XVII. Yaxkin

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Yaxkin (o de cómo sobreviví a mi primera experiencia paranormal (mentira)).

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Bosque de Yaxkin, Mansión Grindelwald, Windsor, Reino Unido.
Martes 05 de noviembre, 1994.
10:30 hrs.

Despiértate ya —un gruñido se escuchó justo al lado de mi oído. Me quejé, frunciendo el ceño y volteando en mi propio cuerpo que se encontraba un poco resentido.

La superficie en la que estaba no era exactamente piedra, ni tierra, pero tampoco era en extremo suave contra mi espalda, aunque sí al tacto. Había un olor floral y a tierra mojada en el aire.

Me quejé de nuevo al intentar pararme. Me dolía todo.

Te despiertas ya o te arranco un brazo, Hiraeth —otro gruñido.

Bueno, si lo pides así...

Coño, ya va —espeté—. Me duele la vida, pendejo, dame chance.

Otro gruñido y una pata que me empujó con fuerza hacia el suelo fueron lo que me llevó a abrir los ojos.

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Verga, pana —exclamé en español—. Ya me cargó el payaso.

Un animal gigantesco y que lucía feroz (mentira, Yaxkin era una masita☝️😭 (no!!!) (él no es un chico malo, sólo quiere ser él mismo momento)) se inclinaba hacia mí, con su enorme pata presionada en mi pecho.

Parecía un leopardo, pero su piel era un poco más rugosa y de un color oscuro, y parecía tener unas especies de plumas o espinas en la columna. Unos aterradores ojos rojos que no parecían poseer ningún tipo de compasión me examinaban. Las garras de sus uñas se escurrían entre mi cuello y mis hombros. Y tenía una línea blanca en uno de sus ojos y otra negra en el otro ojo.

Era un ser magnífico. Si obviamos el hecho de que estaba a punto de matarme, claro.

Tú no eres Hiraeth —murmuró bajito—. No mi Hiraeth, al menos. Porque sigues teniendo su magia y su esencia.

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—¿Por qué todo el mundo se da cuenta de esas cosas de inmediato, por Merlín? —me quejé como niña chiquita, sin pararme a pensar en que estaba hablando con una criatura—. No se supone que se den cuenta.

He pasado toda mi vida con Hiraeth, niña. Sé identificar a mi humana.

—¿Tu humana? —fruncí el ceño.

A falta de una palabra mejor.

—Me perdí —admití—. ¿Me vas a matar o no?

No. Quiero saber dónde está Hiraeth.

—Yo soy Hiraeth —rodé los ojos, sintiéndome mal al decir eso. Nunca voy a superar a Hiraeth, la neta—. Sólo que no soy exactamente la misma Hiraeth que conociste. Somos parte de la misma consciencia, podrías decir.

La bestia me analizó por unos segundos antes de ladear la cabeza. Se escrutinio me ponía nerviosa, pero yo seguía un poco aturdida por todo, el sentimiento de ser una impostora aún presente, y, en ese preciso instante, no me importó si arremetía contra mí.

Se alejó unos pasos lejos de mí, y se sentó en sus patas traseras, mirándome desde arriba mientras yo me incorporaba con una mueca. Mis brazos estaban todos magullados y tenía heridas preocupantemente profundas. No fue hasta ese momento en el que noté el charco de sangre en el que estaba tumbada.

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