Kaz cayó como si estuviera muerto sobre el colchón deteriorado de su cama metálica en la prisión. Había logrado tener un baño y, después de días, había bebido una taza de té y comido un pedazo de pan. Sí, a esa altura era casi un manjar. Estaba famélico. Cada músculo de su cuerpo dolía a causa de la hipotermia, los golpes, las magulladuras y el hambre. Era un hombre muerto. Constituía una misión imposible sobrevivir a una seguidilla de combates como la vez anterior.
—Ya no voy a pelear.
—¿Quieres seguir encerrado en la caja?
—Me da igual.
La carcajada de Baruk se escuchó en cada recoveco de la inmunda prisión.
—Sí que tienes agallas, hombre. Es verdad lo que dicen de ti y de tu equipo.
Kaz se mantuvo en silencio.
Si ese bastardo supiera lo que sus amigos le harían, si estuvieran al tanto de lo que le sucedía...
—Es mi última palabra. Tómala o déjala. —Baruk dio un gran suspiro e hizo tamborilear sus dedos en el horrible escritorio gris metálico.
—Vamos, ¿no hay nada por lo que regresar a Ciudad del Cabo?
—¿De verdad me crees tan idiota? —indagó ofendido—. El Mariscal nunca me dejará salir de aquí.
—Es verdad —replicó el hombre—. Aun así, si ganas peleas, podrías tener una mejor posición aquí. Ya sabes, más tranquilidad, más alimento, abrigo. Los reos te respetan, incluso podrías tener una perra.
—No estoy interesado en tus sobornos y menos cuando se trata de seres humanos.
—Escúchame bien, imbécil —dijo con la ira reverberando en su garganta como ácido—, vas a pelear, de lo contrario cada hora que te niegues mandaré a ejecutar un prisionero, ¿quedó claro?
No tenían derecho a quitarles la vida. Kaz pensó en cuán demoníaco era todo ese sistema en donde la vida de todos no valía ni siquiera un céntimo. Se había prometido a sí mismo negarse a los deseos de Baruk y el Mariscal, pero poner en riesgo la vida de todos allí no era buen negocio. Los reos se levantarían en su contra. Cada ejecución sería una amenaza contra su propia vida. Kaz no podía darse ese lujo. Estaba solo, con frío y hambre, y estaba harto de cargar con la muerte de más personas. De hecho, estaba allí por la muerte de un inocente; el hijo de Dejan Klimovsky, el primogénito del Mariscal, como llamaban al ruso en el ambiente de drogas, mafia, tráfico de armas y personas. Deberían haber dado la media vuelta y abortar la misión aquella vez. Kaz pensó en lo nefasta que era la mente a veces. Diez años después, el rostro del muchacho asesinado tenía la misma nitidez. Cada vez que soñaba con él, con cada gesto de rabia frente al destino plasmado en disparos y desesperación... Nunca supo cómo era su nombre. No obstante, Kaz cada noche construía una lápida eterna en su mente. Necesitaba dormir, pero por primera vez en décadas tenía miedo de hacerlo.
La incertidumbre rodeaba cada paso que daba y mucho más ahora que se oponía al maldito sistema que Baruk había planteado en esa penitenciaría.
«Si ganas peleas, podrías tener una mejor posición aquí. Ya sabes, más tranquilidad, más alimento, abrigo. Los reos te respetan, incluso podrías tener una perra».
De todo lo que ese imbécil le había ofrecido la idea del sexo era la que más le atraía. Recordó que los últimos meses con Sharik lo hacían todos los días. Su novio nunca estaba cansado cuando se trataba de disfrutar junto a él.
«Exnovio», su mente rápidamente hizo la aclaración mientras el corazón pataleaba.
Dios, se hacía tan difícil vivir sin su cuerpo.
Kaz respiró, se giró en la cama con un esfuerzo titánico y quedó bocarriba. Su corazón latió con fuerza y la sangre jugaba una especie de carrera de F1 en sus venas. De pronto, los desvaríos regresaban y, como si fuera una ironía del destino, lo mantenían lúcido. La locura era la que reavivaba su cordura.
El pene se deslizaba en la cavidad estrecha. Sharik agarró las manos de su amante y las llevó hacia su pecho. Necesitaba ser acariciado. Kaz cumplió sus anhelos; las manos firmes exploraban la piel cetrina. El moreno le sonrió y se mordió el labio inferior. Brad también lo hizo antes de pellizcar los sensibles pezones.
—¿Te gusta así?
—Dame más.
Esa noche, Sharik había salido a comer con su novio. Llevaban seis meses juntos. Como muestra de amor, este le regaló un par de deliciosas piezas de encaje y raso, de esas que a Sharik le gustaba lucir en el dormitorio junto a él.
Así era como, vestido con una tanga negra de encaje y un corsé de raso y ribetes dorados y negros entreabierto, Sharik estaba a horcajadas de su amante celebrando un nuevo mes juntos, un nuevo mes de sexo, pasión y, hasta lo que ese momento imaginaba, amor.
Kaz percibió la erección que se había formado pese a su débil estado de salud solo con ese recuerdo. Diablos, ¿por qué carajo no buscaba la forma de suicidarse y que todo terminara? Desesperado de dolor y de necesidad, acarició su hombría sobre el grueso pantalón. Frunció los labios y ahogó un gemido. Luego de pensarlo por algunos segundos, su mano viajó entre su ropa; la carne endurecida se sintió genial en su palma. Llevaba un maldito año sin sexo, un año sin probar el cuerpo de Sharik, sin escuchar sus gemidos, esos que se le escapaban incontrolables en medio de la faena.
«Te deseo tanto».
La mano en puño se deslizó por el miembro húmedo de arriba abajo. Sus caderas se levantaron en ese instante. A su mente no solo vinieron las imágenes, sino también una serie de aromas y sabores que lo llevarían al orgasmo en cuestión de minutos. El perfume entre frutal y especiado de Sharik. Su frescura, como si de pronto el mar se posara en su cálida piel. La suavidad. Las finas gotas de sudor que cubrían su espalda, las cuales Brad adoraba delinear y borrar con su lengua. Sí, el sabor salado de su sudor era lo mejor que había probado en su vida. Ni hablar de su esencia, la manera en que llenaba su boca y cómo el cuerpo del muchacho temblaba en sus fuertes manos, contra su musculoso cuerpo, que solo buscaba más.
Un gemido roto abandonó su boca. Brad abrió los ojos y se enfocó en el techo. Sus ojos verdes estaban empapados en lágrimas. Se había venido. Había soñado con su amor una vez más. Buscó papel para limpiar sus manos y el pene. Se sentó en la cama y fue consciente de que ya no había nada por lo que luchar.
Lo último importante de su vida Kaz lo perdió un año atrás. No había necesidad de resistir, aunque su mente rechazara la idea de rendición. Kaz sabía muy bien lo que tenía que hacer: aceptar las peleas que Baruk le propusiera y rogar que alguno de esos hijos de puta le quitara la vida.
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AMORES DE INVIERNO - S.B.O LIBRO 11 ( Romance Gay +18)
Romance¿Alguien está preparado para aceptar la muerte de los seres que ama? Sharik viene de una etapa muy dura debido a la enfermedad y la posterior muerte de su hermano menor. Se siente solo en un mundo en el que prácticamente no encaja, solo apoyado por...