Capítulo 49

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Las fiestas decembrinas habían pasado desapercibidas por el luto que guardábamos por la pérdida de Pelos. Marco, amante de esas fechas, tan solo pidió hacer una cena sencilla dentro de la Academia donde participáramos Bástian, Helen, mi padre, Sara, quien a su vez invitó al gemelo Alexander y éste a su hermano Alexis, avergonzado desde la noche en la que intentó propasarse conmigo, su cerebro aturullado por la bebida, si bien Marco aun no pueda dirigirle la palabra molesto por su osadía y deban comunicarse a través de mensajes de texto hasta que el gemelo tenga la suficiente fuerza para disculparse como lo ha estipulado el español: con mi padre, conmigo, con él y, como que no quiere la cosa, con mi difunto Pelos, lo que es ridículo si se toma en cuenta que yace bajo tierra y un pequeño árbol que en primavera dará flores amarillas funge como su lápida.

Por otro lado, días antes habíamos adornado el lugar con guirnaldas de las que colgaban bailarines tallados en madera y minis recuadros que Helen y yo pintamos con esmero; además, en el centro del escenario colocamos con mucho esfuerzo un enorme pino navideño cuyas esferas combinaban con el telón azul y sus luces parpadeaban al ritmo del tic tac del reloj que seguramente el español le tenía pensado regalar a mi padre, este dentro de una caja mal envuelta debajo del árbol, acompañado de más regalos. La celebración fue, dentro de lo permitido por mi mejor amigo, alegre y cálida. Comimos hasta saciarnos e hicimos juegos donde mi padre casi siempre terminaba perdiendo.

Media hora antes de que dieran las doce de la noche, mientras Bástian y Helen conversaban amenamente con mi padre, los tres con copa de champagne en mano, Alexis se debatía entre acercarse a mí o continuar ignorándome, y Alexander y Sara formaban otro grupo junto al árbol, riendo mientras hacían caras frente a un par de esferas que les devolvían sus reflejos completamente distorsionados, Marco me tomó de la mano y me pidió que, con sigilo, saliéramos de la Academia. Lo seguí pues era su mirada, siempre hechizante, la que no me dejaba advertir que algo tenía que salir mal. Así pues, nos dirigimos hacia la terraza en la que once perros celebraban su propia Navidad jugando con sus nuevos juguetes y degustando huesos, muslos de pollo y atún.

-Ninguno es como Pelos- comienza a decir mi amigo mirándolos a todos con añoranza. Se entretiene un momento con Tequila, un Golden retriever que el par de tórtolos habían adoptado unas semanas atrás, experto en destruir los cojines que se encontraba a su paso, y después con otro par de canes criollos que exigen con lengüetazos ser acariciados por aquel hombretón que se comporta nostálgico, estos dueños del corazón de la pequeña Lindsay, quien también conoce ya el secreto (que ya no lo es tanto) de que Marco se adueña de las mascotas de los demás-, era mi favorito.

-Lo sé- murmuro.

Marco mete una mano en el bolsillo de su chamarra y extrae aquel calcetín que nuestro amigo perruno tuvo a bien en arruinar para acariciarlo por milésima vez en la noche. Vuelve su mirada hacia mí y con ella me demanda colocarme a su lado, en cuclillas, y recargar un momento mi cabeza en su hombro.

-Morena, a lo que quiero llegar en este preciso momento y lugar, es que ningún can será igual que otro- me besa la frente y ambos nos levantamos. Lo sigo hasta la habitación que les tiene a todos sus amigos para resguardarse del frío, deteniéndonos abruptamente en el filo de la puerta aun así abierta-, y Pelos siempre estará en nuestro corazón.

Asiento con la cabeza, un poco confundida, y espero a que mi amigo desvele el interior del lugar pues sé que ahí dentro guarda algo que considera valioso. Traga saliva con dificultad e intenta con todas sus fuerzas sonreír:

-Por consiguiente- continúa-, os presento a vuestro nuevo amigo Greñas.

El animal, como si todo ese tiempo estuviera esperando oír su nombre para salir a mostrarse triunfalmente, aparece como un torbellino y mordisquea mis tenis, lo único que alcanza debido a su tamaño, gimiendo para que lo cargue con mis brazos para admirar su increíble parecido con mi buen Pelos. Ambos de raza Bearded collie, este pequeño peludo me hace revocar a aquel que en mi infancia se convirtió en mi único amigo, si bien tiene el pelaje un poco más oscuro. Me entran ganas de llorar y me contengo solo hasta que mi padre hace aparición, seguido de los demás, admirando el interior de la terraza que antes era para él un gran secreto que a todas luces deseaba descubrir.

-¿Qué demonios es este lugar?

Nadie responde. Marco absorto en mirarme hundir mi rostro en el pequeño cuerpo del animal que han nombrado Greñas, mi nueva mascota, que busca colocarse en mi pecho, ahí donde está mi corazón, y los otros jóvenes acariciando a los demás perros que plantan lengüetazos y se acercan a ellos con peluches y huesos en los hocicos para invitarlos a jugar.

-No será como Pelos- se disculpa el español-, pero es que esa es la idea. Dejará marca en vuestra vida a su manera.

Asiento pues me parece que aquella aseveración es una verdad absoluta. Eso siempre sucede con las personas, las mascotas y hasta las cosas. Las recuerdas siempre por algo diferente, realmente significativo.

Cuando me recompongo, suelto a mi nuevo amigo y lo veo correr con torpeza siguiendo una pelota de color verde que otro perro mucho más grande la mea para hacerla suya. Volteo a ver a mi español preferido y le sonrío, pero él no se percata porque está embobado. Me parece que, al igual que a mí, esa raza de perros le fascinan.

-Gracias, Marco- susurro. El chico no responde; sin embargo, lleva su mano a la mía y de esa manera disfrutamos de nuestra pequeña y estupenda mascota, sin olvidar nunca a Pelos.

-Esperen un momento- el señor Henry se planta frente a mi mejor amigo, señalando, incrédulo, a un can que yace acostado sobre un hoyo que ha creado con sus patas y hocico-, ¿ese de allá no es el que tenía mi vecino, el idiota señor James?

-Sí- responde el joven, atrabiliario, dispuesto a defender su lema-, es el mismo.

-¿Se lo quitaste?

Mi amigo asiente, apretando mi mano para tomar fuerzas para lo que sea que venga. El señor Henry, en cambio, sonríe abiertamente:

-De puta madre. –Mi padre me abraza con fuerza y después hace lo mismo con mis otros amigos, exceptuando, y ustedes lo sabrán deducir, a Alexis, a quien le propina un puñetazo vengando por fin el que el chico haya tocado a su pobre e inocente hija, un poco (y solo un poco) pasada de copas, sin su consentimiento; atribuyéndole, además, que yo haya cometido la insensatez de tatuarme el tobillo-. ¡Feliz navidad a todos!

Lo que solo sabe un pueblo entrometidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora