Capítulo 8

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En este momento el español se encuentra afuera dándole las gracias al chofer de taxi que lo recogió del aeropuerto y lo trajo a la Academia. Todas las personas que lo queremos permanecemos dentro del edificio, apretujados en el recibidor que Angélica, la recepcionista más simpática que me haya tocado conocer, sobre todo porque siempre me recibe con una taza de café proveniente de Venezuela y un trato consagrado únicamente a los VIP (órdenes de Marco), se esmera en ordenar y lustrar a diario.

-Ahí viene- aclama Bástian antes de correr hasta su escondrijo, a un lado de Helen-, guarden silencio.

Me arrebujo en mi escondite detrás de las cortinas de la ventana principal, observando el paso seguro con el que Marco se acerca a la entrada, haciendo sonar el cerrojo con sus llaves y después los goznes de la puerta. Un magnífico "Bienvenido" lo sorprende y lo hace reír a carcajadas. Los invitados se acercan a él en tromba y hacen fila para abrazarlo y llenarlo de obsequios. Cuando llega mi turno él se ve en la necesidad de buscarle primero un lugar al conjunto de presentes que derrochan cariño desde sus envoltorios, y mi mundo vuelve a la otra normalidad, es decir, a la no monotonía, cuando aspiro el olor de su cabello y siento en mi pecho el calor de su cuerpo.

La bienvenida es realmente agradable aun después de la euforia del encuentro. Como música de fondo suenan las canciones preferidas del español; degustamos panecillos, dulces y tentempiés de sabores diversos, y bebemos vino tinto con moderación. Traen a Marco de un lado a otro, contándole los sucesos ocurridos en su ausencia, y él se mantiene apacible y ríe con alborozo. Helen y Bástian están sentados a mi lado sobre la tarima del escenario, observando el espectáculo en silencio, tan nutridos de lechera, cajeta y frutas tropicales que otro bocadillo nos mataría por sobredosis de azúcar.

El español de ojos verdes se vuelve a acercar a nosotros, pero esta vez no se detiene a tomarme la mano y sonreír como bobo solo para comentar que los dulces saben delicioso, sino que me hace levantar para cargar el peso de mi cuerpo en uno de sus hombros. Aprovecha que mi trasero queda a su disposición para pegarme una nalgada:

-Usted y yo, palurda, tenemos que hablar seriamente.

Sé que nos dirigimos al exterior cuando el viento fresco se cuela a través de la tela de mi ropa veraniega, hecho que me emociona pues en su ausencia, en el resto de visitas que hice acompañada a veces de Bástian y Helen y otras yo sola, el vergel se convirtió en mi lugar favorito.

-Te cargaré en mi hombro por el resto de mi vida.

-Deja de plantarme nalgadas, imbécil.

Toda la sangre circula por mi cabeza colorada y comienzo a marearme. Interrumpo la charla que mantiene para sí mismo, en la que alega que él fue creado únicamente para llevarme en su hombro, para comunicarle mi estado:

-Quiero volver el estómago.

Soy arrojada al suelo sin contemplaciones. Veo estrellitas por lo menos un minuto y después mi mirada se adueña de aquellas otras que adornan el cielo nocturno; el español, mientras tanto, se acomoda sobre el césped del jardín trasero de la Academia, a lado mío, y me toma la mano con fuerza. Su pulgar se entretiene dibujando círculos en mi dorso, provocándome cosquillas agradables.

-Te extrañé, morena.

-Yo también.

Disfrutamos de la brisa fresca del exterior, completamente en silencio. Las voces procedentes de la Academia son ajenas a nosotros dos que contemplamos el cielo estrellado.

-Si mi padre entendiera que este lugar es asombroso...- murmura en voz baja, rompiendo la calma. Lo volteo a ver con el ceño fruncido, un poco confundida, pero él mantiene la mirada perdida.

Lo que solo sabe un pueblo entrometidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora