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«¿Por qué no puedo ver tu rostro?»



Respirando hondo, me adentré en mi cuarto y caminé con decisión hasta dejar en un lugar seguro el maravilloso retrato que me habían obsequiado.

Sin embargo, tras depositarlo en la mesita de noche, no pude evitar repararlo una última vez.

Y es que, la gran habilidad de Zoey para plasmar cualquier cosa solo valiéndose de un lápiz de carbón, nunca dejaban de impresionar; esta vez, había capturado a la perfección mi rostro en una expresión vibrante, resaltando mis atributos faciales y creando un cautivador contraste con los rasgos duros pero elegantes que me caracterizaban desde siempre.

El retrato en sí destilaba belleza, poder y elegancia... tres cualidades que yo me negaba a creer que pudieran tener que ver conmigo, pero que al parecer ella sí veía en mí.

«Porque siempre veía en mí más de lo que yo podía ver.»

Desde el principio, Zoey fue una de las primeras en creer que podía ganar la batalla contra ese monstruo... pero, yo solo podía preguntarme entonces: "¿cómo le hace para seguir teniéndome fé incluso cuando yo dejo de creer en mí misma?'"

Por última vez, repasé con mis dedos el las hebras onduladas que caían cómo cascadas a ambos lados de mi rostro cuyo mentón se apoyaba delicadamente en una mano.

No había podido elegir un mejor regalo.

Al cabo de un segundo, pasé a mirar a la morena que, tras cerrar con pestillo la puerta de mi cuarto, se giraba para encontrarse con mis ojos.

Nadie nunca había tenido un gesto así de bonito y por eso la miré fijamente, llena de agradecimiento y cariño por ella.

Ante mi mirada y repentino silencio, ella no tardó en removerse algo nerviosa en el sitio en donde se había quedado de pie, y solo entonces aparté mis ojos de ella para indicarle con un gesto de mis manos que tomara asiento en uno de los dos pequeños sillones que yacían bajo uno de los grandes ventanales de mi habitación.

En silencio, y con la expresión seria que había tomado su rostro en cuanto Alice nos había dejado a solas, ella avanzó hacia el lugar, tomando asiento con la mochila oscura sobre sus piernas, y haciéndome tragar grueso cuando ambas bajábamos la mirada hacia el libro que sobresalía un poco de esta, ya que se había olvidado de cerrar la cremallera.

Pasando saliva con fuerza, desvié mi mirada por un instante por encima de su cabeza para centrarla en los árboles que se movían bajo la calurosa brisa de verano que no hacía más que inquietarme de calor y provocarme dolor de cabeza.

—Alma, no temas en sinceraste conmigo —comenzó a decir entonces Zoey con voz suave desde su puesto al verme tan indecisa y afligida. Solo pude suspirar sin decir nada, ya que hablar de algo que me aquietaba desde hace tantos años era demasiado difícil para mí—. Ya deberías saber que yo jamás diré nada a nadie sin antes tener tu aprobación —me aseguró ella y solo pude asentir sin mirarla, mas no hablar de lo que me atormentaba—. Solo busco tu bien, y quiero que sepas de una vez por todas que no tienes que cargar con todo tú sola, no cuando tienes a personas que están dispuestas a escucharte y apoyarte... como yo y como tú familia, que aunque no les digas nada, sé que te apoyarían sin dudarlo... porque tú no estás loca, ni tienes la culpa de lo que te pasa. —quiso convencerme con su tono firme, pero la voz de mi cabeza había regresado para hacerme dudar sobre mi decisión de sincerarme.

Alma de acero y corazón de cristal [En proceso]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora