Capítulo 34

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Es apenas medio día y nos encontramos en el apestoso zoológico. No sé por qué mi amigo insistió tanto en visitarlo siendo este mi único día libre de trabajo. Era mi turno de elegir el destino, pero él no quiso escucharme. Al parecer, ver una película romántica en el cinema no era del todo una idea muy buena.

-Vamos al acuario- ordena el zoquete. Corre, siempre tan inmaduro, para ser el primero en la fila.

-Abren en diez minutos, Marco- aclaro cuando llego hasta él. Hay un par de niños detrás de nosotros que se quejan por lo infantil que se comporta mi acompañante-. Contrólate, por Dios.

-Quiero ser el primero para ver al tiburón- susurra. Aunque no en voz tan baja pues su intención es que los infantes escuchen lo siguiente-: dicen que a los demás los recibe con su hocico abierto y hambre voraz.

... ... ...

En efecto hay tiburones dentro. Nuestros acompañantes en el tour ya no son los niños, sino más bien una simplona pareja de tortolos. La despampanante guía nos brinda información acerca de los animales que habitan en la gran pecera, y yo procuro no gritarle a Marco para que se esté quieto pues revuelve el interior de mi bolsa, jaloneando a su paso mi propio brazo, hasta lograr sacar la cámara digital que antes hemos comprado en una tienda de tecnología del puerto. Intenta sacar fotos aunque se nos haya prohibido desde el comienzo del recorrido hacerlo. Me pide que pose de manera discreta, y como es un hombre siempre muy afortunado, logra su cometido embolsándose además el número telefónico de la rubia que presumió en un principio no permitir ninguna clase de ruido mientras nos condujera dentro del acuario.

-¿Queréis verla?- pregunta absorto en la pantalla del aparato cuando ya estamos lejos de la mirada indiscreta de la guía-. Sales muy linda...

-No.

Levanta el rostro, irascible:

-Si no cambias esa mala cara para darme un beso- amenaza tomándome de la cintura, obligando a detenerme a mitad del camino y sentirme un poco emocionada-, os daré de sopapos.

Me pongo de puntitas y le doy el beso conciliador. Ríe victorioso y luego seguimos con nuestro muy alegre tour, con su brazo aún enredado en mi cintura. Tomamos la comida en un pequeño kiosko, alrededor de familias felices. Conversamos sobre bandas de música y novelas de terror; intento dibujar el rostro jocoso de mi mejor amigo sobre una servilleta, pero fracaso porque la punta de la estilográfica ha roto en mil pedazos el papel y él no para de jalarme los rizos que escapan de mi trenza.

Volvemos a andar, admirando las ardillas que trepan por lo troncos de los árboles y las divertidas formas que encontramos en las nubes blancas que adornan al cielo. Mi mente me traiciona en el momento y me siento justamente como cuando me levanté en la mañana: una inútil. Había pensado en lo poco productiva que era mi vida y en los logros que jamás he alcanzado. Cumplir años, aun si eso ocurrió hace meses, solo me recordaba que comenzaba a ser un lastre para mi pobre padre, que no para de trabajar nunca, y en el miedo que siento de fracasar al salir de casa, presumiendo ser una pintora con un apellido reconocido como problemático quizá en todo el mundo.

Marco acrecienta mi desdicha cada que me hace olvidar mis obligaciones para vivir aventuras extravagantes con él. Ahora les aventamos migajas de pan a los gansos del pequeño lago, y no sé cuánto tiempo ha transcurrido pero cuando volteo a ver a mi amigo, él ya se encuentra degustando un algodón de azúcar, ensuciándose las comisuras de los labios de un color rosáceo.

-¿Quieres uno? Está delicioso.

-No me gustan- sonrío para parecer menos tosca-, pero gracias.

Se encoge de hombros y se ríe, pensando que hay más para él. Cuando termina de chuparse los dedos y tirar a la basura el palo y la bolsa que empaquetaban el dulce, me pone toda su atención:

-Me parece que andas insoportable porque ya tienes una arruga alrededor de vuestros ojos.

-¿En serio?- estiro la piel de dicho lugar con un poco de desesperación.

¡Lo que me faltaba!, ¡no me siento, ESTOY vieja!

-Vamos a ver a los leones, morena- invita con voz seductora, lucha por no soltar una horrenda carcajada.

Nos levantamos, él guardando sus manos en los bolsillos de su pantalón con toda la despreocupación del universo, yo llevándomelas al rostro para comprobar que la crema que me recomendó Helen esté dando frutos como el precio me lo promete, y nos dirigimos a la dichosa jaula que en esos momentos no me emocionaba para nada.

El letrero anuncia un "Cuidado, no acercarse demasiado". Acato las reglas y estiro el cuello para poder admirar el lomo café del león, y a un lado suyo el de su pareja hembra. Uno bosteza, haciendo lucir sus colmillos grandes y filosos, la otra duerme profundamente entre la maleza. Me encuentro tan embobada con la pareja de leones que no alcanzo a notar hasta demasiado tarde que mi amigo está acercándose a ellos con lentitud, dentro de la jaula, extendiendo la palma de la mano para poder acariciarlos.

-¡Con un demonio, Graciani!- bramo. Me arrepiento pues pienso que los felinos podrían despertarse y percatarse de la presencia estúpida de mi amigo.

No lo hacen. Y no logro comprender por qué ese imbécil está dentro de la jaula. ¿Cómo demonios consiguió meterse? Estoy congelada en mi lugar por el pánico que me provoca tal imprudencia al actuar. Debería llamar a seguridad aunque eso significara que detuvieran a mi amigo hasta comprobar que estaba dentro de sus cabales de nuevo (algo que ya empezaba a dudar). Entre tanto me decido, Marco me hace señas desde ahí dentro, indicándome que puedo acercarme también. Está arrodillado frente al león y lo acaricia, lo que me da mucha envidia, y el animal no hace más que ronronear. La hembra sigue durmiendo plácidamente. No hay peligro.

El guardia de seguridad (prometo no haber ido yo a buscarlo), se acerca a nosotros con radio en mano y me temo lo peor. No ejerzo resistencia, por supuesto, cuando me toma del brazo y me hace caminar hacia la entrada que indica que solo es para el personal autorizado, aventándome al interior de la jaula donde se encuentra el loco de mi amigo, encerrándome después murmurando un "Feliz día" con su voz de mando.

Me llevo las manos a la boca y procuro no volver a gritar. Alrededor de la cerca de seguridad, aquella que impide que un par de idiotas (nosotros) salten del lado de los depredadores, hay un grupo de personas tomando fotos y riendo con emoción. Bástian y Helen se encuentran en primera fila, sostienen un letrero hecho de último momento:

Adoramos verte cumplir tus sueños

-No puede ser.

Sigo sorprendida. Volteo hacia mi amigo con los ojos como platos, quien me sonríe y se acerca a mí con sensualidad:

-Es hora de borrar el mayor sueño de tu lista de sueños más estúpidos del mundo, morena.

Me toma de la mano entonces y yo me dejo llevar hacia el par de felinos con tranquilidad. Me arrodillo aunque eso implique lastimarme las rodillas desnudas, y sin perder la oportunidad acaricio el lomo del animal, tan suave y terso; luego me dirijo hacia su melena áspera y a su hocico mojado y peligrosamente entreabierto. El tiempo se detuvo lo suficiente como para poder acercarme más y llevar mi palma de la mano hacia su pata grande y pesada. El león se levantó y llevó su lengua hacia mi mejilla y mi brazo, dejando un largo camino de baba. Y reí como nunca, sintiendo que mi vida era realmente perfecta y que yo era muy afortunada.

Enredé mis brazos alrededor de su cuello y lo abracé, con las lágrimas inundando mis mejillas.

-¿Qué te parece, morena?- pregunta el maravilloso español de ojos verdes sentado a mi lado, abrazando a su vez a la hembra por fin despierta.

-¡Tómame una foto con él!

Lo que solo sabe un pueblo entrometidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora