•Encerrada•

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Sus ojos se abrieron después de las sacudidas y los incesantes golpeteos. Sabía que la habían traído en coche y sabía que ya no podria confiar en nadie, nunca más.
Todos sus recuerdos estaban borrosos de la noche anterior y sólo recordaba pequeños momentos en los que había abierto los ojos. Recordaba estar bailando con él y después... Todo estaba oscuro. Algunas luces pasaron por delante de ella, hubo golpes, gritos y reclamos, pero ella no podía simplemente abrir los ojos y luchar. Su cuerpo se negó a ello y no pudo evitar sucumbir al sueño.
Supo que la habían encerrado cuando al abrir los ojos no vio nada de luz, ni siquiera una ventana. Tardó unos minutos en darse cuenta de que se encontraba en una casa, encerrada en un armario.
Agobiada por el poco espacio empezó a dar golpes contra la puerta de madera, buscando alguna manera de respirar. No sabía dónde estaba ni qué había pasado. Estar sola en la oscuridad desconocida no la ayudaba para nada.
Más lagrimas cayeron por su cara sin ningún tipo de control. El maquillaje que la noche anterior había lucido se sentía asqueroso sobre su piel y las lágrimas seguro que se lo habían llevado, dejando regueros negros por sus mejillas.
Debería haber escuchado a Rosé, se reprendió. Debería haberla tenido en cuenta y haber pensado en lo que podría ocurrir si simplemente se dejaba llevar por aquél lobo.
Había sido brutalmente engañada.
Y lo peor era que seguramente era tan estúpida como para hacerlo de nuevo si se presentase la ocasión. Estaba segura de que si volviese a conocerle en otro lugar volvería a caer bajo sus encantos y simplemente volvería a ser engañada, como si nada. Como si fuese la niña estúpida que su madre siempre había creído que era.
Estuvo unos minutos más recordando su vida, los momentos anteriores a lo que había ocurrido y lo mucho que odiaba todo. Realmente se preguntó si podría haberlo evitado o si podría haber salido ilesa de sus sentimientos por aquel chico, pero sabía la respuesta perfectamente.
Sus gimoteos continuaron a pesar de que escuchó unas voces y pasos acercarse con velocidad hasta ella. Sin siquiera darse cuenta abrieron la puerta en la que estaba apoyada y ella cayó sobre el suelo de madera compacto. Se dió de bruces y se quejó por el golpe. A pesar de esto, unas manos agarraron su pelo, que estaba peinado en lo que había sido un moño precioso y delicado con pedrería sirénica, con brusquedad y la levantaron sin ningún tipo de cuidado. Ella volvió a quejarse pero decidió mantenerse callada frente a todo. Necesitaba saber dónde estaba y lo más importante: con quién.
—¿Ésta es? —dijo una voz femenina con ironía. Una criatura estirada se mostraba cual pequeña era frente a ella. Juraría que no mediría más que ella misma, lo que era, ciertamente, vergonzoso. —¿Ésta es una protegida de la Luna? —volvió a preguntar.
—Tiene el pelo como dijiste. —respondió una voz masculina detrás de ella. Al parecer era quien le estaba agarrando el pelo y manteniéndola erguida. —Es una sirena, seguidora de la noche. Tal y como nos dijiste. —la mujer la observó con los ojos muy abiertos.
—Extraordinario...—susurró mientras cogía uno de sus mechones platinos y lo observaba con detenimiento. Desde pequeña siempre había tenido el cabello de ese color y aunque en un inicio había sufrido insultos y burlas cuando creció su cabello se volvió una de sus más bonitas características. Casi nadie tenía el cabello como ella y eso le daba cierta exclusividad y atención que adoraba. Sin embargo, en ese preciso momento odió cada segundo e instante en el que aquella mujer la tocó.
Sus ojos daban miedo y su mano estaba helada y tenía uñas largas y puntiagudas. Se quedó todo lo quieta que pudo mientras la mujer asentía lentamente.
Entonces la agarró de la mandíbula y la hizo mirarla fijamente.
—Dime, niña...—empezó demandante. —¿De pequeña fuiste una chica débil? ¿Te pasó algo cuando eras un bebé? —ella se asustó ante aquella pregunta y simplemente se quedó quieta, sin saber qué decir. Ante la falta de respuesta la mujer apretó sus mejillas y ella se quejó no pudiendo evitar hacer un pequeño ruido. —¡Contesta!
—¡¿Qué quiere de mí?!—preguntó asustada y temblando. El hombre que estaba detrás de ella le tiró más del pelo y entonces se dió cuenta que tenía tanto las manos como los pies atados. Todo su cuerpo estaba en un estado de entumecimiento que no se sentía ni la punta de los dedos. ¿Cuánto tiempo llevaba ahí metida y con los pies y manos atados?
—Necesito que contestes a mis preguntas, ¿De acuerdo? —le preguntó intentando sonar menos dura, pero su tono fue especialmente borde. Aquéllo solo la asustó aún más y tembló en el sitio. Después asintió no queriendo enfadar más a aquella mujer. Sus ojos eran saltones y se notaba el cansancio y un poco de locura en ellos. Podía asegurar que esa mujer no estaba bien con sólo mirarla a los ojos.
—Solo quiero saber si te pasó algo de pequeña. —dijo la mujer entonces liberando sus mejillas un poco. Al ver que dudaba, puesto que era una pregunta demasiado genérica, hizo un ruido molesto. —¿Te diste algún golpe, tus padres te llevaron a algún lugar especial? ¡Algo! ¡Cualquier cosa extraña! —atemorizada por sus reclamos Jennie asintió, recordando una única ocasión en la que se produjo aquéllo.
—C-cuando era pequeña me metí en una corriente muy fuerte. —explicó. —Y me di un golpe en la cabeza que...—la mujer se quedó quieta y al ver que no continuaba le apretó la cara—que podría haberme matado.
—¡Exacto! —dijo la señora soltando su agarre y aplaudiendo. —¡Sigue, niña! ¡Acaba tu historia, vamos! —Jennie frunció el ceño más que confundida.
—Mis padres me llevaron a la Laguna Blanca...¡Pero no pienso llevaros allí! ¡Es un lugar sagrado! —la mujer sonrió triunfante ante aquél grito rebelde y le indicó al hombre que estaba detrás que tirara más de su pelo. Ella tuvo que estirarse en una postura nada agradable hacia atrás. Respiró xon dificultad y gruñó molesta. Antes moriría protegiendo su casa que venderla a aquellas criaturas.
—No te preocupes. —le dijo entonces en un tono calmado. —No nos interesa la Laguna, sino lo que sale de ella. —Jennie volvió a fruncir el ceño sin comprender nada. —Y más importante aún, la sangre de los que salen de ahí...—su cara se puso blanca en el momento en que la mujer dijo aquello. ¿Iban a matarla? ¿Iba a ser su final? ¡No podían acabar las cosas así! ¡Todavía tenía que darle una bofetada a aquél lobo por jugar con ella! ¡Tenía que decirle...!
—Pero, de verdad, no te preocupes por esto ahora.—dijo la mujer indicando a su esbirro que la soltase. Ella cayó al suelo con un golpe seco que no pudo evitar con las manos. Se dió en el costado y en la cara. La mujer rió con sorna—Hasta que encontremos a alguien que pueda controlar la sangre, tu vida no estará en peligro. —Jennie abrió los ojos de manera desmesurada sin entender absolutamente nada de lo que decía y menos aún la razón por la cuál querrían hacer algo así.
—¿Q-qué? —se atrevió a decir—Nadie puede controlar la sangre, no es un elemento...—soltó en un momento en el que la curiosidad pudo con ella. La mujer volvió a formar una sonrisa en sus labios. Además, el esbirro también le regaló alguna carcajada.
—Oh, pequeña, por supuesto que sí. —le dió la razón. —Pero nuestro cuerpo está compuesto en su mayoría por agua y sólo hay una criatura capaz de controlar esa agua...—ante la falta de respuesta se acercó a su oído como si fuera a contarle un oscuro secreto y susurró —Un akuana...

Akuana [SIN EDITAR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora