Capítulo 2

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-Odio mi vida- me quejo por enésima vez, dando vueltas alrededor del coche que está aparcado frente al tubo donde antes descansaba mi bicicleta y que ahora, por el contrario, cuelga solitaria la cadena; también rodeo mi escuela, que no es un espacio muy grande si tomamos en cuenta que antes era una casa de dos pisos que le pertenecía a un cantante de música tipo reggae-. Odio mi vida.

-Déjate de tonterías, Grisel. Recapitula tu llegada...- Helen coloca sus manos huesudas en los costados de mi cabeza para mirarme a los ojos con intensidad-... ¿estás segura que sí encadenaste la bicicleta?

-Ya te dije que sí- mascullo. Le pego manotazos hasta que me suelta para autorizar que continúe dando vueltas sobre mi propio eje, una manera infalible de controlar mi angustia.

-Solo digo que eres bastante despistada.

Fulmino con la mirada a mi amiga, que no se percata de ello porque está absorta en revisar las copas de los árboles, sin obtener resultados favorecedores, donde una vez Edgar el lanzador de bolas de papel arrugado se le ocurrió ocultar mi transporte. Suspiro con cansancio y le regalo un último vistazo al estacionamiento de la escuela ya cerrada, iluminada tan solo por una lámpara que hace corto cada tres segundos. Estoy enojada conmigo misma, todo por no saber decirle que no a Helen y su afición a las compras, causa por la que a estas horas de la noche nos encontramos buscando la bicicleta que mi madre me regaló en mi cumpleaños número ocho. Sé que a mi amiga no le ajustan un par de horas después de clases para elegir dos bikinis (pues fue solo eso lo que se atrevió pagar); ella precisa de la totalidad de la tarde y de una chica que funja como su carrito de compras personal, incluso de aduladora, para motivarse a rebasar sus propios récords de tiempo para mercar.

-Me muero de cansancio- se queja. Se recarga en mis hombros para hacer énfasis en su estado físico-. Te llevo a casa en mi auto y mañana por la mañana volvemos a buscar la bicicleta, ¿quieres? –Observo mi lindo vestido floreado, una adquisición de hace más de dos años, y me estremezco porque está soplando viento fresco. Pero, ¿cómo desistir en la tarea de buscar el obsequio que mi madre difunta me hizo hace tantos años?

-Vete- me decido. No hay lugar para las dudas sobre todo si hay un coche aparcado frente a la barra, un sospechoso que no dejaré ir fácilmente-. Estaré bien.

-¡Estás loca! Tu padre se pondrá furioso con ambas. -Sabe que eso no limita mi proceder porque de las dos, ella es la única que le tiene pavor-. Piensa en lo que puede ocurrirte si te encuentras sola.

-Helen- sé que mi mejor amiga es fácil de convencer, todavía más si la decisión a tomar la orilla a buscar su propio beneficio-, mañana tenemos examen de museografía y te recuerdo que debes pasarlo con diez si no quieres repetir el curso. -Sonrío con entusiasmo como último recurso de persuasión, pues siempre funciona-. Lo mejor será que te vayas, yo estaré perfectamente.

He dado en el blanco. Mi amiga me desea suerte en mi tarea y desaparece montada en su Mazda color rojo, prometiendo llamar más tarde para verificar que haya llegado a casa sana y salva. Sigo despidiéndola moviendo la mano de un lado a otro hasta que su auto no es más que un punto lejano. Me abrazo con todas mis fuerzas, recordando que una noche anterior, como todas las demás, yo ya estaría sentada en el sillón color amarillo mostaza de la sala de estar, viendo alguna serie aburrida en la televisión mientras le froto la panza a mi mascota, y me dispongo a tomar asiento en el filo de la acera, a un lado del auto que, frío e inanimado, me hace compañía.

-¿Grisel?

Me sobresalto por la presencia que no noté con anterioridad por estar absorta trazando figuras sobre la tierra, y me levanto. Deshago el rostro de mi maestro, desgraciado por todos los imperfectos que me pude imaginar para ridiculizarlo, con la punta de mi tenis desgastado. Me sacudo el polvo de las manos y le pongo atención al hombre que se me ha acercado:

Lo que solo sabe un pueblo entrometidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora