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«Disfrazando en oveja dócil al lobo atormentado»

Sujetando la toalla contra mi cuerpo, contemplé a través de la ventana de mi cuarto el cómo se ocultaba el sol con rapidez para darle paso a las nubes grises que no tardaron en oscurecer el cielo de forma escalofriante.

En cuestión de segundos, ligeras gotas de lluvia comenzaron a caer con fuerza, empañando el cristal de mi ventana en el instante en el que cielo pareció temblar con el más ensordecedor de los truenos.

Un escalofrío recorrió mi espina dorsal y sin pensarlo dos veces, cubrí la ventana con las delgadas cortinas y me alejé en dirección al tocador.

"El tiempo se agota."

Era lo que la repentina tormenta me recordaba, y era muy cierto; no sabía quiénes o desde dónde llegarían, o siquiera cómo lograrían entrar a la propiedad, pero si algo era seguro es que mi enemigo no pensaba dejarme libre un día más.

Maldito destino el mío.

Respirando hondo, apoyé las manos en la madera del tocador y levanté la mirada hacia el espejo para observar mi reflejo.

Soltando una maldición baja, en el segundo en que reparaba en lo desaliñado que se encontraba mi cabello y lo hinchados e irritados que lucían mis ojos ante el reciente llanto que, solo podía recordarme, lo débil que había sido al caer tan fácilmente en las provocaciones del enemigo.

Estúpida, estúpida, estúpida.

Aunque... en lo más profundo de mi ser, tal vez lograba por primera vez tener un poco de empatía conmigo misma; es decir, la desgracia había caído sobre mí nuevamente... y era casi toda una vida de luchar contra tormenta como para nunca haber tenido un solo momento de debilidad.   

El problema radicaba, en que yo no solo tenía un momento de debilidad, sino que terminaba teniéndolos siempre... y eso no podía continuar así.

La debilidad, no era algo que podía permitirme jamás, mucho menos ahora en que aquel maquiavélico ser volvía a colarse en mis sueños y en mi vida para hacer de ellos trizas.

¿En verdad creíste que él se iría para siempre?

Me preguntó con burla aquella vocecita que atormentaba mi cabeza a todas horas.

Tú eres tan parte de él como él es parte de ti; esto solo termina cuando uno de los dos muera... ya deberías saberlo.

Una risa baja y cruel resonó  tras su declaración y yo solo pude apretar los dientes al tiempo en que sacudía mi cabeza.

"No es justo, nunca lo ha sido", pensé cuando una lágrima se escapó de mis ojos mientras continuaba contemplando mi reflejo en el espejo y recordaba el momento en que me había quitado el pijama para ducharme; no estaba manchado de sangre como me había hecho creer mi propia mente en medio del pánico...

De hecho, ni siquiera poseía rasguño alguno sobre mi pecho que me indicara que aquel monstruo en realidad había traspasado la línea de los sueños hasta llegar al punto de lograr hacerme daño físico fuera de estos.

Sin embargo, de seguro se hubiera partido de risa al ver el cómo salías corriendo de tu habitación y te arrastrabas llorando por los pasillos para alejarte de "él".

Añadió esa voz de mi mente con una mezcla de burla y decepción, y cerré los puños alrededor de la madera en el segundo en que un trueno volvía a estremecerme de la cabeza a los pies.

Alma de acero y corazón de cristal [En proceso]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora