Interludio: Hydra.

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Los humanos son... graciosos —fue lo primero que dijo Hydra cuando me vio.

abueno,nosabíaperoyasé

¿Y eso?

Sus ideales. Son graciosos.

Bueno, cada uno tiene sus distintos ideales... —murmuré, sentándome en el suelo a un lado de la jaula en la que estaba, su hocico sobresalía ligeramente por el espacio entre dos barrotes, sus ojos puestos en mí.

Sí, pero yo hablo de los ideales comunes de todos los humanos.

¿Cuáles son esos?

La ansia de ser mejores que todo y todos. El complejo de Dios que todos tienen, aunque sea en una mínima parte.

La observé cambiar su posición ligeramente, acomodando sus alas y enrollándose un poco más en su propio cuerpo. Su hocico volvió a sobresalir por los barrotes y yo tuve unas inmensas ganas de acariciarla, pero me abstuve.

Supongo que resulta un poco... gracioso, sí —estuve de acuerdo, apoyando mi cabeza en uno de los barrotes que estaba al lado de donde su hocico sobresalía.

También es curiosa la manera en la que siempre piensan en sí mismos —murmuró—. Cómo no les importa pasar por encima de otros para garantizar su grandeza o supervivencia.

¿Cómo es para los dragones? La convivencia, digo.

Depende. Cada colonia funciona distinto.

¿Los Opaleyes, por ejemplo? —ella me miró con uno de sus blancos ojos, como analizándome.

Para empezar, hay un líder que suele ser el dragón más viejo o el más sabio —empezó a explicar, aún mirándome—. Las reglas las dicta dicho dragón junto con un Consejo de otros dragones y los demás se amoldan a dichas reglas. Se mantienen distancias de los nidos y familias, pero siempre permanecen unidos.

La miré por unos cuantos segundos, pensando en sus palabras. No pude evitar notar que estaba hablando en tercera persona, así que con mucha cautela pregunté.

Hablas en tercera persona... ¿tú no...? —me callé cuando ella hizo algo parecido a un bufido.

Vivo en una Reserva, Hiraeth —señaló—. ¿Te parece que tengo una colonia de Opaleyes con los que convivir?

Me quedé callada porque pues sí tenía razón. Me disculpé por lo bajo, jugando distraídamente con la tela de mi suéter.

Esas son reglas básicas —continuó—. La mayoría de las colonias de dragones las tienen, excepto por la de los regentes. Hay colonias en las que se elige un líder en base a distintas pruebas, o derrocando al anterior, etc..

Tengo entendido que los Opaleyes son los dragones más... apacibles, se podría decir, así que asumo que tiene sentido su manera de elegir un regente —comenté, mirándola por debajo de mis pestañas. Ella hizo un sonido con su garganta, que hasta me hizo vibrar, como de afirmación.

Ella fue a decir algo más, pero justo se escuchó algo del otro lado de la jaula. Ella volteó con rapidez y, yo no sé cómo, sacó una de sus garras y me arrastró dentro de la jaula. Me quedé tiesa no, lo siguiente, cuando puso su ala encima de mí como si estuviera protegiéndome.

La escuché gruñir, la voz de un hombre, algunas pisadas, y luego silencio.

Debajo de su ala estaba oscuro, así que no veía nada. Me acomodé ligeramente porque había caído en una posición un tanto incómoda, y cuando apoyé la mano en algo me quedé tiesa. Toqué la superficie con cuidado, moviendo la mano hasta el suelo sólo para asegurarme de que estaba bien y no estaba alucinando debido a la paranoia.

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