Aún estaba en sostén y bragas, el vestido amarillo mostaza a medio poner atascado en mis caderas anchas, cuando el claxon sonó por quinta vez. No es necesario que yo haga algo pues mi padre es quien sale al porche, los goznes de la puerta necesitan grasa de nuevo, y le grita a mi mejor amigo no sé cuántas cosas, seguro nada educadas, y el otro, con su típica voz grave, opta por hacer lo mismo, enfrascándose en una patética pelea de poderes.
Me calzo la zapatilla derecha a toda prisa y salgo corriendo medio poniéndome la izquierda más por histeria que por la preocupación de que ese par, quienes adoran en secreto discutir, se destruyeran usando como arma las palabras.
-¿Aún no estás listo, papá?- lo reprendo. El hombre, enemigo de las fiestas, había prometido asistir por lo menos una hora a la celebración de boda de mi mejor amiga-. Tu compañero llegará por ti en cualquier momento- anuncio. El padrastro de Helen fue un colega de la escuela de mi padre y mantienen buena relación sobretodo porque el tipo es quien se encarga de surtirle las especias para cocinar los pescados y mariscos de su restaurante. No obstante, el señor Henry todavía trae puesta la ropa para dormir, que consta de un bóxer y nada más, y mira a través de la ventana de la cocina masticando trozos de plátano sin pelar, lo que es asqueroso hasta para él, pero aún no se da cuenta, para vigilar al español. Ahora saben de quién heredé la impuntualidad (no es un pretexto).
-Míralo- murmura ensimismado-, tan imbécil y cabrón como siempre.
-¿Cuándo te vestirás el smoking?– continúo con la perorata. Busco mis llaves por toda la cocina hasta que Greñas aparece con ellas metidas en su hocico-. Gracias, amigo- me despido de él. A mi padre le doy un beso en la mejilla, marcándoselo con mi labial, pero no se percata aun absorto en odiar en silencio al español de ojos verdes.
Me dirijo hacia el coche del joven, ignorando el color rojo de aquella máquina que consideraba perfecta y que todavía no se digna arrancar aun si un mecánico amigo de mi padre la revisó y no le encontró ninguna falla, y me subo al asiento del copiloto del Honda deportivo haciendo un mohín.
-¿Por qué las mujeres tardan tanto en acicalarse?
Mi amigo arranca con rapidez, lo que le vale un golpe en el hombro por asustarme, y después inspecciono mi aspecto desoyendo los comentarios estúpidos que hace el joven derivados de los nervios que siente al saberse padrino de la boda. Acomodo el moño alto de mi cabello y me peino con los dedos las cejas despeinadas. Observo a mi amigo también, buscando algún desperfecto.
-Tienes mal puesta la corbata.
-Como si supiera ponerme esas putadas.
Me quito el cinturón de seguridad e intento acomodársela.
-No te muevas- ordeno.
-¿Quieres matarnos, mujer?
Tengo un poco de práctica con las corbatas pues suelo hacerle el nudo a papá en cada momento especial (que no son muchos, por cierto), la mayoría de veces en balde porque termina por deshacerse de ellos antes de comenzar con la festividad importante.
-Ya casi- advierto-. Me hace falta un poco.
Le doy el último retoque antes de recibir otro dardo ponzoñoso de su boca y sonrío con satisfacción.
-Encantador- lo adulo tomándole la barbilla con cariño.
Vuelvo a tomar asiento y me coloco de nuevo el cinturón de seguridad. Busco una buena canción en la radio pero no la encuentro, así que opto por colocar el disco de música del grupo Queen y cantar todas las canciones acompañada de la voz profunda de Marco, quien se relajó lo suficiente como para decirme por fin que mi aspecto para la celebración era fenomenal.
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Lo que solo sabe un pueblo entrometido
Novela JuvenilCuando se vive en un pueblo donde los integrantes tienen la manía de espiarse, el romance puede resultar muy engorroso. Es por ello que nuestros protagonistas deberán cuidarse de cámaras y miradas indiscretas para que su historia de amor no se vea d...