CAPÍTULO 1: ENCUENTRO

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TRIXIE

Ofuscada y estresada; con una jodida carga horrible e insoportable de tensión salgo de mi casa. Doy un portazo a la puerta de la entrada principal y desciendo las gradas con ligereza sintiendo el aire fresco golpearme la cara y todo el cuerpo. Tirito mientras avanzo por el enorme patio, aunque esos pequeños escalofríos son realmente de rabia.

¡La dieta! La famosísima dieta de Gala. No se debe romper, es inaceptable, inaudito, es un pecado mortal. ¿Y a mí? ¡A mí me importan diez mil pepinos si se rompe o no! Me importa si me como un chocolate, una dona, un helado o si me como toda la tienda de dulces.

Enojada, no. Furiosa, sí.

Con unas irremediables ganas de romper algo, patear a alguien, e insultar a alguien. A la bellísima Gala, mi madre, a la que le importan y mucho sus estrictas dietas. Pero, es mi cuerpo y si me quiero poner como una ballena, cuadrada o redonda, pues me pongo y punto.

Refunfuñando camino hasta las cercas negras de metal. Espero a que el guardia de turno me abra y sin pensarlo más a penas uno de mis pies esta fuera de la propiedad de mis padres comienzo a correr por la acera. Quiero quietarme la sensación de ahogo que siento, las ganas de llorar y gritar para que mi garganta no me arda. El clima es opaco, el cielo está gris, y las nubles están tan oscuras como mi vida.

Pretendía ir al gimnasio, pero al parecer será otro día. Hoy solo quiero estar conmigo misma. Con mi bolso deportivo en mi hombro sigo corriendo. Quiero despejar mi mente, olvidarme de todo y todos.

Corro, troto y a ratos camino. Observo los carros ir y venir. Las personas circulares con diferentes emociones en sus rostros. Algunos ríen, conversan, parejas se besan incluso. Pero en oposición, otros gruñen, insultan y pitan el claxon con fuerza. Yo simplemente me siento fuera de este mundo. Y ahí entiendo que los contrastes son necesarios. Los contrastes son un equilibrio para no llevarse la peor parte siempre. Un día estas triste, otro feliz. Y hoy a mí me toco estar del lado blue de la vida.

‹‹Demonios, porque no se mete en sus asuntos››, gruño en mi mente.

Además de causarme rabia me causa tristeza. Lo aceptaría si yo estuviera en malos pasos o me estuviera metiendo algún tipo de sustancia de origen sospechoso, nada, solo es un temita del cual está muy obsesionada. Ella vive traumada con que el cuerpo, una figura esbelta y perfecta, eso es todo en su vida.

¡Estoy harta, llegue a mi coronilla y no voy a permitir nada más!

Y duele, duele que a cada segundo tu madre lance comentarios hirientes que sabes que no deberían afectarte y tampoco hacerte sentir mal, pero lo hacen, me lastiman, hacen que me cuestione cosas que ni siquiera deberían entrar en el plano de las preguntas.

Jadeo del cansancio, de dolor, de coraje, de todo. No me detengo. Continuo. Una lágrima resbala por mi mejilla y la limpio bruscamente con el dorso de mi mano, no quiero llorar.

‹‹Yo soy Trixie, soy fuerte y soy segura››, me repito. Aunque esas palabras maternas de hace unos minutos destruyan esa imagen de mí misma.

Cuando mis piernas comienzan a dolerme paro, me inclino hacia delante buscando aire y al reincorporarme hecho un vistazo a mi alrededor. ‹‹¿Dónde carajos estoy?›› Miro mi reloj, un Apple iWatch que marca los kilómetros corridos y las calorías: 1600 kcal y casi 20 kilómetros. Perdida en mis tontos pensamientos he caminado y corrido más de una hora.

«Trixie... ¿Dónde estás?» susurra mi mente en tono meticuloso y asustadizo.

Estoy en un barrio desconocido y que según veo luce un tanto peligroso. Juro que si saco mi teléfono me lo quitan y corren, mierda, no me puede pasar esto a mí.

Inevitable AtracciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora