Capítulo 9

1 1 0
                                    

En mi vida sólo he tenido una presentación frente al público. Tenía cinco años de edad e interpretaba el papel de Blancanieves luciendo un bello vestido que mamá me había confeccionado, y mi cabello lacio y negro totalmente suelto. Me sentía hermosa y soñada, porque para ser sincera, era mi princesa favorita, aunque ahora no entienda porqué. ¿Vivir con siete enanos y hacer los deberes dentro de su casa desordenada? ¿Confiar en una viejecita fea y comerme la manzana? ¡¿Esperar, mientras duerno, el beso de un príncipe con capa?! Pero era niña, ¿no? Se me puede perdonar la insensatez.

Recuerdo perfectamente que mis padres estaban sentados en las primeras bancas, con videocámara en mano. Mi inocencia me hizo pensar, aquella vez, que las risas que yo había provocado en la escena de la manzana envenenada fueron por el dramatismo que imprimí en el acto. Literalmente me tiré al suelo y quedé inmóvil. Me sentía toda una actriz de Hollywood. Ya más adulta descubrí, y papá me lo hizo ver volviendo a reproducir el video, que en realidad todos se rieron porque al acostarme en el suelo dejé mis bragas al descubierto. Mi complejo llegó a tal punto que cada fin de año, cuando era convocada para la obra grupal, yo la rechazaba al borde del llanto.

Ahora solo espero haber superado ese suceso porque para variar ya no hay marcha atrás: el teatro de la Academia está rebosante de gente y ya faltan menos de 10 minutos para comenzar el espectáculo.

Me muerdo los labios con la intención de no gritar y regreso al camerino que comparto con otras chicas que sufren de nervios, al igual que yo. Es un espacio pequeño seguido después por un enorme armario, con vestidos de colores diversos, pantalones, blusas y zapatillas de todo tipo de tacón; y un cuarto de baño dos veces más grande que el que tengo en mi hogar. El lugar tiene, además, un tocador con cientos de pintalabios, sombras de ojos, coloretes... y no sé utilizarlas sin la ayuda de Joseph, nuestro maquillista.

-Ya estás perfecta. –El rostro del hombre, parecido al de un niño pequeño por sus ojos grandes y la sonrisa tierna, por mucho que su carácter no tenga nada que ver con la inocencia y la ternura, ya no forma parte de mi campo de visión-. ¿Deseas que llame al joven Graciani?

Me observo en el espejo y evito hacer muecas que hagan evidente mi incomodidad al llevar capas y capas de maquillaje, además de pestañas falsas que no me permiten ver demasiado.

-No, así estoy bien. Muchas gracias.

El tipo se encoge de hombros y desaparece murmurando que soy una chica bastante extraña. Doy un par de vueltas para comprobar que mi traje color esmeralda, ligero y con mucho vuelo, con volantes en la parte baja de mi falda, no permite bajo ningún concepto mostrar mis bragas (ocultas asimismo por un bóxer ajustado, pues mujer prevenida vale por dos). Realizo ejercicios de respiración para tranquilizar los nervios y le doy un par de sorbos a un té que Helen me recomendó para la situación extrema en la que me encuentro. El español, como que no quiere la cosa, se presenta bajo el marco de la puerta del camerino vestido con un pantalón gris oscuro haciendo juego con el saco, y una camisa blanca; esto para la primera canción del preludio del espectáculo: una sevillana para hacer honor a su país natal. Después Bástian y Helen bailarán un two step, seguido por un par de canciones de hip hop, un par de pop y una de blues donde participan más personas, estas profesionales en lo que concierne mover el cuerpo. Se producirá un espacio de descanso de 15 minutos para todos los que hemos de intervenir en la presentación y también para los espectadores, en el que podrán consumir la variedad de comida que en la cocina de la Academia un equipo de cocineros, entre ellos algunos trabajadores de mi padre que han de guardar el secreto de haber colaborado con el némesis de su jefe, preparan con sus expertas manos desde alimentos típicos de España hasta un platillo de Brasil. Después de ello, se continuará con la función con un cuadro de danza acrobática, salsa, rock, bachata y mambo, finalizando con una canción regional mexicana, cuyos bailarines seremos nuevamente el español y yo, honrando a mi querida madre, esto último idea de mi amigo que yo secundé enseguida.

Lo que solo sabe un pueblo entrometidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora