.

Y no deseaba que me maltrataran más por ese día.

Por ello, hice acopio de mis pocas fuerzas plantando mis pies en el suelo con decisión. Tenía que resistirme, el crudo dolor y pesadez en mis extremidades, me lo advertía. Me advertía que si volvía a encerrarme en cualquier sala quirúrgica no saldría con vida.

—¡Avanza ya, mierda! —me ordenó uno de los guardias, y al mirarlo de reojo, noté que apretaba los dientes con fuerza mientras junto con su compañero me dedicaban una mirada asesina.

Apreté mis labios con fuerza, ignorando el miedo en lo que volvía a mirar hacia delante con rapidez. El frío suelo de mármol blanco me mantenía retorciendo los dedos de los pies debido al helaje que reinaba en todo el edificio y que torturaba en especial a aquellos que manteníamos los pies descalzos. Los guardias continuaron gritando improperios a los que me volví sorda intentando descifrar los sonidos que venían de la puerta al final del pasillo. Los agarres firmes sobre mis brazos delgados me hicieron apretar los dientes con cierta furia cuando terminaban lastimándome en los lugares en donde se me insertaban agujas, por lo que no tardé en removerme furiosa entre los brazos fuertes que luchaban por someterme.

—¡No quiero que me lleven allí, aún no me he recuperado de la última cirugía! —grité sacudiendo mi cabeza entre las lágrimas que se deslizaban por mis mejillas.

Los labios también habían comenzado a temblarme, y no sabía si era más por el frío o la cruel pesadez que sentía dentro de mi pecho. 

Era... era la cuarta vez en la semana, que me sacaban de mi dormitorio para dejarme adolorida y sin recordar nada; pero yo ya sabía lo que hacían. Los había descubierto a todos desde hace mucho, y aunque manipulaban una y otra vez mi cerebro para que solo creyera lo que me dijeran, mi cuerpo había creado su propio mecanismo de defensa, recordándome siempre a través del dolor y el gran agotamiento, que mirara con más atención a mi alrededor. Y tras seguir la sensación, siempre terminaba desbloqueando los recuerdos, recordando así lo que hacían dentro de las gigantes paredes del edificio.

—¡Camina, hija de puta o te hago caminar a la fuerza! —me amenazó el otro guardia, colérico, ignorando por completo mis súplicas y llanto mientras me empujaba con más fuerza hacia delante.

Entonces, el alboroto que provenía de la última puerta blanca en el pasillo incrementó a niveles angustiantes, estremeciendo mi cuerpo del más crudo miedo, mientras, con los ojos humedecidos, yo seguía sacudiendo mi cabeza con brusquedad, luciendo totalmente descontrolada mientras seguía intentando librar mis brazos del agarre violento de los guardias. Sentía que en cualquier momento perdería mis extremidades superiores, y el dolor al estirarlas era más que insoportable, pero me parecía mucho peor que me volvieran a encartar en una de esas frías salas repletas de equipo quirúrgico y máquinas extrañas.

Alma de acero y corazón de cristal [En proceso]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora