Capítulo 68

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No sé cómo explicar lo que me hicieron sentir todas sus cartas. Algunas bobas, otras intensas, las últimas en exceso afectadas por sus sentimientos. ¿Quién iba a pensar que aquel regalo que olvidé en mi escritorio desde Navidad de 1996, usurpado por su dueño tiempo después, fuesen aquellas muestras de amor tan estupendas? He de confesar que no le había creído demasiado cuando en nuestra primera noche como esposos desenvolví la caja y descubrí una manta verde. El secreto que guardaba con celo desde que llegó al condado a sus 24 años de edad no terminó siendo otro más que el que mi abuela, antes de morir, me auguró a modo de cuento de hadas:

<<Morena- me susurró antes de que me quedara dormida entre sus brazos, sintiéndome, como siempre, a salvo-. ¿Recuerdas la historia que te narré hace mucho tiempo, acerca de algún Robín Hood medio atolondrado?

-Sí. –Volteo mi rostro al suyo para mirarla directamente a los ojos-. ¿Ya me dirás el final? Quiero saberlo.

-Ya es hora, sí.

Me apretujo más a ella con emoción, consciente de que ya no cabemos las dos en la cama como cuando yo era más pequeña. La mujer tose un par de veces antes de comenzar con el que será el final de una historia querida:

-El guerrero, pues, en otras de sus aventuras en el pueblo más peligroso del mundo, hizo una promesa de sangre con una anciana cascarrabias.

-Cuidar a su nieta- asiento. Impaciente, le ruego a mi abuela que se salte las partes que ya me sé de memoria para llegar a la que me interesa sobremanera.

La mujer ríe quedamente, sabiendo de antemano cómo hacerme anhelar algo:

-Sin embargo, una pena golpeará su corazón y la herida lo detendrá mucho tiempo fuera de combate. La niña le guardará rencor, creyendo que él se ha olvidado de ella por placer.

-¿Qué pena, abuela?

Guarda silencio un momento volteando la mirada hacia la ventana. Su mano acaricia mi cabello suelto, enredado por haber estado afuera jugando con mi nueva mascota Pelos.

-La de perder a un ser querido.

Frunzo el ceño. Mis ojos se posan en el portarretratos donde una fotografía de mi mamá sonríe a quien la mira, éste puesto a un lado de la cama de mi abuela, encendida una vela frente a él.

-Eso es horrible- razono. No me causa entusiasmo que el protagonista de mi cuento favorito sufra al igual que yo-. No me gusta ese final.

-Aun no es el final, Grisel. Ya un hombre, Robín Hood llegó al pueblo donde conoció a su aldeana, convertida en una mujer muy bella, y luchó contra dragones, entre ellos el padre de su amada, piratas como lo era su propio padre, ladronzuelos que codiciaban el corazón de la princesa convertida en una audaz guerrera, y hasta brujas malvadas.

-¿Y la abuela?, ¿qué ocurrió con ella?

-Ella miraba todo desde otro lugar, cariño. Feliz de que aquel chico decidiera cumplir su promesa.

-¿Y ganó?, ¿al final sí se casó con su amada? ¿Formaron una familia? ¿Fueron felices para siempre?

-Sí, sí, sí...- la mujer me propina besos en las mejillas, provocándome cosquillas-. Mientras los dos protagonistas se levantaran de la cama con la intención de consumar el juramento que se han hecho al casarse, serán felices para siempre.>>

-Eres el guerrero más valiente del mundo, Marco. -Me volteo hacia él para poder mirarlo a los ojos, soltando la última carta que me escribió hace apenas unas horas durante el vuelo-. Y no me cabe duda de que cumplirás la promesa que le has hecho a mi abuela, así como yo haré lo posible por cumplir la que te he hecho en el altar.

El hombre se acomoda mejor en la cama, confundido con lo último que he dicho.

-¿Sabías ya sobre esa promesa?

-No era consciente de ello hasta ahora, pero de alguna u otra forma reconocía que me ocultabas algo.

-Ay, morena... -Marco se lleva las manos a su cabello para despeinarlo pero lo detengo colocando una de las mías sobre su mejilla, acariciándolo con ternura-. ¿No estás cabreada?

-En lo absoluto.

-¿Piensas que estoy loco?

-Eso sí- admito-, pero me gusta. -Le acaricio la espalda entretanto recuesto mi cabeza en su pecho-. ¿De verdad has estado recolectando las pinturas que vendí?

-Me faltaron las de Sara y Alexander, pero no hubo nada que pudiera complacerlos a cambio de ellas. Lo siento.

-Casarme contigo fue un error, Robín Hood- murmuro besando su hombro desnudo-. Deberás convencerme de lo contrario o me iré de inmediato.

-¿Cómo puedo hacerlo?

-Que pregunta tan estúpida, por Dios- lo golpeo en el pecho-. Haciéndome el amor, idiota.

Lo que solo sabe un pueblo entrometidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora