-¡Meteré las bolsas a la cocina!- me grita el español con alegría contagiosa. Sale del garaje cargado con las compras que servirán para llenar la alacena que comenzaba a lucir lúgubre y hambrienta.
Cierro la puerta del coche y sonrío satisfecha, admirando su brillante pintura, sus ventanas transparentes y sus asientos de piel. Agarro las dos bolsas restantes que el español ya no pudo cargar con sus enormes brazos y tomo dirección a la casa, pero algo anda mal: las bolsas del supermercado que mi amigo se había ofrecido a llevar, se encuentran tiradas en el césped; los vegetales, galletas, papel higiénico y jabón esparcidos por doquier. Marco está arrodillado cerca del árbol Grismar y acaricia a mi buen Pelos con lentitud, quieto tras un arbusto. Me acerco un poco más para aclarar mi visión con el corazón en un puño.
Que no sea lo que pienso, que no sea lo que pienso...
Marco se levanta de inmediato al escucharme, limpiando sus propias lágrimas, e intenta detenerme:
-Morena...- pero se le quiebra la voz.
Niego con la cabeza. Empujo un poco al hombre que por primera vez en su vida se ha quedado callado y abrazo a mi mascota como muchas veces lo hice durante mis noches de insomnio, si bien las hojas de la planta me lastiman los brazos y el rostro. Ahora soy yo, y lo odio, la que le transmite calor a su cuerpo inerte. Un animal que nunca me trajo más desgracias que destruir mis libros o mearse en pantalones ajenos ya no tenía la vida que siempre demostró tener con su energía y alegría. Me dolía muchísimo, tanto que era incapaz de derramar lágrimas, de moverme o pensar.
-¿Qué voy hacer sin ti?- murmuré escondiendo mi cara entre el pelaje de su garganta.
Acaricié su cuerpo peludo, manchado por lodo aun fresco, hasta que se hizo de noche. El español se mantuvo a mi lado todo ese tiempo, el único ser que me ancló al mundo para evitar que cayera, como muchas otras veces, en aquel en el que todo lo que quiero se evapora con facilidad. Velamos a la mascota más genial del Universo entero mientras rememorábamos los recuerdos, siempre agradables, que nos trajo en su existencia.
Al llegar mi padre no mostró, en un principio, emoción alguna. Tomó la decisión en la que ni Marco ni yo habíamos llegado todavía de enterrar a Pelos en un espacio del jardín. Ambos jóvenes lloramos tan solo al imaginarlo bajo tierra, pero no se nos permitió tanto lamento y así nos pusimos manos a la obra: los hombres cavaban un hoyo sin importarles a ambos, amantes de la naturaleza, destruir el césped que cubría el espacio, y yo redactaba una carta que leería al final de nuestra pequeña ceremonia. También metí dentro de una caja de madera todos los juguetes que le pertenecían a Pelos, entre los que figuraban unos cuantos de mis pinceles, camisetas rotas de mi padre y calcetines sucios del español.
Me encontraba en mi habitación, concentrada en la escritura, cuando mi padre me llamó voz en grito. Corrí hasta el jardín como un rayo pues sabía que había problemas.
-¿Qué sucede?
Marco tomó la palabra completamente desesperado:
-A tu papá no le mola que plantemos un árbol donde estará Pelos.
-Hija- intermedia mi padre detrás de él, limpiándose la frente sudada con la manga de su camisa de cuadros-, eso es una locura. Díselo.
Ya había leído una vez, en una página de Internet que abogaba sobre la ecología, que se hacía abono con las cenizas de las personas para poder hacer crecer una planta. No creía posible, bajo nuestras circunstancias, que pudiera crecer vida sobre un perro que murió por viejo, pero la idea me parecía estupenda, de todas maneras.
-Podríamos ir al vivero de la señora Johnson para conseguirlo.
Mi mejor amigo sonrió satisfecho; mi padre, por el contrario, sopesó los beneficios e inconvenientes que tendríamos al hacer realidad aquel extraño plan, aun si no lo ejecutábamos de pies a cabeza puesto que mi perro sería enterrado completo, no en cenizas.
-Ve con Grisel a llorarle a esa señora para que les quiera vender a estas horas de la noche un puto árbol- le ordenó al español, y el chico obedeció sin chistar.
... ... ...
No nos costó trabajo, y ustedes sabrán por qué, para que la señora Johnson accediera a abandonar la tarea de ver una película mientras sus hijos tomaban la cena, para abrir su vivero a un par de jóvenes que aun lloraban la pérdida de su mascota. Mucho menos si de los dos, uno fuera del sexo masculino y que además fuera tan apuesto.
-Buscamos un árbol que tenga hojas coloridas- comentó el español.
-¿Pues qué no es un entierro?
Ignoramos la pregunta a propósito. El chico ya conocía los lugares específicos que pudieran ayudarnos a encontrar lo que buscábamos pues uno de sus sitios preferidos de compras es justamente el vivero.
-¿Qué te parece el de allá, morena?
En ese momento, absorta en más recuerdos con mi mascota, cualquier cosa que me hubiera señalado me habría parecido perfecta. Y como lo descubrí más tarde, después de unos días del acontecimiento, el español siempre me parecería el más certero. Así pues, con el árbol pequeño en brazos, la ceremonia comenzó puntualmente a la 1: 14 de la madrugada. El frío viento no se sintió pues los cuerpos de Marco y mi padre se mantenían agazapados a mi lado, brindándonos entre los tres un cálido abrazo que no tenía otro significado más que el de sosegar nuestra tristeza.
Se introdujo la caja donde yacía Pelos en un hoyo bastante profundo y yo fui la primera en arrojar el puñado de tierra para comenzar a enterrarlo. Mientras los hombres se encargaban de tirar el resto de tierra y plantar el pequeño árbol "Lluvia de oro", que para nosotros ya estaba apodado "Pelos", leí las palabras que había escrito para él, pero no pude terminarlas pues un nudo se apoderó de mi garganta, por esto Marco tomó la palabra:
-... el tamaño de tu corazón jamás podrá ser comparado...
El chico también desistió de la tarea alegando que no veía en la oscuridad. Dejamos pasar por alto que una lágrima volvía a recorrer su mejilla, así que el trabajo fue cedido al señor Henry... esa noche no se pudo concluir con la lectura. En realidad, jamás se pudo hacer tal tarea.
Lo único que pude pensar al estar acostada en mi cama fue que mi tatuaje por fin tenía un significado que pudiera sonar razonable para mí mentalidad basada en las creencias puritanas que mi padre tuvo a bien en infundirme desde mi niñez, y es que era la manera de llevar conmigo el símbolo que engloba a todos mis seres queridos.
Un árbol significa fortaleza, tranquilidad y vida. Y ellos me brindan todo eso. Incluso más.
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Lo que solo sabe un pueblo entrometido
Novela JuvenilCuando se vive en un pueblo donde los integrantes tienen la manía de espiarse, el romance puede resultar muy engorroso. Es por ello que nuestros protagonistas deberán cuidarse de cámaras y miradas indiscretas para que su historia de amor no se vea d...