TREINTA Y CUATRO

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— ¡Llegaamoos!. — se escuchó la voz de Ovidio por toda la casa. 

Reí al escucharlo.

— Acá en la cocina. — grité. 

Pronto aparecieron Adriana con la pañalera  y la maleta, y Ovidio con Alejandro en brazos.

— Qué caballeroso eres, Ratón. — negué quitándole la pañalera a Adriana.

— Es que mi pá, no se le quiere despegar a su tío favorito. ¿Ah que sí?. — hablándole a Landito.

— ¿Gustan?. Es fruta. — pregunté ofreciéndoles.

— No gracias, Emi. Acabamos de comer. 

— Yo si le entro. — dijo Ovidio agarrando un pedazo. 

— Ay, señor. — habló Adriana. 

— Vente, amor. — aplaudí y estiré mis brazos para cargar a Alejandro — Te extrañé mucho. ¿Cómo se portó?.

— Muy bien. — contestó Adriana — Pensé que estaría inquieto, por desconocer el lugar. Pero no, todo bien. — sonrió — Eso sí. Durmió bastante, con el tío. Hasta apenas hace rato se despertaron, y sólo para pedir de comer. 

— Es cosa de Guzmanes. — dijo aún con la boca llena de fruta — Hablando de... ¿Y el Alfredillo?.

— Fue a Colombia con Iván y Joaquín. — dije aún viendo a Chuyito — Pensé que sabías.

Volví mi vista hacia ellos; Ovidio y Adriana se miraban entre sí. Compartiéndose los mismos gestos de confusión. 

— ¿Colombia?. — dijo viéndome.

— Sii. No me dijo a qué realmente. Pero sólo sé que estarían una semana allá, o bueno. Es lo que casi siempre dura en esos viajes.

Ovidio asintió. — Entiendo. — suspiró — Bueno Zoé, nuestra misión aquí termina. — dijo acercándose a mi y Alejandro, besando su cabeza — Nos vemos pronto, ratita. 

— Bye, Emi. Te veo luego. — se despidió Adriana.

— Va, luego nos vemos. Cuídense. 

Los acompañé a la puerta, junto con Landito. Esperé a que arrancara su camioneta, y de los muchachos de Ovidio, para luego meterme de nuevo.


(Mientras tanto Adriana y Ovidio)

— Por qué Alfredo le mentiría a Emilia sobre Joaquín. — le preguntó a su esposo, mientras que miraba detrás del vidrio oscuro, a Emilia.

— No lo sé. No sé que ande tramando Alf.

— ¿Crees que sea... Eso?. — insinuó.

— Le voy a preguntar a Iván que tan cierto es, y espero que no sea lo que estoy pensando. — dijo prendiendo su camioneta, dando marca de regreso a su casa.


ALFREDO

Volví a darle un trago a mi bebida. 

A pesar que habían pasado algunos días, sobre lo sucedido con Emilia y el pendejo de Bastidas. Aún no estaba tranquilo. Sabía que al reencontrarse en la fiesta, esto volvería a suceder.

Los brazos de Irina rodearon sobre mis hombros y pecho, besando mi cuello en repetidas veces.

— Qué pasa, Alf. — dijo aún abrazándome — ¿No, nos la estábamos pasando increíble?. 

— Esto está mal, Irina. — suspiré — Emilia no se lo merece. 

— Pero ya lo hiciste. Y además, ni siquiera es tu novia. — chilló — Que tengan un hijo, no significa nada. 

— ¡Claro que sí!. — reclamé, quitándola sobre de mi — Es la mamá de mi hijo. Tú jefa y la tienes que respetar por sobre todas las cosas, aunque te cale. 

— Muy la mamá de tu hijo, pero ni siquiera tú la respetaste. — dijo cruzándose de brazos — Mira que pedirle una oportunidad, y no aprovecharla. 

La miré mal. Pero tenía razón. 

— Vete de aquí. — dije volteándome, hacia donde miraba anteriormente.

— Pero. Pues yo que tú, no confiaría tanto en ella. — no contesté  — Puede que no sea muy tu hijo.

— Qu... ¿Por qué chingados dices tantas pendejadas?. — volteé a verla.

— O no te contó sobre Víctor. — dijo viéndome con burla.

— ¿Quién chingados es Víctor?. — podía sentir mi entrecejo duro. 

— Enserio. Muy amigos, según. — soltó una sonora carcajada — Pero bueno, yo lo haré. — puso su mano y brazo detrás de mi cuello — Víctor es un... ¿Cómo podría decirlo?. ¿Amigo?, o quién sabe. Pero. — hizo una pausa — El chiste es que estuvieron juntos en Zapopan, algo así nos contó Emilia. 

— No te creo. — negué. 

— Pregúntale a las demás chicas de la boutique. — soltó segura — A todas nos contó lo mismo. Y quien sabe... Tal vez, pasaron otras cosas. Muy fiel, no creo que sea. 

— Eres una mierda, Irina. Cómo puedes hablar así de Emilia. Ella te tendió la mano cuando nadie más lo hizo. 

La verdad si estaba enojado. Y no sabía si era por lo que me acababa de decir, o por como hablaba de ella.

— Pues yo sólo te digo la verdad, por que tú a mi, si me importas... Qué más prueba quieres, que ahora que estás acá, ella salió con José Miguel. 

— ¡Ya basta, Irina!. — le grité — Recoge tus cosas, que ahorita mismo te llevan al aeropuerto. 

— Sólo piénsalo, Alf. — se fue, no sin antes dejar un beso en mi mejilla. 

Me ardía en sólo pensar que Emilia me había visto la cara de pendejo. Odiaba admitirlo, pero Irina tenía razón. Eché a perder mi oportunidad con ella.

— ¡Maldita sea!. 

Más que Amigos - JAGSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora