Capitulo 31

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Maciel furioso entro en casa murmurando varias palabras, que, aunque Lucía no las llegara a oír sabía perfectamente que se trataba de varios insultos dirigidos al mal nacido de Tomas.

— Me las va a pagar— le oyó decir en un tono más elevado.

—Tranquilo, es solo cuestión de tiempo— le intentó tranquilizar.

La pecosa le siguió por el amplio salón intentando alcanzarlo. Sabia las ganas que tenia de ponerle las manos encima a Tomas y si era necesario matarle con estas mismas, ya no era solo porque secuestrara a Elena, sino por la enfermiza obsesión por Lucía. Estaba desquiciado, había varios frentes peligrosos ante él. Adam, que quería acabar con todos ellos por haberle echado las garras a su única hija y Tomas, que se estaba esforzando por dar por culo todo lo que podía. Y eso no era lo que más le preocupaba, lo que le tenía pensativo la mayoría de los días era que se acercaba una fecha muy importante para todos los Canes. Aunque no se lo dijera a Lucía, ella sabía perfectamente de que se trataba.

—Voy a preparar algo de comer— la pecosa le dejo en el salón y se dirigió a la cocina para preparar algo sencillo y rápido.

Cuando terminaron de comer Maciel había dejado el plato casi lleno, no tenía apenas apetito. Sin dirigirla la palabra se fue a la habitación, Lucía supuso que, a descansar un poco, esta cuando recogió todo se quedó en el sofá acompañada de Kaiser. Pasó un tiempo hasta que delante de la gran cristalera que había en el salón vio pasar por allí a Silvestre. Lucía sin perder ni un segundo se levantó de un salto decidida a salir. Las puestas de la casa estaban abiertas, Maciel ni se molestaba en poner algo de seguridad, no es que confiera en ella, que la verdad es que todavía no lo hacía del todo, pero sabía perfectamente que no tendría a donde ir. Abrió la puerta de la entrada y con los pasos acelerados se aproximó hacia Silvestre.

— Silvestre— era la primera vez que lo llamaba por su nombre. Este ni siquiera se giró, tan solo ladeo la cabeza para mirar de reojo quien lo había llamado, al ver quien era ni siquiera se molestó en pararse, sino que siguió su camino.

— ¿Qué es lo que quieres? — quiso saber. Caminaba con las manos metidas en los bolsillos de su vaquero y la máscara le colgaba de la cintura atada al cinturón de cuero marrón que llevaba.

— Necesito hablar contigo— dijo la pecosa siguiéndole el paso un poco más atrás.

— Tú y yo no tenemos que hablar de nada— lo dijo en un tono seco que a Lucía la pareció muy molesto.

— Pues yo creo que si— se paró en seco, con un tono firme de voz.

Silvestre soltó un suspiro de resignación, detuvo sus pasos y se dio la vuelta para mirar a la pecosa al mismo tiempo que se cruzaba de brazos.

—Está bien, habla.

— Se que últimamente habéis estado muy ocupados con varios asuntos y quiero pedirte un favor.

— ¿Tu? — emitió una risa sonora— No veo que favor te puedo hacer, desde que mi hijo te trajo aquí no has causado nada más que problemas.

— Lo sé, pero...— se quedó un momento pensativa— ¿Y si pudiera retrasar uno de esos problemas?, hasta que los demás se hayan solucionado.

Silvestre frunció el ceño algo pensativo intentando averiguar de que se trataba.

—Explícate.

— Quiero que me lleves hasta el pueblo para hablar con mi padre...— antes de que pudiera seguir diciendo algo Silvestre la interrumpió.

— Ni hablar, no voy a hacer eso— dio un paso para darse la vuelta, pero la pecosa volvió a hablar.

— Hablare con él, le diré que retire a los hombres que están infiltrados entre vosotros, así podréis solucionar el problema de Tomas y quitárosle de en medio, tanto a él como a toda su gente.

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