Capítulo 45

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Para celebrar que en efecto la remodelación de la Academia fue un éxito, Sara ha organizado una fiesta deslumbrante gracias a sus capacidades de liderazgo, persuasión y encanto. Todos beben, bailan y se divierten dispuestos en pequeños círculos formados según su simpatía. Marco va de un lado a otro respondiendo las preguntas acordes a lo que se festeja, tomando la mano de su novia, y Bástian y Helen, desplazados en una esquina, no dejan de observar cómo me embriago a propósito entre las cortinas. El señor Mario, para mi desdicha, está en extremo dichoso al ver que su hijo está a un lado de la mujer que cree (y es cierto) perfecta para él. De vez en cuando palmea sus hombros, orgulloso, y le hace bromas a la pelirroja haciéndola reír de manera femenina.

Me dirijo al cuarto de baño recargándome en las paredes y sillas, pues temo que caeré, y ya no recuerdo por qué estaba llorando escondida.

-Vaya, Grisel...

Mi mirada desenfocada identifica a un hombretón de ojos color lapislázuli. Un gemelo. Me llevo la boquilla de mi botella, usurpada de la cocina del edificio, a los labios y de golpe me acabo el líquido. Ya no tengo tantas ganas de encerrarme dentro de un cubículo del baño, un ápice de ánimo me ha hecho despertar de mi letargo. El chico nota mi ligero cambio de humor y me toma de la mano. Lo permito porque hace solo un momento me sentía sola y ya con él la sensación no era tan lastimosa.

-Alexis- balbuceo. Sonrío pues al menos mi cerebro se dignó a reconocerlo. Él voltea a verme con una sonrisa burlona y aprieta el paso hacia la puerta del jardín escondido que mi mejor amigo y yo compartíamos en nuestros momentos más íntimos. Se sitúa en la banca de metal acomodada bajo un árbol de cedro, me señala sus piernas como único espacio disponible y como ya no pienso, lo acepto. Tomo asiento en su regazo, sintiendo alivio en los pies que desde hace mucho he dejado de notar, todo por calzarlos con unas zapatillas de tacón muy alto para tan horrible ocasión. Llevo puesto un vestido rosáceo con un escote que el chico no ha dejado de admirar con descaro:

-Eres muy bonita- susurra cerca de mi oreja.

Siento el impulso de reír cuando me hace cosquillas ahí donde me está tocando: los muslos, la cadera. Me remuevo para soltarme, como si se tratase de un juego donde por un momento me dejo vencer.

-¡No me gustan las cosquillas!- digo entre risas. No obstante, las reglas de tal pasatiempo cambian abruptamente, pues sus manos ya no son juguetonas, más bien bruscas. Me hace sentir muy incómoda-. ¡No me gustan las cosquillas!- repito. Mi furia se enciende con mayor rapidez que la habitual y le echo la culpa al alcohol. Tiro puñetazos como si mi vida dependiera de eso. El gemelo yace tirado sobre el césped y, para variar, ya hay personas congregadas a mi alrededor. Unas más ebrias que otras gritan que Alexis se defienda; los que no lo hacen, observan preocupados cómo es que una chica de minivestido puede golpear con tal fuerza. Hay una en específico, y ustedes ya lo pueden adivinar, que viene a mi rescate como en los viejos tiempos. Sus manos fuertes me toman de la cintura y me aúpan con demasiada autoridad en sus movimientos como para hacerme callar y hasta sonrojar. Al instante estoy acurrucada en los brazos de un hombre de ojos verdes, sonrientes también.

Es lo más bonito que he visto, pienso.

El hombre camina y camina hasta que ya no hay nadie a nuestro alrededor, hasta que la música es solo una remembranza y el olor a aire acondicionado mezclado con sudor dejan de provocarme náuseas. Estamos fuera del edificio que me traía recuerdos vagos acerca de una española y cuadros olvidados en alguna bodega, sino es que en el cubo de basura, que consideraba como mi más grande tesoro.

-¿Quién eres?- quiero saber. Después de todo es mi héroe, debo de informarme para que, llegado el momento, cuando vengan a preguntarme quién ha sido mi rescatista contra imbéciles, yo pueda murmurar su nombre con la mirada perdida, buscándolo en el cielo.

Lo que solo sabe un pueblo entrometidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora