CUARENTA Y TRES

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— Miento... — dije tocando mi frente — Se quedó en casa de Alfredo. 

— Pues cómprale otro entonces. — dijo obvio. 

— Iván... No todos podemos derrochar dinero por el aire. — reclamé — No pienso comprarle otro, cuando ni siquiera ha usado el que tiene. 

— Mi pa, se lo merece. ¿A que si, rey?. — dijo viéndolo. 

Negué divertida.

— Tendré que ir por él a casa de Alfredo. 

— ¿Tú?, ¿Volver a cada del Chuy mayor?. — me vio sorprendido. 

— Sí... — dije segura — ¿Qué tiene?. 

— Nada, nada. Adelante... — rio — Ah, pero tal vez no esté en su casa. — agregó. 

— ¿Por qué lo dices?. — pregunté mientras me ponía los tenis.

— Le mandé mensaje antes de que llegara aquí. Pero me dijo que iba a estar ocupado. — pensó  — Por eso me vine aquí contigo. 

Ahora yo volteé a verlo sorprendida.

— Te correría, Archivaldo... — dije "seria" señalándolo con mi dedo. Quería reírme — Pero necesito que cuides a mi hijo. Y por lo otro no te preocupes... Él dijo que podía ir cuando quisiera, y que no había necesidad de que él estuviera ahí.

— Ellaaa. — canturreó — Reclamando sus bienes mancomunados. — lo miré aburrida — Ash, a ti no se te puede hacer ni una bromita. — rodó los ojos — Vente Chuyito... Te voy a enseñar unos corridos bien perrones que me acaba de hacer. 

Tomé las llaves de mi coche, y antes de salir por completo, me detuve en la puerta.

— ¡No tardo!. — grité, y salí.

...

Suspiré al estacionarme frente a la gran puerta de la casa. Tenía MESES, que no me paraba por aquí.

Bajé del coche acercándome a la entrada, y junto a mi, los muchachos.

— Emilia. Que bueno... Verte por acá. — empezó a mirar a quienes venían conmigo. Aunque sólo era una camioneta con dos muchachos de Ovidio — Pero, qué haces. El patrón no me dijo nada acerca de vendrías.

— Ah, no. — sonreí — De hecho Alfredo no sabe. O bueno, no que vendría hoy. Pero me tomé el atrevimiento de venir, por que necesitaba algunas cosas de Landito que aún seguían aquí. Por eso. — expliqué.

— Bien. — asintió y dijo un tanto raro. 

— ¿Puedo pasar?. — pregunté.

— Eehh, yo... — empezó a balbucear — Es que... 

— ¿Pasa algo, Ramón?. — volví a preguntar.

— No. — dijo rápido — Sólo que... El patrón está con un socio muy importante en su oficina, y... Ahorita creo no te podrá atender. — explicó.

— Pero vine por algunas cosas. No pasa nada Ramón. — dije sin importancia — Nadie notará que estuve ahí. — tomé la manija de la puerta, girándola.

Ramón iba a decir algo. Pero suspiró, y sólo terminó asintiendo.

— Pasa, Emilia. 

— Gracias, Ramón. — le sonreí.

Entré "sigilosamente" tratando de no hacer ruido. Precisamente para que no notaran mi presencia. 

Con facilidad en una de las maletitas, que alguna vez habíamos comprado para Alejandro, metí algo de ropa y zapatos que muy probablemente ya le podría quedar, unos peluches y juguetes, y algunas cobijitas.

Por último, tomé el gimnasio que era por lo que principalmente había venido. Y nuevamente salí con la pequeña maleta de la habitación, cargándola con la mano para que no hiciera ruido. 

Antes de llegar al inicio de las escaleras, pasé por la habitación de Alf. Y siendo honesta, me entró algo de curiosidad saber que había pasado en todo este tiempo. Si aún conservaba algunas de mis cosas, aunque sabia que no debía hacerme falsas esperanzas.

Me acerqué a la puerta dispuesta abrir la puerta, pero unos gemidos que al parecer provenían de ahí dentro, me detuvieron.

— Ahh... Ahh... Más rápido, Fredy. — se escuchó una voz femenina. 

El sonido parecido al de un aplauso fuerte, me hizo sobresaltar y volver a la realidad. 

Volví a tomar las cosas sin hacer ruido. Bajé y salí de ahí lo más rápido que pude.

— ¿Todo bien?. — preguntó Ramón. 

— Si, sí. Todo bien. — sonreír — Te dije que era rápido. 

— Si... Deja te ayudo. 

Cuando menos lo pensé, ya estaba manejando de nuevo, camino a mi departamento. Suspiré al recordar lo que había pasado.

—Alf... Creí que realmente podíamos volver a intentarlo. — limpié una pequeña lágrima rebelde que resbalaba por mi mejilla.

Narrador omnisciente 

Alfredo tiró su cabeza hacia atrás, indicando que por fin, había llegado al clímax. Algo agitado, se dejó caer a un lado de la cama, dándose la espalda a la pelinegra voluptuosa que estaba en su cama.

— ¿Por qué me llamabas Emilia, eh?. — preguntó la pelinegra — Si me ofendí.

— Cállate, ¿De que te quejas?. Para eso te estoy pagando. — dijo sin importancia. 

— No me compares con ninguna de tus zorras. 

Él rio, dándose la vuelta hacia ella.

— No es ninguna zorra. — la tomó del cuello haciendo algo de presión — Es la mamá de mi hijo, el amor de mi vida, y la mujer que amo. Así que la respetas. — dijo por último soltándola bruscamente. 

— ¿Y nosotros?. Acabamos de hacer el amor. — preguntó la pelinegra. 

— Ah, ah, ah. — chistó negando — Te estoy pagando, por esto. — le dio un fajo de billetes — Eso no es hacer el amor. 

Ella sólo rodó los ojos, dejando caer su cuerpo desnudo en la cama. 

— Anda, que en menos de cinco minutos te quiero fuera de mi casa. — terminó de ponerse el pants saliendo de la habitación sin camisa. 

Alfredo bajó las escaleras, yendo directamente a la cocina en busca de algo que comer. Mientras degustaba de una manzana, encendió su celular viendo los mensajes que su jefe de seguridad de la casa le había mandado. 

"Patrón, vino a la casa".

Algo extrañado tomó su radio, y le ordenó que fuera hacia donde estaba. 

— Qué pasó, Ramón. ¿Qué me querías decir?. — le habló mientras veía que llegaba a la cocina. 

— Patrón, la señorita Emilia vino a la casa. 

— ¿Ella está aquí?. — preguntó entusiasmado.

Pero su hombre negó.

— Vino hace como veinte minutos. — el cuerpo de Alfredo se tensó al escucharlo — Le dije que usted estaba ocupado. Pero aún así ella ingresó a la casa.

— ¿Sabes a que vino?. — preguntó algo temeroso.

— Dijo que se llevaría algunas cosas que eran para el niño Alejandro. Salió con dos maletas y una camita — explicó.

Puta madre. Pensó Alfredo.

— Te dijo algo sobre... — insinuó refriéndose a la mujer que estaba adentro. 

— No, pero. La noté rara. — lo miró.

— ¿Cómo rara?. — preguntó.

— Cómo ida... O triste.

— Verga... — Alfredo se llevó la manos a su cara en signo de frustración — Gracias, Ramón. Puedes retirarte.

El mencionado asintió y se fue.

— Qué pendejo estás, Alfredo. — dijo para sí mismo.

Más que Amigos - JAGSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora