Capítulo 47

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Conté mis ahorros dos veces seguidas y como aún no lo creía, lo hice una vez más hasta que, con los ojos llorosos y una sonrisa temblorosa descubrí que mi preciado sueño de hacerme de mi auto Mini cooper, aunque seminuevo, se haría realidad. Mi amigo, como que no quiere la cosa, me mira con recelo dentro de la agencia, intentando averiguar si mis fondos no son robados de algún banco, pero al final sonríe dispuesto a formar parte de este momento:

-¿Y cuál será el vuestro?

Mi mirada se posa de inmediato en el auto de color rojo, ignorando en primera estancia el precio. George, nuestro vendedor, nos permite montarnos a tan hermosa máquina y tocar la suave y olorosa piel de los asientos.

-Tiene dirección hidráulica- apunta el hombre trajeado que sigue haciendo su labor para enamorarme y él poder aumentar su sueldo-. También sensor de estacionamiento, cristales tintados, frenos de disco, faros de niebla delantera, bolsa de aire, encendido diurno automático...

-Es perfecto- concluyo.

-Lo es- asevera mi amigo-. Pero debes ver el precio, morena.

Viro los ojos. No sé por qué es tan aguafiestas. Desde que le pedí, por la mañana, que me acompañara a ver el auto, no ha parado de asegurarse de hacerme sentir tonta e inexperta. Me dice que no debo confiar en los anuncios que hacen en Internet, pero no le he hecho caso pues me parece un hombre que a veces se comporta como mi padre.

-Ya lo vi en la página web- murmuro enfadada-. Me lo llevo, George. Como te lo dije en la llamada de ayer, este auto es mío ya.

El hombre sonríe mostrando los dientes más horrendos. Un presagio de que no viene nada bueno.

... ... ...

-¡¿19,000 dólares?!- grito furiosa-. ¡Con trabajos tengo los 10,000!

Estoy llorando y no hay nadie que me pueda controlar. Marco me abraza con fuerza y eso solo me hace sentir la mujer más horrible del mundo pues él aún no sabe nada acerca de mis pinturas y para variar tenía razón con lo del coche. Abraza y mima a una mentirosa testaruda.

No obstante, el chico se lleva a George casi a trompicones a un cubículo pequeño donde no hay más que un ordenador y un montículo de carpetas, encerrándose ahí dentro. Las paredes son de cristal, lo que me permite ver una acalorada discusión acerca de por qué en Internet valoraron el auto a la mitad de precio que en la misma agencia, enganchando, en efecto, a las personas más estúpidas como yo. Marco termina por firmar papeles y yo ya he hecho el escándalo más grande allá fuera (el de seguridad me tiene abrazada pues he querido estrellar la puerta con mi tenis), cuando el par de hombres salen sonrientes:

-Ya es vuestro, morena. –Marco hace sonar las llaves antes de entregármelas.

Mi rabieta había alcanzado un punto crítico pues ahora lloraba entre risitas histéricas:

-¿Cómo le haré para pagar el resto?

El español se lleva a la boca una tira de tocino frito, que ha sacado con escándalo de su paquete "abre fácil", y luego me toma del brazo para hablarme al oído, evitando que George y el policía de seguridad, al que le sangra la nariz y lo socorren otros trabajadores del lugar, nos escuchen.

-Puedo ser muy persuasivo, ¿sabes?

-¿A qué te refieres?

Se traga el primer trozo y va por el segundo, lamiéndose los labios grasosos:

-Me ha dado el precio que anuncian en su puñetera página web.

-¿Y por qué haría algo así?- susurro entre dientes. Frunzo la nariz pues el aliento de mi amigo apesta a grasa de cerdo.

Lo que solo sabe un pueblo entrometidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora