XLVI. Mi Historia.

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Mi historia (y lo esquizofrénico que se pone el Universo cuando quiere).

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Habitaciones de chicas (la última del pasillo, específicamente), Sala Común de Slytherin, Mazmorras, Hogwarts.
Lunes 23 de febrero, 1995.
11:00 hrs.

—Hiraeth.

¡La puta que te parió! —tiré las cosas que traía en mano al dar un salto de impresión al ver a Gellert Grindelwald en mi habitación—. ¿Qué está mal contigo? —chillé, cerrando la puerta a mis espaldas con algo de brusquedad—. ¿Cómo se supone que entraste a Hogwarts, si quiera?

—Albus me dejó —señaló divertido. Rodé los ojos y me agaché a recoger mis cosas.

—Bueno, ¿cómo iba yo a saber que te ves con tu novio en una escuela donde los secretos no son secretos para luego venir a mi habitación sin avisar? —bufé, acomodando mis libros y recogiendo mis plumas y tinteros.

—No vine a verme con él —dijo, aunque cuando lo miré tenía un sonrojo en las mejillas.

—Sí, Pablo. Te creí —murmuré con sarcasmo, levantándome con cuidado de tirar algo y me adentré a la habitación—. ¿Dónde están los chicos? —pregunté al no verlos alrededor.

—Yo les dije que se tomaran el día libre —le miré de reojo al pasar por su lado y murmuré un suave «mhm».

—¿Y eso por qué?

—Quería hablar contigo.

—¿Sobre?

—Deberías sentarte primero —dijo, lo cual me hizo levantar la mirada del estante hacia él. Terminé de acomodar mis libros ahí y luego me encaminé al escritorio, donde acomodé las plumas y tinteros. Luego fui al sofá donde estaba y me senté frente a él.

—¿Para qué soy buena?

—Para escuchar —dijo. Sacó un libro de un bolso que hasta ese momento no me había fijado que traía.

»El nueve de septiembre de 1928 llegó a mi puerta una joven alegando ser mi esposa y madre de mi hija, la cual llevaba en el vientre —empezó. Yo elevé una ceja, curiosa. Aquella fecha era mi cumpleaños, no de 1928, pero mi cumpleaños.

»Por aquella época, Albus y yo estábamos separados luego de que matase a su hermana y mis planes de... esclavizar a los Muggles se estaban saliendo de control. Así como mi propia cordura. Con lo que aquella mujer dijo, sólo me reí y le cerré la puerta en la cara. Más tarde llegó de nuevo, con una niña platinada en brazos. Yo estaba lleno de sangre, en mi peor momento y a punto de quemar el mundo entero.

»Le grité que se fuera y que no volviera. Que esa niña no era mía y que yo no la conocía. A ella pareció no importarle ni mi estado ni mi arrebato, sólo me sonrió y volteó la manta de la niña para que pudiese verla —suspiró, con la mirada perdida en la mesa frente a él.

»En ese momento pasaron dos cosas; la primera fue que ver a aquella niña sólo hizo que me calmara. Fue instantáneo. Como si ella fuese la razón por la que debía permanecer cuerdo y verla me lo hubiese recordado —hizo una pausa en medio, perdido en sus pensamientos.

—¿Y la segunda? —le insté, sacándole de su ensimismamiento.

—La segunda fue que llegué a la conclusión de que aquella mujer no pudo haber pasado las protecciones de la casa sola porque era imposible.

—¿Cómo las pasó?

—Magia —fruncí el ceño, cruzándome de brazos.

—Magia —repetí lentamente, sin hacer que aquello tuviera sentido en mi cabeza.

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