Capítulo 51

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Durante tres semanas el único tema de conversación que ha tenido Helen es el cumpleaños de Bástian y por si fuera poco se ha encargado de recordárnoslo por medio de cartas, mensajes de texto y avisos pintados con marcador en las ventanas de nuestros coches. Hemos organizado entre la mujer, Marco, Sara y yo una fiesta no tan sorpresa si se toma en cuenta que ninguno de nosotros sabe guardar secretos, cuya delegada de cocinar postres y botanas para saciar los estómagos voraces de los 50 invitados que recibiría el apartamento de mi mejor amigo fui yo; los españoles acondicionaron el lugar y Helen iba de aquí para allá inspeccionando que todo fuera perfecto para el que pregonaba era el amor de su vida.

Ya huelo a sudor y me encuentro de mal humor pues de entre los invitados se encuentra el señor Graciani, quien se encarga de pasar frente a mí cada dos por tres sonriendo insidioso; Bástian se comporta como un niñato ya que se hace el despistado para probar a dedazos el pastel que tuvimos a bien en hornearle en el transcurso de toda nuestra mañana y su novia tras de él lucha usando como arma su mirada asesina. Marco me observa ceñudo puesto que llegué a su apartamento montada en mi coche y no en el de él, y del otro lado la española deambula entre tanta gente con una sonrisa que jamás se inmuta, ríe cuando el gemelo Alexander le hace gestos extraños con la intención de hacerla pasar un buen rato e incluso me abraza un par de veces murmurando lo feliz que se sabe teniéndome como amiga.

Bebo la tercera lata de cerveza fría a escondidas y sé que el alcohol comienza a hacer estragos agradables en mi sistema cuando el par de tortolos, seguidos por el español de ojos verdes, me invitan al centro de la pista de baile y yo acepto con alegría. El grupo de jóvenes tras los micrófonos e instrumentos musicales (que Marco contrató alegando que eran fiables) nos hacen bailar al ritmo del rock de Kiss y después de AC/DC, y aunque no todos los presentes opinan que es ese el tipo de música que incita a mover el cuerpo de manera placentera, al final los congregados, a excepción del señor Mario, por supuesto, hacemos vibrar el suelo porque es una fiesta y nos debemos de divertir.

Tomo descanso para admirar el cuadro que compone esta celebración y soy consciente de cada detalle minúsculo: los globos que se están desinflando poco a poco, las manchas en el mantel que cubre la mesa de los bocadillos, los cuales ya han desaparecido, el mal olor del lugar muy encerrado, los rostros que alucinan, los cuerpos que se pegan a otros, las risas explosivas... y del señor Mario que se acerca a mí, otra vez, para murmurar alguna otra tontería.

-¿Se está divirtiendo?

-Seguro.

Me llevo a la boca un dedo de queso, volteando de reojo hacia donde está el español por miedo a ser descubierta. El aludido no se inmuta, concentrado en ganar una competencia contra Bástian en la que uno de los dos ha de durar más tiempo soportando su cuerpo con las manos, ambos de cabeza.

-¿Marco no le ha dicho nada?

Volteo de nuevo hacia el padre de mi mejor amigo.

-¿Sobre qué?

Chasquea la lengua con desaprobación, si bien sus ojos sonrían por alguna batalla que saben conquistada, y del bolsillo interno de su saco extrae una hoja satinada que me entrega con delicadeza. El hombre sale del apartamento en silencio, como un gato nocturno que no desea ser descubierto por nadie, y yo por fin me atrevo examinar lo que me ha confiado. Las letras, color plateado, se confunden por la oscuridad del espacio y opto ir a la cocina para encender la luz. Leo con detenimiento lo que parece ser una tarjeta de invitación.

... ... ...

Mi auto, del que no sé nada respecto a su pasado antes de que fuera parar conmigo, no arrancó a la primera, lo que me hizo gritar un arsenal de vituperios que lo asustaron tanto que con un fuerte rugido salió hacia adelante rechinando llantas. Mantuve una velocidad que antes no me hubiera atrevido rebasar y, como que no quiere la cosa, Dios, que es el causante de este drama, decidió que después de 15 minutos ya no quisiera avanzar dejándome varada a la mitad de la carretera, donde solo una luz pública se dignaba a funcionar.

Me bajé del coche tan solo para propinarle patadas a los neumáticos viejos. Tenía miedo, algo que no suele ocurrirme fácilmente, y también mucho sueño, pero bajo ninguna circunstancia me iba a permitir llorar. Con tal determinación, extraje del maletero la tarjeta que anunciaba el compromiso entre Sara y Marco, cuya fecha de boda sería en dos meses, y el cuadro "El amanecer de un español" que me encontré en el cubo de basura de la cocina antes de salir de su apartamento hecha una furia. Los hice trizas que el viento se encargó de esparcir y desaparecer entre la maleza y los árboles que colindan la carretera.

Una vez satisfecha en lo que respecta controlar mis emociones para no derramar ni una lágrima, decidí que mi castigo sería llegar a casa a pie, aunque eso significara acostarme en mi cama dentro de media hora (eso si mi padre no me espera). Ignorar el dolor de mis pies con la canción con la que abrió la banda en la fiesta me pareció buena idea, abrazarme a mí misma para no sufrir frío también lo era. No obstante, no duré mucho haciéndolo pues el español llegó en su coche como el héroe que siempre ha sido.

-Con que aquí estás- asevera tan solo al bajar de su auto.

-Me parece que le falla el motor- señalo al cacharro traidor entretanto pateo una piedra imaginando que es el rostro de Marco.

-Morena...

-No, por favor- interrumpo con enfado-. No me llames así.

-¿Qué pasa?, ¿por qué te piraste así sin más?

-Estaba aburrida.

Mi mejor amigo no me cree, lo cual no me importa. Vuelvo a andar para dejarlo atrás con su cara de idiota.

-¡El coño de Bernarda!

De verdad no quiero voltear, pero algo en la voz de Marco me eriza la piel. Se me apachurra el corazón, momentáneamente, cuando descubro al español de rodillas observando con la boca abierta y los ojos llorosos un pedazo de lo que fue la demostración más clara de mi cariño, y después levantarse y juntar con desesperación los demás trozos de su cuadro. Cuando tiene en su poder también lo que reconoce como la invitación para su boda, se planta frente a mí de inmediato:

-¿Por qué putas has roto mi cuadro?

-Le hice un favor al de la basura- mascullo con sorna-. También a ti, al parecer.

-Estás como una cabra.

-No- garantizo con rabia-. Estoy más cuerda que nunca.

-Lo dudo, niñata-, se acerca tanto a mí que puedo observar el verde de sus ojos invadido por unas cuantas vetas marrones, y también las pecas que cubren sus mejillas, las cuales suavizan su rostro enfurecido-. Ese cuadro era mi preferido.

Bufo. Me contengo de plantarle una bofetada. Él continúa:

-Fue el único cuadro que se me permitió conservar en mi habitación y, para joder, en la Academia. –Se lleva las manos a su cabello, una manía que reconozco porque está desesperado, y sus labios hacen pucheros-. Ese obsequio me atestiguaba vuestro cariño por mí, ¿es que acaso ya no es así?

-No te hagas el imbécil- me niego a caer en su trampa-, estaba en el cubo de la basura de tu cocina.

-¡Pues yo no fui quien lo dejó ahí, joder!

Por un momento son nuestras respiraciones las únicas valientes para aparecer en un ambiente en extremo hostil. Ambos nos sostenemos las miradas y les aseguro que no seré yo quien hable primero, afectada por un nudo en la garganta.

-Sara y yo no nos casaremos- murmura con rapidez-, es toda una farsa.

-¿Qué dices?

-No puedo explicarte nada todavía, pero confía en que es cierto lo que te digo ahorita.

Me exaspero por el misterio que comprenden los españoles y él lo nota, pero se cansa de usar las palabras ya que al igual que yo no es muy paciente, y elige besarme en los labios por largo tiempo. Admito que no busco liberarme pues a esas alturas de la noche ya no se me apetece pensar más que incoherencias e incluso me veo abrazándolo con fuerza para que no se atreva a separarse hasta que yo lo quiera.

-Morena- murmura el chico aun pegando sus labios con los míos-, solo te pido que confíes en mí. -Me quejo por lo bajo y él me roba más besos rápidos-. Tu coche es una porquería, mi padre, estoy seguro, os entregó esa invitación ficticia y se deshizo de mi cuadro; el señor Henry os espera con un sermón y su mirada bravía, estáis cansada y dolorida. Sé que todo lo ves negro, pero por favor espera un poco más.

Lo que solo sabe un pueblo entrometidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora