Capítulo 20

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El camino de regreso hacia nuestras familias es mucho más ameno. Cada puerta que pasamos es digna para robarnos un beso, todo entre risas tontas. Nos paramos, tomando aire para tranquilizarnos, frente a la entrada del comedor principal. Un espacio tan grande que cubre, se los aseguro, el comedor y la sala de mi propio hogar. Sus paredes son de color tinto y sus muebles castaño claro. El aparador resguarda en sus cajones la cubertería y manteles que ya están disponiendo sobre la mesa larga de 12 sillas, y sus puertas de vidrio protegen una pequeña parte de la cristalería y la vajilla.

-Llegan exactamente para la cena, querido. Tomen asiento.

La madre del chico lo coge de la barbilla y retira con el pulgar los restos de mi labial. Sonríe, por supuesto, pero es su mirada la que me avergüenza hasta la médula espinal. Después, ella personalmente dispone las sillas de su precioso comedor. Cree conveniente sentarse de cara a su esposo; Griffin ha de tomar asiento a la derecha de su madre y yo en la de su padre. Agradezco que me deje tener a mi papá a mi lado pues las niñas, un par de diablillos, nos observan desde el frente, tan sonrientes y tiernas que no creerían jamás que me pegan patadas por debajo de la mesa.

El silencio se hace espeso a partir de ese momento. Entra y sale la servidumbre por la puerta del fondo que seguro da a la cocina, otro espacio grande, disponiendo frente a cada uno los platillos en tiempos. Mi padre dibuja una sonrisa imperturbable ante el espectáculo que le brinda el entremés, que consiste en un par de bocadillos de cuatro quesos, seguido por una sopa fría de chícharo y menta, y después un filete horneado en vino blanco. Muero de ganas por almacenar en mi servilleta un poco de cada comida para el banquete de mi mascota, pero me contengo.

Todo va bien al inicio, pero algo debía ocurrir: mi estómago pequeño ya no admite la tarta de frambuesa con almendras que la señora Smith preparó con sus propias manos para el final de esta grandiosa cena.

-Grisel- me reprende mi novio desde su silla, un poco alejada de la mía-. Es de mala educación despreciar el postre.

El comedor se llena de miradas cargadas de significados diferentes. El padre de Griffin intenta tranquilizar el tic que sufre su mujer. Las niñas me sonríen e intensifican sus golpes bajo la mesa. El niño Smith me desaprueba completamente por haber alterado, con un simple gesto de negación, la paz que reinaba durante esta celebración. Mi padre sigue absorto en la comida, no obstante desde lejos me dedica una sonrisa con la que me pide que me tranquilice, pues ya me encontraba nerviosa y un poco molesta.

-Se ve delicioso- elogio entre dientes. Me llevo a la boca una porción diminuta de la tarta y sonrío fugazmente.

-Querida- intercede la madre de Griffin, completamente aliviada al verme tragar el primer bocado de su postre-, la consecuencia de no comer bien es justamente esa complexión tan delgaducha que tienes. –Traza una sonrisa hipócrita entretanto acaricia las mejillas regordetas de sus hijas-. Aquí la comida nunca nos hace falta, por eso mis hijos son muy saludables.

Asiento por toda respuesta, aunque en mi cerebro bullan comentarios desagradables.

-Además,- toma la mano de su amado hijo mientras sus ojos se apoderan de los míos-, a Griffin siempre le han gustado las chicas rellenitas.

-Es hora de marcharnos- pregona mi papá, poniéndose de pie, sorprendiéndonos a todos. Me insta a levantarme mientras junta sus palmas y prodiga una sonrisa sardónica-. Esto ha sido estupendo.

-¿Es necesario que se vayan tan pronto?- pregunta el señor Smith-. Aún falta que veas mi colección de autos, seguro te encantará.

-Me parece que será en otra ocasión, Charles- interviene su esposa, perdiendo los estribos que desde que comenzó la velada ha mantenido en la línea de salida-. Es mejor que se marchen pues, no les quise decir una vez entramos al comedor, naturalmente, pero su asqueroso perro se comió todas las hortalizas de mi invernadero. Mi mayordomo lo tuvo que encadenar y encerrar dentro de la bodega y el animal no ha parado de llorar desde entonces, un comportamiento bastante irritante que ya no soy capaz de soportar.

Lo que solo sabe un pueblo entrometidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora