42 - Segunda parte

46 6 3
                                    





Capítulo 42 - Parte II



Un llanto desolador invadió mis oídos en lo que cerraba las puertas de mi oficina y mi pecho se encogió de inmediato.

Tras colocar bien el seguro, respiré hondo en lo que me giraba lentamente para enfrentar a quien me esperaba. Mis ojos, no tardaron en aterrizar sobre él, en mi hijo. En uno de mis tres tesoros.

Y entonces, volví a sentir otra dolorosa punzada en mi pecho, una que cristalizó mis ojos cuando reparaba en el chico de cabello dorado y piel bronceada que, sentado en uno de los sofás al final del pequeño espacio, sostenía entre sus dedos largos uno de los cuadros que yo había dejado en la mesita de licor ubicada en el centro.

Apretando con fuerza mis labios, despegué mi espalda de la puerta de madera acercándome hacia él lentamente sin dejar de sentir el insoportable ardor que se extendía por mi nariz y humedecía cada vez mis ojos.

Sintiendo mi olor, mi presencia, él no tardó en elevar su mirada del retrato que observaba, posándola en mi rostro. Dejándome así ver como el suyo, tan varonil y a la misma vez tan dulce, se contraía en el frágil y suave llanto que atravesaba sus labios delgados, mismos labios que no dejaban de temblar con fuerza en la expresión vulnerable que caló profundo dentro de mí.

Al notar, lo sensible que se encontraba, terminé por acortar la distancia con más rapidez hasta arrodillarme a sus pies. Mis manos viajaron de inmediato a su frío rostro, sosteniendo su suave cara como si se tratara de un molde frágil.

«Quizás lo era».

—¿Qué le sucede a mi bebé? —inquirí con suavidad hacia mi rubio de ojos claros, acariciando con ternura su rostro en tanto una lágrima traicionera salía de mis propios ojos cuando lo escuchaba agitarse.

Tal vez no todo había cambiado; y es que verlo, así, no me sorprendía tanto como otros pensarían; Allen siempre había sido sensible, intenso, de esos que soportaban y soportaban hasta romperse cuando necesitaban liberarse.

Todo se lo guardaba...

Pero, aún así vez, su sensibilidad era lo que más había admirado de él desde que era un niño. Y fue por ello, que me sentí bastante culpable cuando comencé a ver que culpa de mis errores con su padre, el rubio perdía poco a poco la única parte de él que era real. Sus sentimientos.

Y es que, yo más que nadie sabía que ser sensible no siempre significaba debilidad... de hecho, en ocasiones me encontraba a mí misma extrañando a aquella versión de mí que aún podía conectar profundamente con sus emociones. Que no actuaba con tanta falsedad y no le daba miedo mostrarse vulnerable ante los demás.

«Pero la habían jodido».

Él más que nadie... Arthur Callahan. Había destruido todas mis ilusiones, mis sueños sobre el amor verdadero y vivir el cuento de familia feliz por el resto de mi existencia. Él lo había jodido todo. Lo había destruido todo por su egoísmo, dejando en mí y en sus hijos heridas que se rehusaban a sanar.

No podía creer que alguna vez había amado a alguien tan horrible.

Apreté con firmeza el rostro varonil del rubio, escaneando toda su cara y viajando por unos cuantos segundos al pasado.

De casados, aún cuando las cosas no se habían desmoronado entre Arthur y yo, recordaba que siempre me decía que uno de mis mayores defectos como madre, era tratar a mis hijos como si nunca dejarían de ser unos pequeños niños. Consentirlos de más y "excusar sus malcriadeces".

Pero él, era el menos indicado para criticarme siendo la clase de escoria que no merecía que le llamaran padre.

—Yo... me siento cansado, madre. —confesó al cabo de unos minutos el chico frente a mí, sacándome de mis pensamientos y notar como inconscientemente había desviado hacia otro lugar de mi oficina.

Alma de acero y corazón de cristal [En proceso]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora