Lluvia, era lo único que Lucía veía cada mañana al despertar, cubriendo el suelo desprendiendo un olor el cual para ella era agradable. Sumergida en sus pensamiento y en cómo seria estar lejos del lugar donde ella vivía, alejada del temor y del miedo. Lucía, desde que nació, su madre y su padre la decían que tuviera cuidado y que no saliera afuera, decían que era peligroso y así fue, Lucía no salía apenas, se quedaba en casa jugando en su habitación con su gata blanca como la nieve de ojos azules, pintando las paredes que la rodeaban cada día, en ellas dibujaba flores de distintos colores con pequeñas gotas que caían sobre ellas, a Lucía la encantaba la lluvia, tanto era que cada vez que llovía se escapaba al bosque que había detrás de su casa para sentir las gotas caer sobre su piel, hasta que un día a la edad de 13 años iba por el bosque enfundada en una capa de lana que sí abuela la tejió, tropezó al volver a casa con un niño con una mascara de lobo, se la quedo mirando, su corazón empezó a latir muy deprisa, aquel niño levanto su brazo, su mano empuñaba un machete manchado de sangre, estaba dispuesto a matarla, Lucía corrió con todas sus fuerzas hasta llegar a casa con aquel muchacho pisándole los talones, en cuanto puso un pie dentro de su casa el muchacho se detuvo y la miro por ultima vez, pero antes de irse su voz sonó dejando salir unas palabras, las cuales hicieron que la piel de Lucía se pusiera de gallina.
- Serás mía Caperucita.
Desde ese entonces Lucía no pensaba en otra cosa, sus padres la dijeron que no volviera a salir al bosque, que era peligroso y después de lo que la paso tuvieron mas cuidado, pero Lucía no tenia miedo, sino curiosidad por saber quien era ese muchacho. Cuando cumplió los 16 sus padres se lo contaron todo, no podrían estar mintiéndola toda su vida por que al final se daría cuenta. La contaron todo, hasta el mínimo detalle, pero ella ni se inmutó, no tenia miedo sino fascinación, quería averiguar el por que de ese comportamiento tan extraño de esas personas que acechaban el pueblo cuando la lluvia caía y por que era tan peligroso entrar en el bosque.
Lucía cada vez que llovía una tristeza la invadía el cuerpo, ella amaba la lluvia, quería salir y que las gotas tocasen su piel y que el olor inundase sus fosas nasales. Para ella todo eso era una relajación y un placer intenso que la hacía despegar y llevarla a un lugar sin peligro ni riesgo de muerte, pero cuando la pecosa habría sus ojos veía que seguía en el mismo sitio en el que nació acechado por esos hombres con apariencia extraña.
Según iban pasando los años Lucía sentía mas curiosidad por esos hombres, la forma que tenían de actuar y el porque de ese comportamiento. Se llevaban a gente para luego no volverla a ver mas, y si por algún casual aparecían eran descuartizados o muertos, descompuestos por el paso de los días y nadie sabia con que fin lo hacían. Canes, así era como les llamaban, ya que su aspecto y comportamiento era similar al de unos lobos hambrientos, llevaban mascaras de lobo e iban armados con machetes o cuchillos y cuando se acercaban al pueblo emitían gruñidos y aullidos, eso a Lucía la ponía los pelos de punta.
Pasaron los años y a la edad de 19 años Lucía se había convertido en una mujer fuerte, de ojos verdes y pelo rubio oscuro con una infinidad de pecas por su cuerpo, el cual era voluptuoso pero sin ser muy delgado, tenia los muslos y caderas gruesas, un abdomen un poco marcado y brazos fuertes, ya que se entrenaba y salía a correr por donde se le estaba permitido. No conseguía adentrarse en el bosque mucho, el tiempo suficiente para darse una vuelta y regresar al pueblo lo antes posible, no quería preocupar a sus padres, si la llegase a pasar algo no se lo perdonarían. Como cada mañana al volver de su entreno le esperaba Safira, su gata blanca, a los pies de su casa. Sus padres se la regalaron cuando cumplió los 10 años y desde entonces se habían vuelto inseparables.
- ¡Ya estoy en casa!- gritó Lucía entrando por la puerta con Safira en brazos.
- Genial cariño, ¿Qué tal se te a dado?- dijo su madre apareciendo por el patio.
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Petricor
RomanceCuando la lluvia cae sobre el espeso bosque, todo ser vivo se esconde para no dejar rastro y dejar que el enemigo se abra paso entre los árboles destruyendo y masacrando. Canes, así es como les llaman los habitantes del pueblo. No sienten pena ni a...