Marco tuvo la excelente idea, aunque ya no lo crea tanto ahora, de invitar a Griffin a la Academia. Una manera de presentarse con cordialidad; también para dejar en claro que él requería una parte de mi tiempo que Smith debía respetar, justificando mi ausencia para nuestras citas de todas las tardes una vez me hiciera de nuevo con el puesto de trabajo siendo la pareja de baile del español. Mi padre, como que no quiere la cosa, cuando le confesé que esta vez, además de danzar en los brazos de Marco sería maestra de arte plástica, una resolución del español para explotar mi don y enseñárselo a otras personas (que no serían más que hijos, muy pequeños, de padres que deseaban librarse por un rato de sus engendros), estuvo de acuerdo no sin antes hacerme aprender una lista de restricciones:
· No mirar a Marco a menos de que sea para el trabajo.
· No respirar el mismo aire que Marco a menos de que sea del trabajo.
· No cruzar palabras con Marco a menos de que sean para el trabajo.
· No tocar a Marco a menos de que sea para el trabajo.
· No salir con Marco a menos de que sea para estar en el trabajo.
Y como nota: Marco es malo para mí. Marco es una enfermedad. Marco es una peste apestosa.
A mi novio tampoco le agradó mucho el plan, algo que no puedo comprender puesto que, en realidad, nosotros solíamos mantener reuniones románticas solo los fines de semana; yo imposibilitada de hacerle un pequeño tiempo, de lunes a viernes, por la escuela y mi ocupación como cocinera, cajera, mesera o limpiadora, dependiendo de lo que mi padre decidiera en su restaurante, y como mi nuevo caso por el periodo que empleaba para estar laborando en la Academia; él por sus estudios, prácticas y su estrenada afiliación en el gimnasio del pueblo.
En fin... Griffin es un pésimo bailarín que terminó por rendirse a la mitad de una sola canción (me pisó los dedos de los pies, por lo que no le imploré para que se empeñara en ello al menos para terminar la melodía), pero supo llevarse bien con mi mejor amigo. Se gastaron bromas, rieron y, en general, conversaron relajados, un hecho del que todavía no me decidía estar preocupada. Bástian, por lo contrario, se comportó con frialdad, imposibilitado de perdonarlo por lo ocurrido aquella noche en el cinema y, sobre todo, sin creerse que su querido Marco mantuviera tan buena comunicación con aquel hombre que venía a separarnos a todos, siempre partidarios a la unidad entre chicos españoles y chicas de condado, nada más. Helen y yo, asimismo fuimos el punto neutro, buscando cualquier motivo para nutrir el ambiente de un poco de paz.
-¿Grisel?
Griffin ya ha detenido su coche frente a mi casa y se retira de un manotazo el cinturón de seguridad. Mientras tanto, yo abro la puerta y de un salto ya muy ensayado salgo del auto. Le sonrío a través de la ventana:
-¿Sí?
-¿Tienes que ir a la Academia todos los días?
-Es mi trabajo- razono. No encuentro mejor explicación que esa.
-Tú trabajas con tu padre. Ahí te va mejor.
-Él está de acuerdo, muy a su pesar, en que me emplee allí, sobre todo porque recibo más dinero.
-Pero solo bailas. –Griffin golpea, ligeramente exaltado, el volante del auto-. ¿Es eso lo que quieres?
-No menosprecies mis habilidades- bromeo-. Soy maestra de arte plástica también, lo que me gusta más aún si los niños me desquician.
-Jamás había visto a alguien disfrutar tanto de un empleo como tú- ironiza-. Quizá sea por tu encantador jefe.
-Marco no es mi jefe.
-Pero sí es encantador ¿eh?
ESTÁS LEYENDO
Lo que solo sabe un pueblo entrometido
JugendliteraturCuando se vive en un pueblo donde los integrantes tienen la manía de espiarse, el romance puede resultar muy engorroso. Es por ello que nuestros protagonistas deberán cuidarse de cámaras y miradas indiscretas para que su historia de amor no se vea d...