CUARENTA Y DOS

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Una vez, más cerca. Giré mi vista hacia donde estaba él, encontrándome con su mirada.

— Emi. — sonrió — Mira esto. — señaló uno de los portarretratos — ¿Te acuerdas?.

 — señaló uno de los portarretratos — ¿Te acuerdas?

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Éramos el y yo en la foto.

— Nuestra cena de graduación de la prepa. — sonreí tomando la foto — Caro que sí. Cómo olvidarlo.

— Y, ¿Recuerdas lo que pasó esa noche?. — me miró divertido. 

Solté una leve carcajada, y asentí.

— Sii. — sonreí — Encerraste a Isabel en el baño, ¿Qué necesidad, eh?. — lo volteé a ver.

— No se me quitaba de encima. — se excusó.

— Y luego me tuve que hacer pasar por tu novia, para que te dejara en paz... — recordé.

Ambos nos quedamos algunos segundo en silencio. Hasta que él habló.

— Quién diría que ahora tendríamos un hijo. — soltó y suspiró — Emilia... — habló queriendo tomar mi mano. Pero fui más rápida.

— Con permiso. Iré por Alejandro. — dije yéndome antes de que pudiera continuar.

Avancé lo más rápido que pude, sin la necesidad de correr. Tampoco quería llamar la atención de nadie.

Llegué a dónde anteriormente estaba con Adriana e Irene, pero la primera no estaba. Y en su lugar, se encontraba Grisel.

— ¡Emiliaa!. — exclamó Gris, mientras levantaba los brazos — Ven, wey.

Evidentemente, ya estaba ebria.

— ¿Cómo andas?. — le pregunté. 

— Andamos, que es lo importante. — respondió arrastrando las palabras.

— ¡Llegó el Mariachi!. — dijo en lo alto, Ale. 

De la puerta salieron varios tipos con trajes color blanco e instrumentos en mano, poniéndose al rededor en media luna, mientras tocaban las mañanitas.

Don Joaquín tomó la mano de Alejandrina llevándola al centro. Se veía bastante contenta.

— ¡Ealee!. Fiestero como todo un Guzmán. — gritó Gris al ver a Chuyito "bailando" en los brazos de Ale.

...

Pasaron un par de horas, y aún el mariachi seguía tocando canción, tras canción. No se me haría raro que después fueran atraer banda, para seguir la fiesta.

— Esa mera, ¡Esa!. — se escuchó la voz de Ovidio emocionado. 

— Arránquese, pues. — ordenó Iván. 

Al empezar la canción, traté de distraer a Alejandro con el sonido de la música. Pareció funcionar por el momento.

Te vas, porque yo quiero que te vayas, a la hora que yo quiera te detengo. Yo sé que mi cariño te hace falta, porque quieras o no, yo soy tu dueño. 

Las voces de Iván, Ovidio, Joaquín y Alfredo se escuchó al ritmo de la música. Y quienes estábamos ahí, les empezamos a aplaudir animándolos.

Mientras Iván utilizaba el puño de Ovidio como micrófono. La mirada de Alfredo conectó con la mía, sin dejar de cantar. 

Yo quiero que te vayas por el mundo, y quiero que conozcas mucha gente. Yo quiero que te besen otros labios, para que me compares, hoy, cómo siempre. — corté el contacto visual. No pude sostenerle la mirada.

Todos disfrutaban del show que Ovidio e Iván, les estaban dando. Pero sólo Alfredo yo, sabíamos de nuestro momento. O eso creía.

Si encuentras un amor que te comprenda, y sientes que te quiere más que nadie. Entonces yo daré la media vuelta, y me iré con el sol, cuando muera la tarde. 

Sentí que Alejandro se empezó a remover en mis brazos inquieto, mientras hacia pucheros.

Era la excusa perfecta para irme.

— Voy adentro, Gris. — le hablé cerca de su oído — Landito, seguro tiene hambre. — esperé a que dijera algo, pero sólo asintió, sin mirarme. 

Acosté en el sofá a Alejandro, mientras le preparaba un bibi.

— Espérame, hijo. — dije desesperada al escucharlo llorar. 

Haciendo malabares lo volví a tomar en mis brazos, mientras agitaba el biberón.

— Ya, ya... — lo calmé poniéndolo en su boquita, y al instante empezó a succionar de este haciéndome reír.

— ¿Si traía hambre, Chuyito?. — se escuchó la voz de la señora Consuelo, sentándose frente a nosotros. 

— Siii. Y eso que es la tercera vez que come, desde que llegamos aquí. — expliqué.

— Igualito a su papá y abuelo. — dijo con cierta nostalgia. 

— ¿Sí?. — pregunté y ella asintió. 

— Mija... No quiero parecer metiche, pero, ¿Tienen problemas tu y mi nieto?. — preguntó viéndome. 

— Pueess... — me interrumpió. 

— Algo así me contó mi Ratoncito. — agregó. 

"Pinche Ovidio, mitotero." Pensé.

— Pues, de hecho... No le voy a mentir, si discutimos hace algunos meses atrás, pero. — hice una pausa para pasar saliva — Estamos bien. Todo sea por el bien de Alejandro. 

— ¿Y el de ustedes?. También tienen que estar bien, por ustedes... Pasaron de ser uña y mugre, a estar cada quién por su lado. 

— Son cosas que pasan... Supongo. — dije buscando alguna excusa.

Negó.

— No mija. Todo tiene solución, sólo es cuestión de quitarnos ese maldito orgullo que... híjole, como nos detiene para todo... — suspiró — Pero, por favor platíquenlo. Es por el bien del niño, pero sobre todo, por el bien de ustedes dos. No echen a la basura tantos años juntos. 

Asentí. — Gracias, señora. — le sonreí. 

— No es nada, mija. — acarició la cabecita de Alejandro — Piénsalo. — dijo por último, para luego irse.

Respiré hondo, soltando por la boca.

Tal vez y tenga razón.

Más que Amigos - JAGSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora