Capítulo 27

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Mis castigos, antes de conocer a Marco y como ustedes ya lo saben, consistían en ir a laborar al restaurante, no escuchar música, pintar o leer y mucho menos convivir con mi mejor amiga. Ahora, por el contrario, están relacionados siempre al español. Este día en especial, en el que pese a que mi sufrimiento, en la escala de medidas, estaba hasta el tope puesto que mi padre había decidido prohibirme respirar el mismo aire de Marco una vez recompuesto de la sorpresa de tener al chico en el condado quizá para la eternidad, mi maestro favorito (lo odio) me ha impuesto el proyecto más laborioso de mi vida, impidiéndome tener un pequeño tiempo libre para la celebración de mi cumpleaños. Ahora bien, esto se vuelve sumamente insufrible cuando dicho proyecto es una sanción por no haber entregado mi tarea que, ustedes recordarán, fue destruida por las manos traviesas de las hermanas de Griffin aquel horroroso día de la celebración de su cumpleaños.

Marco, como que no quiere la cosa, no se ha despegado de mí desde que el sol salió a iluminar y calentar el entorno por la agradable mañana. No le tomó importancia a la amenaza de mi padre en la que una vez más prometió dispararle con su escopeta, escondida en el mismo sitio pese a que mi amigo ya conozjca su ubicación, y se pasea de un lado a otro del garaje observando con deleite mis pinturas; rompiendo, si bien cree que no me doy cuenta e inquieto les busque un escondite, unos cuantos pinceles que son tan viejos que no resisten mucho el tacto.

-¿Ya terminaste, morena?

El rostro blanquecino del español se asoma, de nuevo, por mi hombro derecho provocándome cosquillas con su cabello. Inspecciona el avance de mi proyecto con ojo crítico, aunque no entienda nunca sobre técnicas, y pierdo la concentración en cuanto osa robarme un beso en la mejilla.

-No, Marco- me desespero-. Ha sido un no desde la última vez que me lo preguntaste y otro no para cuando se te ocurra volver hacerlo.

Chasquea la lengua con desaprobación sin hacerse el ofendido. Rasga el lienzo con su dedo índice justo donde estaba a punto de aplicar la pintura, y con una irritante media sonrisa murmura:

-Es que os tengo un obsequio.

Procuro no caer en la trampa que encierran esas cuantas palabras, pero el cansancio acumulado desde que me senté en mi taburete, encendí mi aparato reproductor de música, me coloqué los audífonos pese a que Marco me los haya retirado casi enseguida para no sufrir por la indiferencia, y me dispuse a comenzar y terminar este mismo día el trabajo, ya había hecho estragos en mi vista por momentos borrosa, mi espalda y en la muñeca de mi mano dolorida. Así pues, suelto el pincel y hago ejercicios para destensar mis músculos agarrotados.

-Vamos, Graciani, soy toda tuya.

El chico sonríe de oreja a oreja sabiéndose el vencedor. No obstante, en vez de ir por una caja de regalo (algo sustancioso), me tiende una pequeña hoja amarillenta y arrugada:

-Léelo.

Me dispongo hacerlo aun si mi mejor amigo, completamente excitado, se coloca detrás de mí nuevamente para repasar una carta que seguro ya se sabía de memoria:

Señorita Grisel: anulo el compromiso porque de entregarme el proyecto tan difícil que le encomendé desde hacía tiempo. Los trabajos que ya me ha proporcionado con anterioridad son suficientes para que su calificación sea aprobatoria de excelencia.

Su amigo el español me ha Feliz cumpleaños le desea, su maestro amigo el maestro.

Vaya. Marco sí que se ha tomado unas cuantas molestias para que este día, como él me lo prometió, sea mi favorito.

-No quiero saber cómo es que obligaste al profesor a escribir esta misiva- me río con alegría. Abrazo al español con todas mis fuerzas-. Te prepararé dedos de queso por ello.

Lo que solo sabe un pueblo entrometidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora