III. El cumpleaños

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Este capítulo es particularmente largo (once mil quinientas palabras, cof). No están obligados a leerlo ni nada por el estilo porque no aporta nada particularmente relativo para el futuro. Lo que yo recomendaría sería leer el día nueve, que es el último (dado que este capítulo se divide en días), puesto que son los regalos que Gellert me da y se mencionan en el futuro, so, para que estén un poco informados al respecto, digamos.

Nada más, un besito<3.

°°°

En algún bosque al que Gellert pensó que sería buena idea llevarme por mi cumpleaños, Europa.
Domingo 1 de septiembre, 1994.
09:52 hrs.

Primer día.

Gellert tenía la costumbre de hacer una «fiesta» durante nueve días. Desde el primero de septiembre hasta el nueve (mi cumpleaños) para celebrar dicha festividad. Durante esos nueve días hacía cosas diferentes, raras, locas, y extremas.

El verdadero Livin' la vida loca, básicamente.

Y como Gellert y Albus hacían el traca-traca, pues tenía un trato «preferencial». Por lo que se me era permitido llegar el diez de septiembre al colegio.

Ese año, Gellert decidió llevarme al bosque. Merlín sabrá a qué bosque me llevó porque nos hizo tomar un traslador (una experiencia terrible, por cierto. Me mareé más que en la chimenea, sentía que se me iba a salir un brazo, o que iba a salir volando de lo rápido que iba eso, y era una sensación espantosa el sentir cómo parecías comprimirte para poder pasar por un tubo diminuto), y luego nos aparicionó en sabrá-él-dónde.

Con un movimiento de varita sacó una carpa de un bolso que había dejado en el suelo, y la dejó en el escampado al que habíamos llegado. Esta se armó sola, y cuando estuvo lista, Gellert me invitó a pasar. Por dentro era prácticamente como una mansión, hasta tenía una cocina, una sala, varios baños, y varias habitaciones.

Brutal.

Cada vez me asombraba más por lo que la magia podía hacer. Yo no sabía ni hacer un simple Wingardium Leviosa, pero sentía que no sabría qué hacer con mi vida luego de descubrir la magia. Todo era como una completa fantasía, y aún con el paso de los días, yo me seguía sintiendo en un sueño. Como si caminase en nubes de azúcar.

—Estuve aprendiendo a cocinar —comentó Gellert muy por la cara cuando entré a la cocina. Tenía puesto un delantal que decía «El mejor papá del mundo», un gorro de chef, y un montón de tazas e ingredientes en frente. Los miraba como si le hubiesen hecho una ofensa personalmente.

—Ajá... —murmuré.

—Los elfos me enseñaron. Me costó mucho aprender..., pero ahora sé.

—Ajá —volví a murmurar, riéndome en silencio porque presentía hacia dónde iba esa conversación.

—Sé cocinar muchas cosas, por supuesto... Antes no sabía... pero ahora sí.

—Ajá —yo trataba de aguantar la risa, pero con cada cosa que decía Gellert me daban más ganas de reírme.

—Claro, no soy un experto ni nada. Pero aprendí a cocinar.

—Ajá.

—Por mí mismo, sin necesitar ayuda de nadie.

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