Prólogo

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El Padre Manuel había decidido iniciar una hora de confesión después de haber terminado la celebración de la Santa Misa, anunciando a los asistentes que quien quisiera buscar la misericordia de Dios pasaran con él al confesionario.

Una gran cantidad de personas comenzaron a hacer fila hacia el lugar indicado; hombres y mujeres deseosos del perdón de Él Salvador ante todas las cosas que habían hecho, unos se confesaban por haber robado, otros por haber cometido adulterio y algunos otros por juzgar al prójimo y escupir mentiras.

El pan de cada día.

Al Padre Manuel nada le sorprendía, en sus 20 años como sacerdote había escuchado un sinfín de pecados que inclusive le parecía repetitivo realizar la confesión porque todos compartían casi las mismas penas.

Vaya.

Sinceramente se sentía agradecido de que nunca le haya tocado que algún fiel creyente le confesara un pecado bizarro o que lo pusiera en una situación legal, ya que él no podía romper el secreto de confesión por más atroz que el pecado fuera.

Hoy era su día de suerte...

Las nubes grises comenzaron a mostrarse en el cielo y fue cuestión de minutos para que el agua comenzara a caer alejando a muchos feligreses que prefirieron dejar la confesión para otro día.

El sacerdote eligió esperar unos minutos más por si un alma desesperada por el sacramento de la reconciliación pudiera aparecer entre la lluvia.

Pasaron solamente cinco minutos.

Escuchó unas pisadas acercarse al habitáculo y la respiración agitada de lo que supuso, era un hombre.

Esperó unos segundos para que aquella silueta se hincara frente a él quedando separados por una pequeña ventanilla hecha de malla.

Ave María Purísima...—

—Sin pecado concebido.—

El padre Manuel tomó su rosario del cuello y esperó que la persona comenzará a hablar.

-—Perdóneme padre, porque he pecado.- soltó con voz agitada.—

La gracia y el perdón de Dios no tiene límites.—

Silencio.

Cuenta tus pecados y serás libre...—

Jungkook recordó lo que sucedió esa tarde y miró a sus manos anteriormente ensangrentadas con cautela.

¿Se arrepentía de lo ocurrido?

El padre Manuel escuchó una risita del otro lado y frunció el ceño.

¿Quieres decir algo?.—

Silencio.

El día de hoy mi madre murió, padre.—

El sacerdote asintió con la cabeza a pesar de saber que aquel hombre no se iba a percatar de ello.

— Mi padre la mató... después de tanto tiempo la mató y... y-yo maté a mi padre. Lo asesiné... lo asesiné y tenía que decírselo a alguien, pero... pero usted no puede saber dónde dejé el cuerpo.Su voz era casi un susurro y el padre podría sentir el temblor de sus labios, pero no era por arrepentimiento o dolor.

Puta madre.

Genial.

Un asesino se estaba confesando y creyó que comenzaba a odiar el secreto de confesión.

Sin embargo, no podía acusar al chico.

Hijo... ¿vienes aquí por qué estás arrepentido?.—

Títere - Kookmin (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora