Cargo a la morena en mis brazos, como costumbre de recién casados, al ingresar al hotel que Bástian tuvo a bien en procurarnos para descansar antes de tomar el vuelo que nos llevaría a nuestra luna de miel. La morena eligió como destino Sevilla, España, que, como que no quiere la cosa, como mis conocimientos me lo permiten servirá para que el viaje sea fenomenal, eligiendo los lugares adecuados para propiciar el romanticismo. Si soy sincero, hubiera preferido una isla solitaria en la que la tuviera a ella, con poca o nada de ropa, solamente para mí, pero no insistí cuando vislumbré el brillo en sus ojos al proponerme la aventura como un gran sueño que tiene desde niña, sobre todo para conocer el sitio que de crío me impedía volver a verla.
-Puedo caminar yo sola- se queja acurrucándose mejor en mis brazos, aspirando el olor de mi cuello-. Estoy muy pesada.
Sé que está fatigada por reír y bailar toda la noche; también llorar al despedirse de su padre.
-Pesa más Greñas- objeto encantado de llevarla así a la habitación que una pareja simpática nos ha proporcionado tan solo entrar al establecimiento.
Introduzco la llave en la cerradura con un poco de trabajo pues mentí cuando dije que la morena no era una carga fatigante, y con un chasquido y un leve empujón logro abrir la puerta de nuestra habitación, en la cual, una vez mis ojos se acostumbraron a la tenue luz amarillenta, vislumbro a una rata del tamaño de un mapache, y no por exagerar, corriendo para esconderse debajo de la cama. El mueble está cubierto por una colcha desgastada y descolorida al igual que las cortinas que ocultan la ventana rota, cuya vista es un callejón repleto de basura. El espacio huele a humedad y el baño, para variar, tiene gotera (lo sé porque en el silencio es lo único que se puede percibir además de mi respiración acelerada por la rabia que crece en mi interior). Bajo a Grisel con lentitud, procurando no maldecir el nombre de Bástian, mi imbécil padrino de boda, y ella arruga ligeramente la nariz cuando su pie descubre un condón usado. Intento disculparme, pero mi mente se congela y opto entonces por volverla a cargar y dirigirme a grandes zancadas a la recepción.
-¿Qué haces?- murmura con nerviosismo, aferrándose a mis brazos una vez se percató del animal que, despavorido, salió con nosotros para dirigirse a otra habitación.
No contesto, bastante alterado. En cambio, la coloco sobre un silloncito frente al escritorio donde la mujer que antes me entregó las llaves y nos exhortó a disfrutar de la estancia, yace ocupada viendo una película de terror, masticando palomitas de maíz con la boca abierta.
-¿Disculpe?- llamo su atención con aquella voz que uso cuando requiero de un servicio preponderante. La mujer me sonríe no sin antes pausar su película e insta a que hable, lo que hago enseguida-. Nuestra habitación es una porquería.
La morena se coloca a un lado de mí, tomándome de la mano para tranquilizarme, pero ese gesto no hace más que enfurecerme hasta un nivel que pocas veces me alberga. ¿Cómo es que Bástian consiguió este sitio para llevar a MI esposa en nuestra primera noche de bodas?, ¿es que era una broma de pésimo gusto? Estarán de acuerdo en que ella no se merecía, en lo absoluto, posar sus ojos, tocar, oler, pisar siquiera el suelo de aquel cutre hotel.
-Dígame una cosa- interrumpo a la tía que, altiva, defendía su establecimiento alegando que era el mejor del condado-, ¿cuándo se hizo la reservación?
La dueña golpea las teclas imaginando, seguro, que es mi rostro, y farfulla que hoy por la mañana a nombre de Bástian Mancilla. Me doy media vuelta, zafándome del brazo de mi esposa e ignorando nuevamente a la mujer, acompañada ya de su marido, que retoma su monserga sobre los premios obtenidos durante años puesto que su hotel es considerado 5 estrellas, y salgo dando un portazo a la puerta de cristal del lugar. Saco del bolsillo del pantalón mi móvil y marco un número que ya me sé de memoria. Bástian sigue en la muy animosa fiesta, lo sé porque música retumba en mis oídos en cuanto él contesta la llamada:
ESTÁS LEYENDO
Lo que solo sabe un pueblo entrometido
Novela JuvenilCuando se vive en un pueblo donde los integrantes tienen la manía de espiarse, el romance puede resultar muy engorroso. Es por ello que nuestros protagonistas deberán cuidarse de cámaras y miradas indiscretas para que su historia de amor no se vea d...