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«Ella, creía que yo disfrutaba su sufrimiento, pero no nunca había sido así»



Un molesto escalofrío, me recorrió la espina dorsal y de inmediato, aparté mi mano de la suya mientras mis labios se curvaban en una sonrisa irónica al pensar que ella finalmente había perdido la razón por completo.

Es que, ni siquiera, pude volver a analizar lo que había salido de su boca. Porque, no solo era algo ridículo, sino también absolutamente imposible...

¿No?

Con el paso de los segundos, comencé a sentir una profunda e intensa lástima por la mujer frente a mí. Comencé, a compadecerme de ella por primera vez en la vida porque, después de tanto tiempo, al fin podía presenciar con mis propios ojos, cómo el sufrimiento había hecho de Morrigan un ser de poca cordura.

—¿Te sientes bien, Morrigan? —le pregunté con una preocupación sincera. Bajando mis defensas, dándole paso a esa Selene que había querido enterrar en los muros de la academia Schiener.   

Morrigan, apretó sus labios rosados con pesar, sacudiendo su cabeza como una chiquilla indefensa antes de acortar tanto la distancia entre nosotras que mi pequeña nariz terminó rozando la suya y su cálido aliento se fundió con el mío.

Por alguna extraña razón, el corazón comenzó a latirme enloquecido mientras los ojos se me humedecían de forma inevitable. 

Allí, bajo el denso silencio, la hechicera pelinegra volvió a tomar mi mano entre la suya. Solo, se escuchaban nuestras respiraciones, las cuales  empezaban agitarse cuando ella me dejaba ver el temblor que se había adueñado de sus labios.

Entonces, sus profundos ojos, conectaron finalmente con los míos y lo que vi en ellos, encogió mi pecho por completo.

Porque, jamás había visto tan clara y sincera la culpabilidad y la tristeza en alguien, hasta ese momento en que mi mirada se perdía en los ojos azulados irritados por las lágrimas.

—Te juro por lo más que quieras, que nunca fue mi intención causarte este dolor, Selene. —aseguró ella con pensar y bastante lentitud, su mano apretando con fuerza la mía y divisé cierto brillo de temor en sus orbes.

Pero, yo solo pude mirarla con confusión.

—Escucha, Morrigan... —comencé diciendo en un susurro bajo, con suma cautela mientras alzaba una mano para tocar una de sus mejillas. Un acto que no tardó en sentirse demasiado íntimo cuando, por un breve instante, ella cerraba los ojos y respiraba de forma entrecortada ante el toque. Tragué saliva con fuerza, mi pecho preso de mil emociones; duda, coraje, resentimiento y... «algo más». —Creo que no debí venir aquí en primer lugar a atosigarte con preguntas. —culminé tras varios segundos, a modo de excusa, y entonces ella, volvió a abrir los ojos, sumiéndome en las profundidades del océano.    

La pelinegra, pareció exasperada, pero aún así continué, esta vez apartando mi toque de su piel blanca y dando varios pasos hacia atrás.

—Te he descolocado y ahora estás teniendo delirios de...

—¡¡¡Hablo en serio, Selene!!! —me cortó ella alzando la voz, dejándome tan congelada en mi sitio, que no me molesté en ocultar cómo mi rostro se contraía en lástima.

En lástima por ella.

Dentro de mi mente, comenzaba a hacerse cada vez más real el pensamiento de que haber ido a verla había sido la peor de las ideas.

—Alma, no es tu hija, es mi hija. —volvió a insistir ella con la misma estupidez, en un tono impregnado de dolor.

Retrocedí otro paso, esta vez sintiendo cierto temor al ver que su afirmación comenzaba a ser algo constante y sus ojos azules lucían turbios en tanto su llanto cesaba poco a poco.

Alma de acero y corazón de cristal [En proceso]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora