Es momento de deshacerme de un arsenal de pinturas. He ignorado el hecho de que ya no se pueda caminar por el garaje ni siquiera bailando ballet para llegar a mi mesilla de pinceles, sin pensar en mi profesionalismo. Así que las he puesto en evidencia a TODAS con ayuda de mi pequeña Lindsay y he colgado en la entrada del jardín un sencillo cartel que anuncia:
Obras de arte a precio bajo
Bueno, admito que no es muy llamativo. Quizá mi subconsciente se niegue a llamar tanta atención para no lograr el cometido que dicta mi razonamiento; sin embargo, él no ignora la cara de decepción que me pondrá el español cuando se entere de este movimiento. Sara fue la principal impulsora, a base de reprimendas señalándome con su dedo índice cuya uña esmaltada de un color granate sobresalía terroríficamente, de exponer en mi jardín, solo en esta ocasión, mis pinturas y esculturas. No es lo que yo hubiera elegido, ciertamente, una artista busca, más que vender los lienzos, exponerlos en museos o sitios donde valoren el arte más que como un simple adorno para la sala de estar o los bar- café del puerto. No obstante, en este pueblo, donde mi nombre significa sobretodo problemas, yo debía adaptarme a su simplona personalidad para que conocieran, desde otra perspectiva, mi talento.
Unos cuantos niños llegan para revisar mis pinturas y me comienzo a irritar pues, ¿para qué quieren ellos algo así? Ni siquiera Lindsay, amante de los paisajes lúgubres y aquellos donde hay perritos, se ha decidido por llevárselos. Está a un lado de mí, tomándome de la mano, y me narra historias que no he logrado escuchar por tanta angustia. Se lleva a la boca caramelos que días antes le había regalado, como siempre, nuestro amigo español, y me ofrece de vez en cuando unos cuantos. Pelos se mantiene quieto a nuestro lado, recostado sobre su estómago gruñendo a aquellos que osan molestarlo.
De un momento a otro en mi jardín ya no hay niños, sino adultos con dinero que se llevan cuadros para sus salas o habitaciones, con sonrisas malévolas pintando sus rostros (¡sí, son malévolas!). Estoy al borde del llanto. Cada vez se acerca más la hora de entrar a casa para llorar por las pérdidas, por el robo que le hacen a mi corazón. Cada pintura es un sentimiento vivido en su momento: la muerte de mi pez Sheldon, la fractura de mi pie derecho, el término de mi libro favorito, una pelea con Helen.
Se llevan trozos de mi memoria, de mi alma.
Helen me hace una visita breve antes de dirigirse al restaurante de mi padre. Me besa la frente y acaricia mi cabello entretanto recibo más y más dinero. Algunos vecinos, como que no quiere la cosa, son conscientes de lo valioso que se llevan entre sus brazos, por lo que optan por darme más efectivo que lo estipulado en una hoja amarillenta con mis números, torcidos y temblorosos, impresos en ella. Sara también llega un momento acompañada del gemelo Alexander y eligen cada uno una obra que decorará sus departamentos. La española me recuerda, una y otra vez, que estoy haciendo lo correcto, y al final me informa que su novio no sabe absolutamente nada sobre este movimiento, tan atareado en la Academia como para sospecharlo siquiera.
La luna, en cuarto creciente, luce espectacular en el cielo, pero las nubes negras, que amenazan una lluvia torrencial, cubren su luz blanca cada dos por tres. Disfruto del viento húmedo que remueve mi cabello y cuando creo estar lista, inhalo una última vez ese aire que a veces me hace falta y meto lo poco que quedó de mí en el garaje, mientras lágrimas recorren mis mejillas.
-¿Hija?
Me sorbo los mocos. Pinto en mi rostro la determinación y con una enorme sonrisa saludo a mi papá:
-Hola.
Claro, no me cree. El hombre de mirada cansada se acerca tímido, probando la seguridad de su acción, y cuando sabe que no hay peligro me abraza con fuerza. Respiro su fragancia corporal, un poco sudorosa y rancia, y me parece lo más confortante de mi día.
-Aún no estaba preparada- sollozo. Con tristeza renovada.
-Grisel- intenta mirarme a los ojos. Me limpia las lágrimas con la brusquedad que lo caracteriza-. Yo pienso que mañana vendrán miles de personas y te pondrán a hacer más pinturas. Deberías trabajar más en eso.
-¿En serio?
-Creo necesario, y eso es demasiado, que tu idiota amigo español debería venir a hacerte reír. He escuchado- murmura a modo de confidencia-, que las pinturas felices son la moda.
Me enternezco por sus vanos esfuerzos por hacerme entrar en razón y no puedo evitar plantarle un beso merecido en su frente ya arrugada.
-¿Estás seguro?
-No, pero tengo que intentarlo.
Se retira de mi lugar preferido cuando ya me vio comer al menos un hot- cake repleto de miel de maple y beberme un gran vaso de leche helada, haciéndome prometer que por la mañana le presumiría al menos diez obras de arte feliz. También me presionó para llamar a mi mejor amigo para lograr tan hermosa labor como artista.
Pienso cumplir todo menos lo último. Sé que cuando Marco se entere que las pinturas de las que él es el mayor fan fueron a parar a otras manos menos las suyas, armará una guerra. Pero lo que ha hecho mi padre me ha infundido valor y me ha hecho consciente de que soy muy afortunada, y eso me hace completamente feliz. Al parecer, no solo el español tiene ese poder. Y qué bien.
... ... ...
A veces los padres se equivocan. Al día siguiente del día más gris de mi vida, si bien fue soleado y, según el periódico del condado digno para surfear y disfrutar un chapuzón en la playa, nadie acudió a mi jardín para solicitar alguna pieza de arte. Peor aún, el pueblo entero se mantuvo, por primera vez desde que el hombre habitó la Tierra después de los dinosaurios, en un silencio a mi parecer terrorífico respecto al acontecimiento.
Estaba desconsolada. Nada ni nadie podía traerme un ápice de felicidad. Intenté permanecer acostada en mi cama engullendo helado de vainilla, panecillos, papas fritas, palomitas y caramelos; después me levanté, despeinada, en pijama y con pésima cara solo para tirarme al sofá y proyectar en la televisión películas tristes sin resultados favorecedores. Lo mío era una tristeza callada, de esas que te aplastan el alma. ¿Qué clase de artista iba a ser? Una muy común, seguro. Una que nunca lograría ser exhibida en un museo o en una simple escuela.
Se me ocurrió que esta emoción que me embargaba debía ser plasmada en un lienzo, así que me aupé, me duché y vestí con mi ropa de trabajo, y me encerré en el garaje. No salí de ahí hasta que descubrí que yo, Grisel Amaro, era mucho. Que mi talento tomaba más fuerza cuando mi orgullo se veía herido.
Me di cuenta que un día no muy lejano, Grisel Amaro iba a ser una artista cuyas obras iban a ser expuestas hasta en una mini galería.
ESTÁS LEYENDO
Lo que solo sabe un pueblo entrometido
Teen FictionCuando se vive en un pueblo donde los integrantes tienen la manía de espiarse, el romance puede resultar muy engorroso. Es por ello que nuestros protagonistas deberán cuidarse de cámaras y miradas indiscretas para que su historia de amor no se vea d...