Capítulo 11

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El cabello de Griffin es un encantador prisionero de color negro con rayos castaños que sufre por las plastas de cera que el chico se unta para calmarlo. Sus ojos de un azul tan intenso que en otros días yo juraba del color de su cabello, se abren nerviosos cada que lo observo como en este instante: con detenimiento.

¿Por qué creí que era feo? Su piel tan blanca contrasta con las pecas que adornan su nariz puntiaguda, un poco rosada por el frío. Quizá su sonrisa no sea la más hermosa, pero al menos hace el intento por parecerlo cuando sus labios se contraen en una mueca que deja entrever una tierna risita. Su complexión muy delgada que temo hacerle daño cada que me gana el impulso de chocar mi hombro con el suyo a modo de confidencia, se desplaza lenta y tranquila aun cuando tiene prisa.

-Me agrada caminar a tu lado, Grisel. Es reconfortante.

Termino de masticar el último bocado de mi galleta y le sonrío:

-A mí también.

Nos hemos propuesto, para gracia de la dueña del local de galletas recién horneadas, probar todos los sabores en cada salida. En un mes, no me he cansado de reír como boba cada que a Griffin, un hombre con poca suerte, le toca degustar la de los sabores exóticos. Hasta ahora la que más aborrece es la de chocolate con cilantro.

Cansados de la pequeña caminata, sobre todo porque hemos recorrido desde mi hogar el trayecto que nos lleva al centro del pueblo, tomamos asiento en el borde de una jardinera que adorna la avenida principal del condado, concurrida por personas cubiertas por completo con sus aditamentos otoñales, paseando a sus mascotas entretanto visualizan tras las vitrinas de los locales los productos que les ofrecen: desde videocámaras hasta dulces de guayaba. Jugueteo con las hojas de un crisantemo y el chico observa la cadencia de los movimientos de mis dedos chocando con la dichosa flor, y así tan abrupto como suele comportarse cuando está timorato, pronuncia las palabras de una pregunta que temía escuchar inclusive en mis sueños:

-¿Marco Graciani no regresará jamás al pueblo?

Suspiro hondo y procuro, quizá desde que me invitó a salir hasta ahora, modular el tono de mi voz para parecer menos tosca.

-Me parece que no.

-Eran buenos amigos, ¿no es así?- se acerca a mí, como si creyera que invadiendo mi espacio con su blandengue cuerpo no pudiese huir, dejándolo con la intriga que al parecer lo atormenta demasiado-. ¿Se pelearon?

-Eso no es de tu incumbencia- sentencio. Griffin agacha la mirada y por fin, ¡gracias a Dios el todopoderoso!, un rizo de su cabello se escapa de tan horrible prisión y rebota un poco sobre su frente. Siento el impulso de tocarlo y me lo permito porque me parece lo más genial que me pudiera ocurrir en este día tan nublado y frío.

-¿Qué haces?- me pregunta deteniendo mi mano aun en fricción con su cabello. No parece molesto, de todas maneras.

-Me gustan tus rizos así.

Sus mejillas se vuelven coloradas cuando le sonrío, decidiendo seguir traveseando, como si se tratara de los pétalos de otro crisantemo, con el resto de su cabello para volverlo tan salvaje como en realidad sé que es.

-¿Así cómo?- susurra. Cierra los ojos para no dejar lucir su inconformidad por saltarse las reglas que lo rigen como remilgado.

-Libres.

Pero la cosa se vuelve distinta a partir de ese momento, pues sin poder creerlo (y eso que les escribo pasados muchísimos años de tan gratificante suceso), Griffin, como un guerrero mal herido que saca fuerzas para terminar con la batalla, me toma de ambos lados de la cara y sus labios se adueñan de los míos sin temor alguno por creer que sus gafas de montura negra me lastimaran con tan dulce contacto.

Sí lo hacen, debo admitir, pero no pienso arruinar la ocasión comentándoselo. Sus labios rosados y pequeños me gustan tanto como su cabello. Incluso mucho más.

... ... ...

Caminamos tomados de la mano, una sensación rara teniendo en cuenta que esto solo lo hacía cuando se trataba de mi padre y en exclusiva para atravesar una calle, y nos dirigimos con lentitud hacia mi hogar. Es un regreso bastante diferente a comparación de los otros días ya que es el beso quien se asoma entre nuestras sonrisas tontas entretanto abandonamos el bullicioso puerto y nos adentrábamos a los vecindarios.

-Quiero llevar las cosas de manera correcta, Grisel- murmura sin atreverse siquiera a mirarme a los ojos, hecho que aunque no me molesta como antes (sobre todo cuando me hacía quedar en ridículo delante de mis compañeros de clase), me hace sentir extraña. Como si él se hubiese enamorado de un dragón y temiera cometer alguna imprudencia para no ser atacado.

-¿Y cómo lo harás?

-Me presentaré a tu padre esta misma noche.

Suelto una carcajada sin poder evitarlo. Mi papá sí que es un dragón, y uno al que le encanta jugar con sus víctimas, por puro placer, antes de engullirlas.

-¿No crees que es muy apresurado?- me alarmo.

El chico se para en seco y me veo en la necesidad de hacerlo también; aun con su mano tomando la mía, me obliga a colocarme frente a él. Me lleva por lo menos una cabeza más de altura, por lo que debo alzar el rostro para mirarlo a los ojos:

-Sé mi novia, por favor, y esta noche, pese al pavor de verme frente al hombre que en la totalidad del condado se conoce como "El toro", me presentaré oficialmente como tu chico. Como deseé hacerlo desde hace ya bastante tiempo.

Caray, qué raro se siente. En mis más recónditos pensamientos anhelaba que esas palabras salieran de los labios de otro hombre, pero es en mi vida real, y no en mi tonta fantasía, donde Griffin Smith, el chico que aborrecía toparme frente al estacionamiento de mi escuela, en las calles, incluso en mis pesadillas, declara querer ser algo más que mi amigo. Una persona como Bástian para Helen. Una persona como Sara para Marco. Una persona para mí.

Me muerdo los labios para evitar dejar lucir un puchero y enredo mis brazos alrededor de la cintura del chico:

-Griffin, mi papá no pondrá objeciones al saber que soy muy feliz al declararme tu novia.

Desdeluego que eso era mentira (mi padre no se pondría contento), pero ¿qué podía yohacer? El chico era el polo opuesto a todo lo que yo conocía. No eraatrabiliario, sino más bien demasiado tímido. A lado de él yo me sentíaponderada, una mujer. Una princesa y no una estúpida prisionera, lo queevidentemente, además de su cabello y sus labios, me gustaba muchísimo.

Lo que solo sabe un pueblo entrometidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora