Capítulo 66

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Compartir mi vida con Marco es mágico. Viajar, caminar, saludar, hablar, reír, dormir y cenar, acciones tan sencillas como esas se vuelven realmente significativas cuando las vives con el que fue, es y será siempre tu mejor amigo. Para mí no es ninguna sorpresa que el servicio que cuida de su hogar le tenga amor tan profundo a él pues lo conocen desde que es un crío. Han visto crecer a un hombre leal, divertido y sincero, que se siente orgulloso por sus pequeños logros y por nada del mundo, aunque muchas veces se le compare con su padre, se deja menguar. Incluso le infunden ánimos de superarse, imaginando proyectos que concretará aunque le cueste la vida.

El comienzo de esta nueva historia ha sido perfecto dentro de lo imperfecto. Tengo la certeza de que así será siempre pues mi felicidad implica el tener que bajar la tapa del excusado cada que él sale del baño, oírlo roncar cuando duerme profundamente y escuchar bromas tontas; presenciar cómo se termina lo que fue tu trozo de pizza, aun si lo hace a escondidas, discutir con mi padre por naderías y también soportar su mirada de felino cuando se me levanta la falda, sin importarle estar rodeado de personas que lo vigilan.

-Me lavaré- anuncio dirigiéndome al cuarto de baño, escondiendo en un puño mi ropa para dormir. El español no se da cuenta absorto en acomodar el edredón de la cama y amoldar las almohadas, vestido ya con un ligero pants si bien tenga el pecho descubierto y sus pies estén descalzos.

-Espera. –Me paro en seco, llevando mis manos hacia atrás, y mi esposo me observa con el ceño fruncido-. No se te vaya ocurrir decirle a vuestro padre que me tardó en cambiar la voz y que mi rostro se llenó de espinillas en la adolescencia, ¿vale?

-De acuerdo- cedo con una media sonrisa-, aunque la verdad no tiene nada de malo.

-Para él sí- objeta llevando los brazos a la cadera-, creerá que a nuestros hijos les pasará lo mismo. Suficiente tengo con saber que los andará llamando monos araña, como a mí.

Trago saliva con dificultad, de repente muy abochornada:

-No lo haré.

Cierro la puerta, embobada con su aspecto enfadado, y después me hago ovillo cerca del excusado, intentando tranquilizar los nervios.

Helen y la señora Ángeles, incluyendo las novelas románticas que he leído desde muy chica, me han explicado lo que puede llegar a suceder cuando se consuma el matrimonio. No soy una mujer santurrona, pero eso no me impide sentir miedo. Mi mejor amiga me ha dado lecciones de belleza previas al suceso que llevo al pie de la letra con manos temblorosas y la mejor amiga o enemiga de mi abuela, no lo sé todavía, más bien me explicó lo que debo hacer después del acontecimiento, pero ¿y durante el hecho?

Agradecí que en nuestra primera noche juntos, arrebujados en un hotel desolado, infecto y antiestético, haya respetado mi desasosiego. El español jamás me había hecho sentir incómoda, más bien me hacía anhelar sus besos y sus manos traviesas que siempre me roban el aliento. Nos amamos, lo que nos convierte en unos esposos estupendos. No obstante, creo que no saldré del baño jamás. No puedo hacerlo. Moriré aquí por no ser lo suficientemente valiente como para salir con un descarado conjunto para "dormir", tan pequeño como para dejar al descubierto una braga a conjunto de costuras color azul agua y en el que mi muslo derecho deba portar una liga del mismo color que el atuendo.

-¿Estáis bien, Grisel? –Marco golpetea la puerta con insistencia, bailando de un lado a otro, seguro, para distraerse de la necesidad de orinar-. Ya tardaste.

-Necesito más tiempo- contesto. Me mantengo quieta frente al espejo, contemplando cómo mis mejillas rosadas se vuelven pálidas tan solo al escuchar la voz que convierte a mi estómago en un enjambre de mariposas ansiosas.

-Me piraré a otro baño.

El español se retira a grandes zancadas, lo que me relaja un poco. Respiro hondo, pensando que de alguna u otra forma tengo que salir para yacer con él, y estoy a punto de hacerlo cuando recuerdo que dentro de mi neceser se esconde una carta que mi padre prometió que me ayudaría si me encontraba en alguna situación difícil, aunque ciertamente él no pensó en esta que me abruma en el momento:

Lo que solo sabe un pueblo entrometidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora