LUCIA
No podía ser posible, esto no podía estar pasando. Ya era una condena tener que estar aquí contra mi voluntad como para ahora encontrarme con esta situación. Al adentrarme en casa de Rafael y oír esa voz tan familiar un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Allí estaba, delante de mí, con su pelo moreno revuelto y su piel tostada. Sus ojos se clavaron en los míos, al principio pude ver en ellos la desesperación. La desesperación por abrazarme y romper en llanto, pero por otro lado había un atisbo en su mirada de terror e incertidumbre. Sabía muy bien lo que estaba causando esa sensación. Eran los dos canes que se encontraban detrás nuestra mirándonos expectantes. Ante esa situación por mi cabeza solo rondaba una pregunta; ¿Por qué ella?
Lucia sin pensarlo un segundo más se abalanzó sobre su amiga rodeándola con sus brazos. aspirando su olor, hundiendo su cara en su pelo alborotado que tanto le gustaba. Al separarse de ella pudo ver sus ojos cristalizarse al igual que los de ella, ambas rompieron en llanto, pero sin siquiera separarse la una de la otra.
—Lo siento Elena, es todo por mi culpa— dijo sollozando mientras sus manos recorrían el rostro de su amiga limpiándola las lágrimas que dibujaban un recorrido hasta su barbilla.
- No, no lo sé- dijo la morena. Acto seguido su mirada se deslizó hacia los canes los cuales analizaban aquella escena.
— ¿Cómo has podido? ¡No era suficiente tortura tenerme aquí en contra de mi voluntad, que ahora secuestras a mi amiga! — dijo la pecosa dándose la vuelta encarando a Maciel.
— Yo no he tenido nada que ver con esto— dijo frunciendo el ceño al mismo tiempo que dirigía la mirada hacia Rafael.
— ¿¡Tu!?, ¿Cómo has podido? — dijo la pecosa avanzando hacia el para plantarle cara. Ante el frenesí de rabia que estaba sintiendo lo único que pudo hacer cuando estuvo lo suficientemente cerca de él fue asestarle un puñetazo en el pecho, pero Rafael apenas se inmuto.
— Lucia para, no vas a conseguir nada así— dijo Maciel separando a la pecosa de su amigo.
— Suéltala, ella no tiene nada que ver con esto— dijo la pecosa encarando a Maciel.
— No puedo, ya nos ha visto, te ha visto a ti, es demasiado arriesgado— dijo Maciel tensando la mandíbula.
— Sois unos desgraciados— dijo apartándose de ellos poniéndose al lado de Elena— ¿No era suficiente conmigo verdad?
— Lucia tranquila— dijo Elena agarrando con delicadeza la mano de su amiga para intentar calmarla.
— No puedo tranquilizarme Elena, no sabes de lo que son capaces— respondió la pecosa lanzándoles una mirada asesina a los dos canes.
— ¡Bueno basta ya!, el único que ha tenido la idea de traerla aquí he sido yo y hare lo que quiera con ella, aquí Maciel no es el único que puede darse caprichos— dijo agarrando a la pecosa de un brazo tirando de ella para separarla de su amiga— Y ahora iros, ella y yo tenemos mucho de qué hablar, ¿verdad cariño? — soltó cogiendo a Elena por la cintura mientras le sostenía con su otra mano por el mentón.
Maciel agarro a Lucia y la sacó de la casa de Rafael forcejeando con ella, esta ponía todo su empeño en resistirse para no salir, arañando y golpeando el pecho de Maciel el cual ni se inmuto ante estos actos. Una vez fuera de la casa de encaminaron hacia el bosque. Lucia estaba hecha un amasijo de nervios y furia como para darse cuenta de hacia dónde se dirigían. Maciel cuando llego al punto de estar extasiado de tener que luchar contra ella, de un rápido movimiento agarró a la pecosa por debajo de su trasero y se la echó al hombro como si fuera un saco de patatas. Maciel siguió caminando con paso firme hasta llegar al sitio, al llegar allí bajo a la pecosa la cual soltaba espumarajos por la boca de lo enfadada que estaba, pero sabía que eso no la serviría para nada.

ESTÁS LEYENDO
Petricor
RomantizmCuando la lluvia cae sobre el espeso bosque, todo ser vivo se esconde para no dejar rastro y dejar que el enemigo se abra paso entre los árboles destruyendo y masacrando. Canes, así es como les llaman los habitantes del pueblo. No sienten pena ni a...