La inspección que mi padre me hace cada que llega al término alguna velada con Griffin y regreso a casa, plantándome en el marco de la puerta de su habitación, es rápida pero concisa. Acostado sobre su cama, asoma sus ojos almendrados y profundos a través de la Biblia que lee todas las noches antes de dormir y me observa de pies a cabeza. Me hace las preguntas pertinentes, detectando todos los sentimientos escondidos entre mis respuestas, y oculta de nuevo, un poco decepcionado, la escopeta que guarda con celo en el cajón más alto de su armario.
Esta vez, en cambio, intento ser cortante pues es la única manera de despistarlo. Finjo prestar atención en la mancha de café de la alfombra y los minúsculos vellos del pelaje que mi mascota suelta al andar, murmurando algunas veces "vaya, mañana tendré que limpiar este estropicio", antes de caer en las garras malvadas que comprende su terrible mirada.
-¿Tu respuesta a mi pregunta es muy bien?
Me muerdo las uñas con nerviosismo absorta en las partículas de polvo que invaden el ambiente, y asiento con la cabeza.
-¿La película que vieron se llama "Muy bien"?- corrobora, alzando la voz una décima de lo acostumbrado. Cierra con un golpe sordo aquel tomo de aspecto antiguo que algunas veces me hace sentir escalofríos, y me obliga, aún sin moverse ni decir nada más, a mirarlo a los ojos.
-Lo siento- me disculpo-. Vimos Star Wars.
Chasquea la lengua con desaprobación. Intenta bromear, advirtiendo que algo no va bien conmigo:
-Ya entiendo por qué tienes esa cara.
Me acerco a él y le planto un beso pequeño en su frente arrugada, desapareciendo de inmediato solo por si acaso, dejándolo sorprendido y con el sermón agolpándose en su mente siempre muy astuta, sus labios formando una o bastante cómica. Sin embargo, no es hasta que entro a mi habitación oscura y cierro la puerta con llave cuando el llanto que ya me escocía los ojos hace su dichosa aparición. No lloro como las princesas de películas Disney, sino más bien como una loca que debe limpiarse todo lo que escurre por su rostro (lágrimas y mocos), mientras intenta hacer el mínimo ruido y por tal razón los sonidos que produzco son como los de un cerdito.
-Venga, morena- me sorprende esa voz-, que parece que no acabas de vivir una de las escenas más pornográficas que mis ojos hayan visto alguna vez.
Dejo de cubrirme el rostro empapado e intento asimilar la situación: mi ventana abierta de par en par y un hombre asomándose por ella, iluminado por la luz de la luna menguante. Juguetea con la cortina transparente, simulando ser un fantasma.
-¿Marco?
Deja de actuar como estúpido y se acerca a la cama, donde se establece cómodamente con los brazos bajo su nuca, estirando sus largas piernas importándole un comino que sus tenis ensucien mi edredón favorito. Me invita a hacer lo mismo golpeando el lado disponible con la palma de la mano:
-Ven, Grisel- exhibe una sonrisa burlona-. Conversemos acerca de vuestro horrible ligue.
-Marco- repito. No puedo creerlo.
El chico es ajeno a los sentimientos y pensamientos que bullen por mi mente:
-Debiste haberlo visto cuando cerraste de un portazo- continúa, usando un tono en exceso divertido-, era como si se hubiera meado en los pantalones. Me parece que aún sigue fuera preguntándose qué hizo mal, sin llegar a la conclusión de que tocar a una mujer de esa manera es una chapuza. Es un imbécil- concluye, aunque ya no sonríe, consciente de que me hiere.
-¿Nos estabas observando desde mi ventana?- es lo único que se me ocurre preguntar. Me acerco a él con energías renovadas, los brazos hechos jarras. Él me imita de inmediato, dejando lucir lo que siente verdaderamente, haciéndome recordar que fue así como una noche me dijo que ya no me soportaba.
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Lo que solo sabe un pueblo entrometido
Teen FictionCuando se vive en un pueblo donde los integrantes tienen la manía de espiarse, el romance puede resultar muy engorroso. Es por ello que nuestros protagonistas deberán cuidarse de cámaras y miradas indiscretas para que su historia de amor no se vea d...