Capítulo 12

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Hablar con mi padre antes de que Griffin hiciera presencia en mi hogar me producía terror. Aun recién salida de la ducha y con la toalla envolviendo mi cuerpo, decidía, aventando a la cama un vestido color verde de cuello alto, qué palabras utilizar para no alarmar al señor Henry o ponerlo de mal humor. Ya vestida y un poco maquillada, tomé aire y salí al vestíbulo para recibir al hombre que con un arsenal de vituperios se deshacía de su cazadora y tomaba del frutero de la cocina una banana.

-¿Quién dejó ese escobón tirado en la entrada? –Le da un puntapié al objeto y mastica con brusquedad. Yo procuro seguir sonriendo.

-Quizá Pelos lo tomó para jugar.

-Maldito perro. -Me escruta con la mirada y mi atuendo, combinado con las mallas color negro que cubren mis piernas, a juego con unos botines de tacón medio, son lo que me delata enseguida-. ¿Por qué putas te arreglaste?, ¿acaso me pediste permiso para salir?

-No- trago saliva y me veo en la necesidad de tomar asiento para no caer en una crisis nerviosa-, no lo hice.

-¿Entonces?

-Siéntate, por favor. Hay algo que debo contarte.

-Esto no me gusta nada, Grisel- se agazapa al lado mío con la mirada de horror, quizá como la que yo misma luzco, y tiene que encender un cigarrillo y darle por lo menos cinco caladas. Justo como cuando hace nueve años le tuve que confesar, considerando que no contaba con mi abuela en esos momentos, que mi periodo menstrual ya había comenzado. Él ya lo sabía, pues mis sábanas manchadas no pasaron desapercibidas, pero una cosa era hacerse el despistado y otra muy diferente el que su hija tuviera que decírselo a la cara, sin rodeos ya que ¿cómo demonios iba a conseguir dinero para comprar toallas sanitarias?

-Papá...

-¡Espera un segundo!- se lleva las manos a la cara, la colilla de cigarrillo ya en el cenicero, y no deja de murmurar palabras de naturaleza indescifrable. Vuelve sus ojos a los míos, tan grandes que me hacen sentir incómoda, y escupe con rapidez lo que lo atribula-: Dime que no seré abuelo por culpa del español, por favor. Es muy extraño que él ya no viva en este lugar. Le dio miedo, seguro, y no quiere hacerse cargo de él. ¿Qué putas haremos, eh? No estoy listo para ser abuelo, eso sí te digo. ¡No lo estoy!

... ... ...

Mi padre se tomó bastante bien el hecho de que Griffin le tuviera miedo. Eso lo persuadió de aceptarlo en nuestro hogar y aun con su permiso ya concedido por adelantado, temo que la llegada del chico represente para el señor Henry un buen momento para deshacerse del estrés acumulado desde que se enteró, al no encontrar la carta del señor Mario dirigida a ambos, de que su hija la había leído, sumiéndose en un estado de dolor enfurecido.

-Sé bueno- suplico.

-¿Cuándo no lo he sido?

Estoy a punto de recordarle todas sus escenitas con Marco cuando el timbre de la puerta suena y Pelos advierte que la venida efectivamente es de quien estábamos esperando. Griffin me confesó que nunca le cae bien a los perros, y de eso ya estoy segura pues mi mascota lo odia bastante. Sus gruñidos lo indican todo el tiempo.

Aliso mi vestido con nerviosismo y antes de abrir la puerta me observo en el espejo que cuelga en la pared; luzco bien, no obstante un poco pálida. Luego volteo la mirada hacia mi padre, que sonríe malévolo mientras acaricia a su buen perro. Lo felicita por estar tan bien entrenado como él lo esperaba:

-Si la cosa se pone fea, te meas en su zapato ¿de acuerdo?

Viro los ojos y en mi rostro coloco la sonrisa más sincera que alguien pudiera regalar en esta noche tan agitada. Abro la entrada de golpe, descubriendo en el acto a un Griffin que viste un traje color azul marino a juego con una camisa de un blanco inmaculado, lo que lo hace ver atractivo. Su cabello, como que no quiere la cosa, peinado hacia un lado, aunque con los rizos más sueltos. Mantiene en su rostro una de sus sonrisas casi perfectas; sus gafas de montura combina con sus zapatos. Jamás en mi vida había visto que un hombre se preocupara tanto por lucir perfecto, pero me agradaba. Me hace sentir importante, por más estúpido que les parezca. Como cuando mi padre, un hombre que aborrece la moda y rasurarse la barba cana, decide para eventos que considera especiales, como mis actos académicos o el recibimiento de mis sacramentos, acicalarse hasta convertirse en el hombre que podía enamorar a una mujer tan hermosa como mi madre.

Lo que solo sabe un pueblo entrometidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora