•Engañada y sola•

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Después del encontronazo con aquella mujer Jennie fue trasladada de lugar. Continuaba encerrada pero en una celda distinta. Actualmente estaba en lo que parecía un sótano, agarrada a una tubería gorda y vieja. Tenía unas esposas frías que apresaban sus muñecas y sus tobillos. Todo su cuerpo temblaba pero al menos estaba hidratada ya que cada cierto tiempo unos mecanismos esparcían agua por la estancia. No era suficiente, por supuesto. Pero Jennie creía que ellos lo sabían perfectamente.
En aquél tiempo que había estado sola en el pleno y basto silencio del lugar le había dado tiempo a pensar en todo lo que había ocurrido. ¿Por qué había sido engañada de aquella manera? Ella no pertenecía a una familia rica como SeokJin o la familia Kim. Sus padres no podrían pagar un rescate ni aunque quisiesen. Y nunca había oído hablar de una criatura que se hiciese llamar akuana. No creía que algo así existiese lo que hacía de su probabilidad de salir de allí más baja.
Ellos necesitaban de una de esas criaturas y a ella por... ¿Su sangre? Al parecer esa criatura podía... ¿Controlarla? Todo aquello le sonaba muy extraño, demasiado. Tal vez había oído de hablar de una criatura que podía controlar el agua dulce, unos antepasados de las sirenas que no podían transformarse. Unas criaturas de ríos...
Durante esos días había divagado entre sus pensamientos sobre aquélla misteriosa criatura, sin querer realmente indagar sobre porqué los que la habían apresado querían su sangre.
Y en todo ese tiempo, se acordó de él.
Por supuesto que se acordó de él.
La razón por la cual se encontraba ahí en ese momento. La razón por la que en un inicio todo se había ido al garete. La razón por la que había perdido todo, incluida a Rosé.
—Maldito hijo de puta...—susurró a las paredes recordando cuando la hizo sonreír. Recordando cuando la abrazó, cuando la besó por primera vez.
Aquella noche en que se conocieron nada volvió a ser lo mismo, y ella lo sabía...
Cuando frecuentaban clubs de licántropos era cuando más bonita y más cuidadosa tenía que ser. Los licántropos eran impulsivos, descontrolados y de los mejores clientes que nunca pudo tener la empresa para la que ella trabajaba. Eran pobres, en su mayoría, lo que no garantizaba un gran beneficio con un único cliente. Pero siendo varios te podías asegurar una buena cantidad. Ahora bien, el trabajo aumentaba en cuanto a cantidad y no calidad.
Recordó vagamente cuando la llevaron a ella y a Rosé a una fiesta de alto standing de vampiros. Su empresa había estado mucho tiempo intentando entrar en alguna de esas reuniones privadas y finalmente lo habían conseguido. A pesar de ello, ella no consiguió pescar a ninguno de los peces gordos chupasangre que había aquella noche reunidos. Pero Rosé se ganó algunos admiradores que la persiguieron por meses después de aquella velada. Jennie jamás podría olvidar cómo estuvo horas y horas comiéndole la oreja a uno de los mayores inversores del país, para ser despachada al final de la noche con un comentario soez: "eres preciosa, sirenita, pero deberías arreglar esa mala cara. Espantarás a tus objetivos..."
Ella sabía que no era demasiado dulce, sino que apuntaba más al lado picante de las relaciones y, en muchas ocasiones, eso la llevaba lejos. Sin embargo, no aquella noche que, además de avergonzarla, la dejó sin dinero.
La política de la empresa era clara: "o consigues clientes o no tienes nada" Y se aplicaba literalmente. También le frustró ver a Rosé triunfar entre la aristocracia. No es como si pudiera evitar sus celos porque a su compañera le fuese mejor, pero no pensaba negarlos tampoco. Rosé y ella no tenían la mejor relación, pero al menos se cuidaban. Cuando algún cliente se ponía demasiado chulo y necesitaban de la intervención de la otra lo hacían. Se detestaban pero eran buenas compañeras. Y, lo más importante, se entendían.
Aquella noche Rosé estaba demasiado ocupada como para prestarle atención suficiente. Había sucedido después de su triunfo con los vampiros y Jennie no pretendía acercarse a ella en al menos unas semanas. Su aura de orgullo y estúpida actitud altiva la ponía enferma. Tampoco le apetecía trabajar con licántropos aquella noche y tenía algunos ahorros para una noche como aquélla. Así que simplemente hizo lo que solía: se colocó en una barandilla que tenía vistas a la noche y la luna y se quedó aquí bebiendo el cutre cóctel que servían. Estaba malísimo pero necesitaba alcohol en su cuerpo para desperezarse y relajarse un poco.
No recordaba demasiado de esa noche más allá de que se la pasó la mayoría de ella totalmente sola, hasta que cierta presencia reclamó su atención. Un cuerpo se apoyó de espaldas a su lado, como dejándose caer y suspiró. Jennie no tenía ganas de tratar con lobos borrachos así que decidió ignorarle. El otro, ante la falta de atención carraspeó y la observó de reojo, esperando que ella hiciese algún movimiento. Pero nunca llegó, así que sin pensarlo mucho, actuó él.
—¿No hace mucho frío aquí? —aquello hizo que Jennie bebiese de su cóctel con el ceño fruncido. Aquello había sido patético. —Tal vez deberías entrar para no quedarte helada.
—Estoy bien. —contestó de manera cortante. El otro puso una mueca desagradada que no pudo evitar.
—Pero tal vez...
—Te lo diré claro—se giró para encararle—:no estoy disponible esta noche, así que coge tu patética labia y lárgate de aquí. —la contestación no podía haber sido peor. Debía admitir que se había dejado llevar por su rabia e ira contenida y tal vez se había pasado con su respuesta. Los licántropos eran jodidamente fuertes y ella era más bien pequeña. No debería jugársela de aquella manera. Sin embargo y a pesar de la reprimenda que se autohizo el otro se largó con viento fresco y sin insistir más. Aquéllo la dejó más alucinada fe lo que habría esperado en un momento. Normalmente todas las criaturas con las que se encontraban insistían hasta que tenían lo que querían de ella, fuese lo que fuese. De ahí su pacto silencioso con Rosé. Pero con ese cliente no hizo falta insistir, ni cabrearse, ni siquiera que su compañera interviniera. Y eso la decepcionó tanto como la dejó pasmada.
Sonrió recordando aquella primera noche. La primera de aquél problema, de aquello que la llevaría a estar encerrada actualmente. Los pequeños mecanismos espolvorearon de agua la estancia haciendo que ella suspirara de alivio. No aguantaba el ambiente de aquel lugar y si aquella hidratación no mejoraba, su cuerpo se vería afectado gravemente.
Mientras se revolvía en su miseria pensó en él, en su egoísmo, su poca empatía. «¿No le había importado lo más mínimo desde el principio?» se preguntó a sí misma. Todo era un desastre que le tenía la cabeza hecha un torbellino.
—O-odio esto...—murmuró antes de que el sueño la hiciese envolverse en sus peores pesadillas, que distaban mucho de la horripilante realidad.

Akuana [SIN EDITAR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora